Mal dia para buscar

16 de octubre de 2024

Quiet mediocre y feliz ambición ( y herencia)

Cuando Javi acabó sus estudios de fisioterapeuta tenía muy claro lo que le deparaba el futuro. Su juventud había estado marcada por una gran actividad deportiva y sabía que sus compañeros de equipo, así como los de los equipos rivales, tenían la necesidad de un buen terapeuta que les hiciera recuperar en tiempo récord. "También"- me decía con cara de pícaro pero profesional- "estoy a disposición de todas esas mujeres que van al gimnasio o compiten y necesitan a un buen fisio". A nadie le amarga un dulce, por supuesto. No nos vamos a poner moralistas por admitir que si hay que tocar a alguien tenemos cierta predilección por los cuerpos firmes, jóvenes y atractivos. Está muy bien eso de decir que hay que poner a gordas en los anuncios de lencería pero a mi me gustan más las de Victoria Secret. Eso no es gordofobia sino gustos personales y en esos gustos Javi y yo somos coincidentes.

Un tiempo después de poner en marcha su consulta y dados los signos de mi futura vejez, fui a visitarle con una lesión en el hombro. "¿Qué tal va la consulta?"-pregunté. Me dijo: "¿Te acuerdas que iba a masajear a mujeres turgentes y firmes, con glúteos modelados y olor a flores?". "Si, claro"- respondí. "Pues te diré que la primera persona a la que atendí fue una señora mayor, destrozada por la edad, gorda que se me caía de la camilla por los dos lados, de un fuerte olor corporal y muscularmente casi irrecuperable".

La consulta sigue abierta, veinte años después. Maria de los Angeles deja su muleta al llegar y Javi, con más canas que yo, la atiende con una sonrisa. Lo excepcional, y de eso estoy seguro, es cuando una atleta profesional se tumba en su camilla. 

Yo, por mi parte, hago ordenadores como obras de arte. Pero sé que haré quince al año y el resto serán equipos fiables y duraderos de precio contenido y justo.

Como siempre, la realidad y los sueños viven en universos diferenciados. Se venden más KIA que Porsche 911 GT3. Si no soy capaz de gestionar mi frustración porque mi primer coche no es un superdeportivo, soy un infante, un niño inadaptado. Una persona incapaz de vivir en el espectro de la realidad que se queja muy fuerte buscando culpables ajenos a que la verdad no se parezca a nuestros mundos de ilusión.

El otro día me encontré varios artículos. Uno hablaba de la moda de la "Quiet Ambition" y cómo se refiere a la tendencia, disfrazada de cambio de valores, en la que hay que renunciar a trabajos que no te gustan porque para cobrar un sueldo de mierda en una labor incómoda, que la haga otro. Tiene un párrafo brillante: "Los boomers que se abstuvieron de todo lujo y ahorraron pacientemente para comprarse un piso, por pequeño que fuera, también hicieron mal pensando en el bienestar de sus descendientes. Porque para que tú puedas elegir no trabajar tiene que haber otro que lo haga y, si no estás dispuesto a limpiar baños porque no es una tarea que te haga sentir realizado, es que te parece bien que sean otros los que se ocupen del asunto. No creo que haya ejemplo de egocentrismo más narcisista que el de quienes son capaces de despreciar de un modo tan insultante el esfuerzo de sus mayores. Creerán que están aquí por generación espontánea y que ellos, a diferencia de los tontos y demás idiotas que nos dejamos esclavizar, merecen ganarse la vida como marqueses. ¿Cómo van a saber que son clase trabajadora y que todos y cada uno de los derechos que tienen se ganaron con sudor, lucha, sangre y cadáveres? ¿Cómo van a sentirse reflejados en esa memoria si su espejo son influencers ecopijas que les enseñan mindfulness y ricos que les hablan de estoicismo?"

El otro artículo, al que me referenciaron por la facilidad en la que me hierve la sangre a veces, se refería a los beneficios psicológicos de vivir en la mediocridad. No te esfuerces, no te dejes la piel y acepta que no vayas a brillar. Ojo, que no es porque no puedas (ya que puedes alcanzar todo lo que te propongas), sino que quizá el aprendizaje de vivir mediocremente resulte mejor y, al fin y al cabo, estamos aquí para ser felices. Es lo mismo que asegurarte que si no tienes a tu lado a Linda Evangelista ( la de 1989) haciendo unas croquetas de jamón riquísimas en la casa de diseño del centro comprada sin hipoteca a la que llegas en un Porsche 911 GT3 negro, no es en absoluto porque no puedas sino que has de saber que vivir con Mari Carmen, de Burriana, en un piso de 35 metros alquilado en las afueras, también te puede hacer feliz. Y para eso, además y sintiéndolo por Mari Carmen, no tienes que esforzarte.

