En 1990 ver a Linda Evangelista sentada con un jersey hasta las rodillas o a Cindy Crawford en la bañera me volvía literalmente loco. Mucho más que los Lib que escondíamos cuando teníamos 14 o la pornografía explícita que empezaba a ser de fácil acceso. En aquel año Madonna aparecía en los MTV awards con las tetas en el cuello cantando Vogue. Aquello era sexy, aunque fuera la ambición rubia. Janet Jackson movía la pelvis junto al guitarrista y se abria la camisa luciendo pecho (sin pezón) al estilo Demmi Moore. Jamie Lee Curtis, Kim Bassinger, Salma Hayek Natalie Portman en Closer...
¿Qué es lo que ha pasado para que, en el 2013, una niñata de 20 años crea que sacar la lengua y pasarse un dedo gigante por la entrepierna es algo sexy?. Miley Cyrus, ridícula hasta límites insospechados, ha cometido un error que desafortunadamente empieza a ser habitual: parecer y comportarse como un zorrón verbenero es cool. Llevo días pensando en esa idea porque una parte de mi se pregunta si acaso me estoy volviendo mayor y las jovencitas me parecen unas zorras descocadas, unas mujercitas disfrazadas de meretrices facilonas. Me pregunto si soy un puritano en ciernes o si acaso sexy era Gilda quitándose un guante y Cicciolina, cuando en 1986 se la chupaba a un caballo, un exceso bastante desagradable.
"Para Esther, como para todas las chicas de su generación, la sexualidad no era más que un divertimento placentero, guiado por la seducción y el erotismo, que no conllevaba ninguna implicación sentimental especial; seguramente el amor, igual que la piedad según Nietzsche, nunca había sido otra cosa que una ficción inventada por los débiles para culpabilizar a los fuertes, para imponer límites a su libertad y su ferocidad naturales. Las mujeres habían sido débiles, en especial a la hora de parir, en sus comienzos necesitaban vivir bajo la tutela de un protector poderoso, y a tal efecto habían inventado el amor, pero en la actualidad se habían vuelto fuertes, eran independientes y libres, habían renunciado tanto a inspirar como a experimentar un sentimiento que ya no tenía ninguna justificación concreta." Michel Houellebecq
Hay una fina línea entre la seducción y el barriobajerismo, es cierto. Hay unos minutos de diferencia entre quitarla la ropa en el sofá, descubriendo su cuerpo como si fuera nuevo, las miradas lascivas de la cama mezcladas con sudor y ver su culo contoneándose al mismo ritmo que hacen ventosas sus pasos mientras la espero entre las sábanas sin querer irme. Sexy es buscar entre la abertura de la camisa, una mirada de reojo, un roce fortuito. Sexy es una mujer dejándose llevar por la música como si no hubiera peligro de que llegara el fin del mundo.
También es verdad que, en este mundo lleno de prisas y de obviedades, una foto prácticamente explícita tendrá muchas más visitas en el mercado de la carne que pudiera ser Badoo o cualquier otra casqueria 2.0. Un hombre con abdominales explícitas y camiseta justísima o una mujer con dos tallas menos de ropa y cuatro copas de más tiene un porcentaje de éxito enorme a partir de las cuatro de la mañana, aunque la concepción de éxito es discutible. Un grupo de adolescentes se sienten mayores cuando las agujas de las miradas las percuten los shorts sentadas alrededor de alguno de sus primeros botellones. En esos casos es lógico pensar que los mensajes socialmente enviados a hombres y mujeres que acaban de descubrir su potencial sexual sean confusos.
Cuentan que en Japón y en bastantes lugares del mundo la virginidad y la elongación del tiempo destinado al cortejo y al juego de la seducción se ha convertido en una virtud, en una moda, en una especie de necesidad social. Cuentan que Japón es un pais gran consumidor de erotismo y yo, he de reconocerlo, me reconforto más con una bonita lencería que con sexo explícito, si es que hablamos de momentos de intimidad. El porno es para alguna necesidad animal que dura unos minutos y ayuda a dormir. La excitación de lo que no puedes ver pero se intuye es un alimento para la imaginación que nos diferencia. Los diálogos de las películas pornográficas, los momentos en los que ella y él se van desnudando, los lametazos, las esperas de cualquiera de ambos ante la llegada del otro, la cara del vouyeur que mira o la vecina que se roza son mucho más emocionantes que un primer plano celulítico o venoso desagradable como un documental de cuerpos embarazosos.
Me excitan mucho más los minutos que hay entre el "ven" y la cama que lo que pudiera suceder entre los minutos 10 y 12 del coito (con excepciones). Me gustan los espejos, cuando aparecen las manos, las puntas de las lenguas mucho más que ciertas exposiciones genitales, por muy obvias que sean.
Quizá también adelgaza, con la edad, la línea que hay entre el sexo y el romanticismo.
Quizá llega un día en el que ya no quieres un polvo, sino un abrazo con final feliz.
Sin embargo he de reconocer que, aparte del saco de críticas que la anteriormente conocida como Hanna Montana ha recibido, hay una nueva forma de llamar la atención sexual del prójimo y no me gusta. Desconozco si es por la edad, porque ya no tengo prisa o porque me he dejado llevar por el escándalo de una artimaña comercial.
