Hoy, via Perogrullo (con su continuacion en los blogs de RTVE) he aprendido lo que es el síndrome de Williams. Básicamente se reduce a un desorden cerebral que hace que una de cada 20.000 personas nacidas no sean capaces de diferenciar la raza de su interlocutor. Desde ese punto de vista estas personas, paradigmas de la tolerancia de más de una ONG, son incapaces de saber si eres asiático, magrebí, ario u otomano.
Los afectados genéticamente no desarrollan ningún temor o predisposición ante la misma persona caracterizada con rasgos de diferentes razas. Suena realmente estupendo si ademas le añadimos que suelen venir acompañados por grandes habilidades verbales y sociales, haciendo amistades con facilidad y sin desconfiar de extraños.
En definitiva: unos cracks.
Desafortunadamente también viene asociado con cierto retraso mental. El estudio de Nature compara esto con la diferencia que sí son capaces de hacer respecto de los sexos de las personas añadiendo, en esa diferenciación, los arquetipos básicos con los que vivimos las personas sin ese síndrome (ellas no entienden los mapas, ellos no escuchan...).
En realidad es cierto que muchos de los momentos en los que prejuzgamos a determinadas personas antes de conocerlos nos basamos en lo que nos han contado, lo que hemos leído en las noticias o simplemente en lo que nos interesa para cada momento. Alguien me contaba el sábado, junto a un bocadillo y sentados en el bordillo que da a alguna parte antigua, que no era capaz de entender la idea, a su parecer equivocada, que teníamos de los sudamericanos en España siendo como son -añadía (y no lo niego)- personas encantadoras. Sin embargo no era capaz de comprender cómo los pakistaníes eran tratados con tanta gentileza siendo, como afirmaba, una sociedad autárquica que se empeña en vivir de espaldas a los demas. Claro está que esa persona vive en Londres donde los pakistaníes son, precisamente, la etnia mayoritaria a quien echar las culpas.
La naturaleza humana, y eso es cierto, tiende a desconfiar de aquello que es, por cuestiones tan obvias como puede ser el color de la piel, de un grupo diferente al suyo. Allá por el pleistoceno para que las enfermedades de la tribu de al lado no entraran en tu tribu se procuraba no tener contacto con ellos y como respuesta a ese instinto de supervivencia perduran hoy en día esos kilos de prejuicios.
Es verdad también que si no tuvieramos a quien echar las culpas y llegásemos a la conclusión que toda la mierda que nos llueve en forma de marrones (brown storming) fuera culpa nuestra probablemente nos quedaríamos en casa cortándonos las venas con el cuchillo dentado de partir el pan.
Será por eso por lo que, en realidad y llevando la contraria a todos aquellos que sueñan o soñamos con un mundo igualitario, este síndrome es un desarreglo cerebral.
Creo que estoy en la posición de afirmar que si todos tuviésemos el síndrome de Williams nos inventaríamos nuevas maneras de culpar a los demás (los del rabo largo, las de pelo corto...). Es parte de nuestros defectos de fábrica. Simplemente la tontería creernos tan estupendos nosotros y tan malos los demás nos hace seguir caminando erguidos como homo sapiens. Claro que si hablamos de otras cosas el cesped siempre está más verde en casa del vecino, que es de otra raza y culpable de mis miserias.
1 comentario:
Los que estan en Londres son Hindús y con los que se tienen problemas o se les hecha la culpa de casi todo es a los Pakistanies.
Pero eso como siempre son las mentes conservadoras del país, aunque de todo habrá tambien.
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