No soy capaz de descubrir ese punto en el que pasamos de admirar a ídolos distitntos. Un ídolo lee mucho, escucha los discos completos, dispone de opinión formada, tolera al que no piensa como él y acumula méritos para un futuro mejor. Otro se enorgullece de no tener televisión, no ser manipulado por la comunicación, no lee, sólo escucha los quince primeros segundos de spotify y cacarea discursos que son, a la vez, buenistas, victimistas y egoistas. Ahora hacemos chistes del tonto que madruga para ir a trabajar mientras los estupendos llegan del after. Hay miles de fábulas sobre ello pero no salen en TikTok.

La segunda generación del estado del bienestar se caracteriza por despreciar la meritocracia que les hizo disfrutar de lo que les sostiene. Supongo o espero que la única diferencia es que Javi se percató de la realidad con 23 años y su primera clienta. Mi sobrina lo hará el día que se quede sin trabajo y el dinero que herede, a los 50. Me canso de leer que la generación Z tiene muy claro que su pensión será la herencia que les dejen los boomers y mientras tanto solamente esperan que se mueran con algo de patrimonio.

Eso si no nos han comido los chinos antes.

10 de octubre de 2024

Vivir al borde del apocalipsis

Para la prensa todos los días son la víspera del fin de los tiempos.

Para Maria del Carmen todos los hombres que la miran por la calle son, en potencia, la relación estable definitiva y feliz que durará siempre.

Ni una cosa ni la otra son estadísticamente viables pero es bastante entretenido considerarlo. A unos les da lectores y a la otra un sonrojo en la mejillas muy agradable.

Tampoco es cierto, y lo admito, que esa última decisión sea la que termine conmigo hecho un ovillo en el pozo del fracaso absoluto tras una vida esforzada y sin ningún resultado tangible. Mi madre dice que siempre que llueve, escampa. Mi padre afirmaba que siempre se puede hacer mejor y mi abuela que no hace falta buscar mucho para encontrar a alguien por encima y alguien por debajo en cualquier asunto en el que tengamos a mal compararnos.

Una de las pocas ventajas que tiene vivir creyendo firmemente en el borde del acantilado del desastre es la capacidad de estar atento. El problema de estar atento es que no se puede todo el tiempo. Al final, acostumbrados al riesgo, los funambulistas son capaces de pensar en que se están quedando sin leche en la nevera mientras van de un lado al otro por el fino cable de la vida. La siguiente vez en que estemos seguros que llega la debacle tendremos una vocecita en la cabeza asegurando que lo más probable es que no suceda. Hay un disco que se titula "Existen moscas que se relajan durante el vuelo".

Es después, unas semanas después, cuando podemos ser conscientes que ya no va a volver a llamar o que lo que parecía ser un punto de inflexión, lo era. La última conversación, el último día que disfrutaste en un partido, la vez que ya no volviste a usar messenger o el final del concierto de tu grupo favorito no eras consciente que era definitivo. Normalmente las circunstancias no van acompañadas de alarmas metereológicas mientras los huracanes del destino te arrasan poquito a poco. Quizá, como las guerras, son dramáticos ajustes que hacen sitio a nuevos tiempos e incluso nuevas gentes. Podría compartimentar mi vida basándome en los tipos de personas que me rodeaban en cada momento: el grupo con el que compartía los recreos del colegio, los que estuvieron a mi lado en los azarosos tiempos de la adolescencia, quien compartía los apuntes de la universidad, la gente del trabajo, los amigos de mi pareja. Es raro que alguien pase todos esos filtros y dicen que no llegan nunca a cinco personas. Nadie sabe nunca el motivo por el que perduran. El resto de la gente, seguramente, no encajaría. A ese tipo tan listo con el que pasas tiempo charlando delante de un vino bueno jamás le hubieses elegido para el equipo de baloncesto del recreo. 


Si algo tiene vivir al borde del apocalipsis es que es la excusa perfecta para vivir en el cortoplazo. Emborracharse rápido, follar vigorosamente, gritar por la ventanilla del coche, ponerse dramático, exaltar la amistad, arrasar con los ahorros, dejar que la ansiedad conduzca el vehículo de las decisiones y justificarlo todo porque es la última vez.