Hace no muchos años socializaba bebiendo y ahora se bebe para poder socializar. Antes se seducía mejor. También, dicen, se follaba menos. Supongo que se excitaba más. Dependerá, casi como la diferencia entre un lingotazo de vodka y un combinado tranquilo, de lo que sea más importante en la cuantificación.
Independientemente que yo fantaseo con que me seduzcan y luego me follen reconozco que en cuestión de facilidades es mucho más fácil follar que seducir.
Vivimos en tiempos de esfuerzos reducidos.
"Para Esther, como para todas las chicas de su generación, la sexualidad no era más que un divertimento placentero, guiado por la seducción y el erotismo, que no conllevaba ninguna implicación sentimental especial; seguramente el amor, igual que la piedad según Nietzsche, nunca había sido otra cosa que una ficción inventada por los débiles para culpabilizar a los fuertes, para imponer límites a su libertad y su ferocidad naturales. Las mujeres habían sido débiles, en especial a la hora de parir, en sus comienzos necesitaban vivir bajo la tutela de un protector poderoso, y a tal efecto habían inventado el amor, pero en la actualidad se habían vuelto fuertes, eran independientes y libres, habían renunciado tanto a inspirar como a experimentar un sentimiento que ya no tenía ninguna justificación concreta." Michel Houellebecq
Hay una fina línea entre la seducción y el barriobajerismo, es cierto. Hay unos minutos de diferencia entre quitarla la ropa en el sofá, descubriendo su cuerpo como si fuera nuevo, las miradas lascivas de la cama mezcladas con sudor y ver su culo contoneándose al mismo ritmo que hacen ventosas sus pasos mientras la espero entre las sábanas sin querer irme. Sexy es buscar entre la abertura de la camisa, una mirada de reojo, un roce fortuito. Sexy es una mujer dejándose llevar por la música como si no hubiera peligro de que llegara el fin del mundo.
También es verdad que, en este mundo lleno de prisas y de obviedades, una foto prácticamente explícita tendrá muchas más visitas en el mercado de la carne que pudiera ser Badoo o cualquier otra casqueria 2.0. Un hombre con abdominales explícitas y camiseta justísima o una mujer con dos tallas menos de ropa y cuatro copas de más tiene un porcentaje de éxito enorme a partir de las cuatro de la mañana, aunque la concepción de éxito es discutible. Un grupo de adolescentes se sienten mayores cuando las agujas de las miradas las percuten los shorts sentadas alrededor de alguno de sus primeros botellones. En esos casos es lógico pensar que los mensajes socialmente enviados a hombres y mujeres que acaban de descubrir su potencial sexual sean confusos.
Cuentan que en Japón y en bastantes lugares del mundo la virginidad y la elongación del tiempo destinado al cortejo y al juego de la seducción se ha convertido en una virtud, en una moda, en una especie de necesidad social. Cuentan que Japón es un pais gran consumidor de erotismo y yo, he de reconocerlo, me reconforto más con una bonita lencería que con sexo explícito, si es que hablamos de momentos de intimidad. El porno es para alguna necesidad animal que dura unos minutos y ayuda a dormir. La excitación de lo que no puedes ver pero se intuye es un alimento para la imaginación que nos diferencia. Los diálogos de las películas pornográficas, los momentos en los que ella y él se van desnudando, los lametazos, las esperas de cualquiera de ambos ante la llegada del otro, la cara del vouyeur que mira o la vecina que se roza son mucho más emocionantes que un primer plano celulítico o venoso desagradable como un documental de cuerpos embarazosos.
Me excitan mucho más los minutos que hay entre el "ven" y la cama que lo que pudiera suceder entre los minutos 10 y 12 del coito (con excepciones). Me gustan los espejos, cuando aparecen las manos, las puntas de las lenguas mucho más que ciertas exposiciones genitales, por muy obvias que sean.
Quizá también adelgaza, con la edad, la línea que hay entre el sexo y el romanticismo.
Quizá llega un día en el que ya no quieres un polvo, sino un abrazo con final feliz.
Sin embargo he de reconocer que, aparte del saco de críticas que la anteriormente conocida como Hanna Montana ha recibido, hay una nueva forma de llamar la atención sexual del prójimo y no me gusta. Desconozco si es por la edad, porque ya no tengo prisa o porque me he dejado llevar por el escándalo de una artimaña comercial.
Hace no muchos años socializaba bebiendo y ahora se bebe para poder socializar. Antes se seducía mejor. También, dicen, se follaba menos. Supongo que se excitaba más. Dependerá, casi como la diferencia entre un lingotazo de vodka y un combinado tranquilo, de lo que sea más importante en la cuantificación.
Independientemente que yo fantaseo con que me seduzcan y luego me follen reconozco que en cuestión de facilidades es mucho más fácil follar que seducir.
Vivimos en tiempos de esfuerzos reducidos.
1 comentario:
Leyendo este artículo me he sentido más viejuno que nunca (y he notado orgullo de saber que serlo es, en parte, reconocer que aunque los perros lleven distintos collares, uno ha sabido estar ahí y superarlo).
[O como ser un macho alfa, sin haber empleado letras]
Publicar un comentario