Mal dia para buscar

24 de julio de 2025

Esclavistas de los demás.

Probablemente todos los esclavos han fantaseado, alguna vez, es ser esclavistas. La persona más racista que conozco nació en Tetuan y afirma, con muchísima determinación, que los sudamericanos son una raza inferior. Así de tranquilo se queda mientras cobra dinero público por cuidar a menores que hablen árabe y sean conflictivos. A su lado los fascismos de Bildu, Vox y Alianza Catalana son monjas de la caridad.

En realidad todos sentimos por algún lado nuestra condición de esclavo. De hacienda, de los conflictos del trabajo, de hijos o padres absorbentes, del cambio climático o de los temporizadores de los semáforos.

Quizá es por eso por lo que las reacciones públicas, demasiadas veces, son de faraones molestados por los albañiles de nuestras pirámides. Hoy he visto a una señora de mediana edad que entraba en un comercio hablando al teléfono. No he dicho hablando por teléfono sino al teléfono. Una conversación de esas en las que se ponen el dispositivo como una tostada que se vayan a comer y, literalmente, le gritan. Al otro lado el altavoz responde y así, como si fuera el arquetipo de una familia de gitanos conversando a gritos en la sala de espera de un hospital, interrumpió la paz del local. Alguien la miró con gesto reprobador. Ella, sin colgar, inquirió: "!Eh, que estoy hablando por teléfono!" mientras movía el cuello como una navajera negra del Bronx de 1984. 


Cada vez es más a menudo encontrar casos similares. Maltratadores de camareros. Adelantadores de atascos por el carril derecho. Coladores profesionales de colas de supermercado. Denunciadores (normalmente anónimos) en redes de supuestas estafas. En cierta ocasión, charlando con otro veterano de la guerra cara al público, comentaba que un día al año nos deberían dejar ajusticiar a uno solo de los clientes que nos han hecho la vida imposible. "¿Sabes cual es el problema?- me dijo- Que terminaríamos yendo a por el mismo. Porque el que te la lía a ti también lo hace en el banco y en la oficina de correos.". Tiene razón. Enrique me pidió un ordenador a medida. Trajo su equipo viejo y solicitó que traspasáramos los datos de uno a otro. Al entregárselo me preguntó por sus datos. "Ahí los tiene, en un acceso que pone DATOS DE ANTES". Enrique lo miró y se detuvo en una fotografía. "¿Qué hace aquí una foto de mi cuñado?". Yo dudé por un momento e incluso titubeé. "No sé. Estaría en el otro equipo". Me miró como si yo hubiese hecho algo. "Yo no me hablo con mi cuñado. No sé si quiero un ordenador que tenga una foto de él". Creo que en ese instante lo que esperaba es que le propusiera algún tipo de trato o rebaja. Le miré. "Vamos a ver, Enrique"- le dije aguantando mi enfado- "¿tú te crees que voy a hacer un ordenador para tí, ir a la calle, buscar a tu cuñado, hacerle una foto y ponerla en él para que no me lo compres?". Unos meses después de vender ese equipo y tras algún otro episodio con el mismo sujeto, lo encontré en el banco, entorpeciendo el buen funcionamiento de la cajera con alguna reclamación absurda. Me salté la cola y me hice el encontradizo. "Hombre"- subí el volumen- "Enrique, el único cliente que tiene prohibido entrar en mi negocio porque es IM BE CIL". Me dirigí a él: "¿Qué?, ¿haciendo cola con alguna de tus imbecilidades?. Anda"- dije haciendo gestos de expulsión- "vete a tu puta casa a dar el coñazo a otros". Reconozco mi falta de elegancia pero diré que se marchó y que la cola de gente, a la que volví a mi sitio, me lo agradeció. La cajera, al llegar mi turno, me comentó que ella no puede echarle porque se queda sin trabajo pero que me lo agradecía porque, como era de esperar, aquella no fue la primera vez.

Ese es el problema. La mayor parte de las ocasiones quien recibe los malos modos está incapacitado para meterle un guantazo (verbal o físico) a quien es desaprensivo o maleducado. El trabajo cara al público debería de ser atenuante en caso de delito u homicidio.

Sostengo la teoría que, salvo defecto neuronal, todas esas personas son así como consecuencia de otros conflictos. Que si te quedas sin trabajo, te pone los cuernos tu pareja, te cortan el gas y se te rompe el rodamiento de la rueda trasera izquierda del coche, gritas al médico o a la buena muchacha del puesto de información de Renfe porque les ves como un saco de arena donde golpear con tus frustraciones.

En una lluvia de ideas empresariales regada con cerveza pensamos que una especie de sala de escape donde el cliente nos dijera previamente qué desea golpear o romper era una buena idea. Poner un saco de arena con la foto de tu cuñado y dejarte golpearle hasta desfallecer. Forrar las paredes de relleno blandito y alquilar un espacio durante un rato para que te des cabezazos. Dejarte una silla en medio de una sala abarrotada de papelillos de esos con burbujas de aire para que las explotes. Una maza bien gorda y maniquíes con caras de políticos. Dianas con las fotos de tus ex más odiados y una escopeta.

Es mucho mejor eso que discutir con el frutero o picarte en la autopista. En realidad y en todas esas ocasiones el motivo es poco importante y llega un momento en el que solamente queremos conflicto. Por eso si es de color le llamamos negro y si tiene mucha tripa le llamamos gordo. O moro. O sudaca. O godo de mierda, que es lo que me llamaron a mi en Tenerife. No es odio sino intentar, como hacen los psicópatas, llevar la discusión a un nivel de agresión superior. 

Sin embargo como nuestra idea de negocio no prosperó, cada día hay más personas que intentan ser los esclavistas de los demás. Quizá no son tantos, pero hacen mucho ruido.

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