-Aparte del talento natural que pueda tener uno u otro hay cosas que se pueden suplir a base de trabajo y sacrificio, de carácter. - decía Fernando Martin antes de ir a jugar en Portland.
Aproximadamente era el año 86. Explotó Chernobil, España entró en la Otan, también en la Cee y se vendió Seat a los alemanes. Por las carreteras, como monstruos de 500cv que arrasaban todo a su paso, los coches de rallies del grupo B vivían su última temporada. Más de uno nos creímos los reyes del mundo. Sin embargo y de una manera convulsa, en el rallie de Portugal un Ford Rs200 incontrolado se llevó por delante a varias personas y la razón, que no la técnica, puso fin a ese crecimiento exponencial del riesgo y la mecánica en la que la potencia y los caballos habían dejado muy atrás a la propia limitación humana para dominarlos, ni siquiera con carácter.
Nosotros, enloquecidos por las hormonas de la adolescencia y azuzados por las historias de éxito que poblaban las televisión en donde el bueno siempre ganaba tras unos minutos en los que parecía perder, asumimos que teníamos por delante un futuro prometedor. Tampoco creímos tener límite porque si acaso no estaba dentro de cada uno ese talento natural, nos sobraba carácter.
Unos pocos años después yo mismo conducía un ruidoso coche cuadrado a 240km/h en lo que entonces era una moderna recta cántabra. Apretaba los dientes. Sujetaba el volante y no tenía ningún tipo de miedo a morir porque esa necesidad de sentir el motor rugiendo y la falsa sensación de poder lo dejaban bajo la alfombra de la aceleración. Ahora hay un radar al final de recta, detrás de un cartel, y si voy a más de 120km/h adelanto a vehículos cómodos y espaciosos que iluminan su interior con luces, pantallas y una música en mp3 que no protesta, que casi no tiene sentido y aspira a ser los veinte segundos de rentabilidad que puede proporcionar una campaña publicitaria.
Tampoco sé si acaso nos volvimos idiotas por escuchar música pop o escuchábamos música pop porque, en realidad, éramos idiotas.
El caso es que, casi como el atleta que está tan seguro de su triunfo que se olvida de entrenar, sufrimos una pérdida en las olimpiadas de las aspiraciones. Nos estrellamos, como en Portugal, y en ese preciso instante que estaba bien metido en los 90 (2008) tuvimos que reinventarnos como los rallies. La industria del automovil siempre ha estado un paso por delante de lo que nos va a suceder y verla es como leer el horóscopo al final del día, que es cuando lo leo yo, para descubrir si acertó o no porque, en realidad y muy cerca del crucigrama del periódico, es una hemeroteca del espiritismo.
Las promociones inmobiliarias con las que soñábamos eran casas unifamiliares donde, a un paso del campo de golf y especialmente cerca de la piscina privada nuestro cuerpo bronceado sonreía, copa en mano y deportivo en el garaje, jactándonos de un asegurado y certero triunfo. Los esqueletos urbanísticos son los esqueletos de nuestros sueños hechos añicos por la lógica que se descubre cuando los acontecimientos han sucedido, cuando fuimos cegados por la pasión o por los parlanchines que venden tónicos milagrosos en una carreta, al final del pueblo, justo enfrente del saloon.
Ahora descubrimos que, en realidad, para llegar a aquello era más complicado que el mero hecho de tener carácter.
En este preciso instante podemos taparnos los oídos y gritar esperando, como un niño, que todo esté arreglado al cesar el ruido. Justificarnos. Creer en los ciclos como se puede creer que la pasión volverá en algún momento a despellejarnos las rodillas. Conducir mientras suena "necesito saber donde van a parar las noches que me pongo pensar en esta ciudad y en todo lo que tengo que correr para largarme fuera" y después "de qué me sirve salir de esta inmensa ciudad si de quien pretendo huir seguirá dentro de mi".
También podemos sentarnos y pensar, reconducirnos. Aceptarnos. Convencer a nuestra madre que no llegaremos nunca al pedestal en el que nos quiso poner y, sin embargo, saber que nos quiere de la misma forma, que es la forma en la que se quieren los ancianos y los sabios. La misma forma en la que conducen los precavidos para llegar al mismo sitio con sus berlinas con airbags.
Tras años de confiar en nuestras pasiones, de rendirnos a nuestros sueños, de exprimir y buscar la intensidad en cada paso casi como si fuera, tanta energía, una explosión nuclear que nos catapultara hacia el parnaso de un triunfo mal entendido, ha llegado el momento de sentarnos y respirar. Coger aire. Mirar alrededor. Ordenar los pedazos.
Y, sabiendo que no se puede llegar a todo pero nunca es tan malo ni tan bueno, empezar de otra otra forma y otra vez.
Puede ser sacrificio, puede ser trabajo, incluso puede ser una cuestión de carácter pero, sobre todo, es una cuestión de conocer las limitaciones y eso es lo que no sabíamos en 1986.
Hoy en día los coches de rallies hacen mejores tiempos que el añorado grupo B. Y menos ruido. Fernando Martin murió en accidente de tráfico con un Lancia rojo antes de que la M30 tuviera el límite en 80.
Los Beatles comenzaron haciendo ruido, acumulando gritos de las fans, dejando un ensordecedor legado. Las mejores canciones de John surgieron después de la marejada que le arrastró durante los 60. El 8 de diciembre hace 34 años que fue asesinado después de pedirle un autógrafo. Ni siquiera estaba seguro de lo que tenía que creer.
Pd:
A Salomina le dan miedo los ascensores. Ni siquiera ella misma sabe el motivo.
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