Las personas del mundo, casi como necesitados de creerse en posesión de la capacidad de poder alterar el orden de la historia, se movilizan y tuitean, hacen "me gusta" en cientos de reivindicaciones que se enfrentan a la tiranía de los hombres malos.
Y ya está. Así que en ese momento aparecemos los críticos, los asépticos predicadores que hacemos la labor de un sociólogo en paro contando los problemas como un auditor de la verdad que aparece por la fábrica de tu vida para sacarte la basura y ponerla ante tus ojos. Decimos "os quejais sin criterio". Decimos "caminais como borregos". Decimos "aleluya, arrepentíos" como si estuviéramos en los púlpitos universales.
Y ya está. Es la misma mierda pero con distinto collar.
Nada diferencia a un bloguero sesudo y cabezón de uno de esos que se levanta por la mañana y ametralla el facebook con críticas a gobiernos, fotos de flores o dando los buenos días al mundo como si fuera un dibujo animado pueril de los que se llevaban en los 80 hasta que Marco perdió a la madre.
Nos pueden diferenciar las formas, pero no los fondos. Quizá hasta podría aceptar la idea de que hay varios grados de felicidad: el que juega a los juegos de facebook es feliz, el que da los buenos días con fotos de gatos es menos feliz, el que se queja de los poderes es algo infeliz y el bloguero es un amargado de esos que mandaban cartas al director a todas horas cuando los periódicos eran algo parecido a la única manera de recibir una información veraz.
Ninguno cambiará el mundo por mucho que Google nos insista en que un congoleño podrá compartir sus conocimientos con nosotros o por mucho que Apple haga anuncios dejando caer la idea de que con un teléfono seremos más felices.
En todos los casos está el muro, cada vez mayor, que nos asusta con la idea de que es imposible franquearlo porque está hecho de los ladrillos que sólo tienen los poderosos. Uno desiste en saltarlo, otro le hace una foto, otro lo toca y otro se choca contra él, pero a ninguno se le ocurre fabricar una escalera que sustenten los demás.
Supongo que la historia es algo que sucede mientras estás actualizando tu perfil, por mucho que en él, de una forma u otra, parezca que eres un personaje de tu tiempo.
El siglo XXI ha conseguido que creas que quedarte en casa o irte de vacaciones después de hacer una queja va a reparar los daños del mundo, ha conseguido que los políticos hagan "comisiones de investigación" y se vayan a sus salones creyendo haber solucionado los problemas, ha conseguido que consideres que ahorrar es comprar más barato (en vez de no comprar o comprar con criterio), ha conseguido que millones de visitas se supongan millones de verdades y ha conseguido que esa ventanita delante de tu cara se convierta en algo más importante que la verdad.
Te lo dice un bloguero. Es decir, nadie.
Y ahora, después de quejarme un poco sobre la estupidez humana y pedir que os arrepintáis me voy de vacaciones. Dejaré el púlpito para que me sustituyan videos de gatos o de trompazos, fotos de viajes y de playas, sonrias impuestas y bronceados, Gibraltares e intifadas, corruptelas y sueldazos...solidaridades en unos cuantos "likes", miles de fotos de tuenti, terremotos y maremotos.
Y algún orgasmo.
Al fin y al cabo después de las quejas y los gatos, queda el porno. Siempre nos quedará el porno. En internet es tan diferente de la realidad como todo lo demás. Hay dos cosas decepcionantes: descubrir que la realidad sucede fuera de las pantallas y que nunca, jamás, la tendré como en los vídeos ni podré hacer esos dispendios atléticos.
Por mucho que nos creamos los buenos, somos un pedazo de ello: Internet es parte de la tiranía de los hombres malos. El problema está en creerselo. El problema está en que es más fácil creérselo que negarlo. Al fin y al cabo, hoy en día Internet es el puto opio del pueblo.
Y ya está. Es la misma mierda pero con distinto collar.
Nada diferencia a un bloguero sesudo y cabezón de uno de esos que se levanta por la mañana y ametralla el facebook con críticas a gobiernos, fotos de flores o dando los buenos días al mundo como si fuera un dibujo animado pueril de los que se llevaban en los 80 hasta que Marco perdió a la madre.
Nos pueden diferenciar las formas, pero no los fondos. Quizá hasta podría aceptar la idea de que hay varios grados de felicidad: el que juega a los juegos de facebook es feliz, el que da los buenos días con fotos de gatos es menos feliz, el que se queja de los poderes es algo infeliz y el bloguero es un amargado de esos que mandaban cartas al director a todas horas cuando los periódicos eran algo parecido a la única manera de recibir una información veraz.
Ninguno cambiará el mundo por mucho que Google nos insista en que un congoleño podrá compartir sus conocimientos con nosotros o por mucho que Apple haga anuncios dejando caer la idea de que con un teléfono seremos más felices.
En todos los casos está el muro, cada vez mayor, que nos asusta con la idea de que es imposible franquearlo porque está hecho de los ladrillos que sólo tienen los poderosos. Uno desiste en saltarlo, otro le hace una foto, otro lo toca y otro se choca contra él, pero a ninguno se le ocurre fabricar una escalera que sustenten los demás.
Supongo que la historia es algo que sucede mientras estás actualizando tu perfil, por mucho que en él, de una forma u otra, parezca que eres un personaje de tu tiempo.
El siglo XXI ha conseguido que creas que quedarte en casa o irte de vacaciones después de hacer una queja va a reparar los daños del mundo, ha conseguido que los políticos hagan "comisiones de investigación" y se vayan a sus salones creyendo haber solucionado los problemas, ha conseguido que consideres que ahorrar es comprar más barato (en vez de no comprar o comprar con criterio), ha conseguido que millones de visitas se supongan millones de verdades y ha conseguido que esa ventanita delante de tu cara se convierta en algo más importante que la verdad.
Te lo dice un bloguero. Es decir, nadie.
Y ahora, después de quejarme un poco sobre la estupidez humana y pedir que os arrepintáis me voy de vacaciones. Dejaré el púlpito para que me sustituyan videos de gatos o de trompazos, fotos de viajes y de playas, sonrias impuestas y bronceados, Gibraltares e intifadas, corruptelas y sueldazos...solidaridades en unos cuantos "likes", miles de fotos de tuenti, terremotos y maremotos.
Al fin y al cabo después de las quejas y los gatos, queda el porno. Siempre nos quedará el porno. En internet es tan diferente de la realidad como todo lo demás. Hay dos cosas decepcionantes: descubrir que la realidad sucede fuera de las pantallas y que nunca, jamás, la tendré como en los vídeos ni podré hacer esos dispendios atléticos.
Por mucho que nos creamos los buenos, somos un pedazo de ello: Internet es parte de la tiranía de los hombres malos. El problema está en creerselo. El problema está en que es más fácil creérselo que negarlo. Al fin y al cabo, hoy en día Internet es el puto opio del pueblo.
2 comentarios:
En general coincido en que es una cuestión de grado. Pero hay algún ejemplo en el que al menos esas formas son lo suficientemente originales, y rompen esa tendencía de correlacionar la ignorancia y la felicidad.
En el 82, Kundera dijo que cuando se despertara el escritor en todas las personas, vendrian dias de sordera generalizada y de incomprension...
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