También es la estrategia perfecta de los vendedores. "Solo por tiempo limitado". En esos casos no depende de la calidad o utilidad del producto. 

A ver si al final ese ametrallamiento excesivo con las más horribles tormentas, las olas de calor definitorias, las enfermedades epidémicas, el caos social, la fractura económica y la posibilidad de guerra termonuclear mundial van a ser solamente estrategias para que vivamos sin pensar en pasado mañana porque ayer ya fue el fin de los tiempos.

4 de octubre de 2024

No te deseo lo peor.

En cierta ocasión me llamó una amiga de Logroño y me dijo: "Ayer conocí a un tipo y al final, cosas que pasan, terminé en su casa. Por la mañana me dice que si me puede pedir algo y yo le preguntó qué. Entonces me dice que si le puedo regalar mis bragas.". Obviamente yo pregunté: "¿Qué hiciste?". Noté un soplido de desdén al otro lado de la llamada. "Se las dí y le pedí que jamás, en su puta vida, se pusiera en contacto conmigo. Al fin y al cabo, eran de las feas".

La primera sensación de ese tipo de anécdota es que el muchacho en cuestión es un chalado. Me puedo imaginar un cajón repleto de bragas ( usadas, por supuesto) que se pone sistemáticamente en la cara, presionando con su mano izquierda mientras se masturba con la derecha. Visto así, descalzo, con un montón de pelos en el culo y la espalda arqueada como un mono onanista, resulta muy poco agradable. También hay que pensar que hace uso de su libertad y eso es cosa de cada uno. Que nadie es sensual a todas horas y que reconocer lo que nos disgusta y nos gusta es un avance dentro de la introspección necesaria en todo ser consciente de si mismo. Quizá es más confiable alguien capaz de verbalizar, en un entorno de confianza como es un despertar post coital, sus propias filias que quien lo niega en todo momento. Si a tu marido le gusta vestir liguero sería preferible que no tenga pudor a ponérselo contigo  a que te lo encuentres encima de una carroza del orgullo con tacones a juego y una tanga muy pequeña.

El autoconocimiento, como punto de partida, es un "must" que dicen los modernos. Pero no me vale un autoconocimiento verbal, sino empíricamente demostrable. Si yo quiero una relación adulta y estable, basada en la confianza y en el respeto mutuo lo que no puedo hacer es llevarme a casa a un argentino de 25 años que conocí en los baños de un after jurando que es muy maduro para su edad porque recorre el mundo con su hatillo a la espalda. Tampoco me vale cuando Maria José, heredera de un divorcio traumático y que aseguraba estar harta de hombres inmaduros, pone doscientas veinte fotos con Ramón  esperando que el mundo le felicite por encontrar, en veinte minutos, el amor verdadero retransmitido casi como un directo de Twich. Sus fotos aftersex, sus montajes horrorosamente enfocados correteando por la playa y todo el proceso de elaboración de las cenas del amor. Cuando yo estaba convencido que nada era capaz de superar a una adolescente haciéndose fotos en todos los espejos de los baños que visita, junto con las fiestas a las que va y las comidas ultraprocesadas que consume, llegó Maria José subida en lo alto de la montaña rusa del amor publicitado.

No te deseo lo peor pero si no estás preparado, desde arriba, solamente hay un veloz camino hacia abajo. Con susto.

Las personas excepcionalmente felices en sus proyecciones públicas, tengo la teoría, están podridos por dentro. La pareja, sonriente, que lleva a sus hijos al colegio todas las mañanas en sus bicicletas eléctricas, ella con la niña en blanco y él con el niño en negro, ambos con sus cascos de ciclista a juego, deben de ser una familia infernal en la intimidad. Unos traficantes de órganos asociados a la mafia calabresa. Defraudadores de impuestos. Especialistas en trata de blancas. Vendedores de productos mágicos en Internet. Son los mismos que, cuando eres capaz de reconocer que no estas pasando por un buen momento, se empeñan en torpedearte con consejos de la tercera división de autoayuda. No lo hacen por empatía sino porque disfrutan y necesitan ratificarse en que están mucho, muchísimo mejor que tú. La diferencia entre la gente aparentemente feliz y el tipo que se acostó con mi amiga de Logroño es que ellos huelen bragas en la intimidad y si les cuentas la anécdota del principio, ponen cara de asco.