Se acerca con una botella de agua y pide rápidamente que le pasen el porro. Tiene los ojos abiertos y claros, quizá con una mirada demasiado directa, aunque siempre mira a los demás porque, he de reconocerlo, ni se digna en saludar. Lleva un jersey sobre los hombros, una camiseta blanca y un pantalon corto terminado en unas sandalias casual pero a juego con el jersey. Y, además, es muy maricón. Es de esos que hablan fuerte y que se ríen en alto, de esos que mueven mucho las manos y parecen llevar un cartel luminoso con forma de señal de motel de carretera encima de la cabeza. No es Vaquerizo porque le sobran kilos, no es Borja Tyssen porque no tiene rubia.
-Estos negros- dice refiriéndose a los que van entre la gente con cien gorros en la cabeza, seis muestrarios de gafas y los músculos cansados de sonreir ante los "no"- deberían de saber que son una molestia en las fiestas. Alguien les debería de prohibir incordiar.
-¿Quien es éste?- pregunto.
-Pues un marica del PNV
Entonces me sorprendo a medias, que es como hay que sorprenderse para que no se note. Me sorprende que la modernidad autonómica, en contraposición con la sucia diversión tradicional de camisetas moradas andróginas del abertzalismo, se componga de un soplagaitas más pijo que BorjaMari que se siente orgulloso de despreciar por igual a los negros y a los de Burgos, porque eso corresponde a la España opresora. Me soprende que la concepción de derechos fundamentales sea para la igualdad sexual, la autodeterminación de los pueblos y la España federal pero no para los parados extremeños, los subsaharianos irregulares o todos aquellos que vienen a robar la riqueza intrínseca de la Euskadi de la que posee, por análisis de RH, título de propiedad. Me extraña que diga que todos los políticos son unos corruptos menos los de su partido y que nunca pase la chusta del porro cuando llega a sus manos mientras sigue hablando del agua que bebe para mantener la forma y ese cuerpo embriagador.
Me pregunto entonces si acaso hemos despreciado el poder fanático que pueden atesorar en sus armarios los maricas de derechas, que son los que bailan las canciones de Fangoria sintiéndose modernísimos y casi faros que iluminan las noches festivas de agosto.
Pd: verídico.
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