Hoy se cambia la hora. A las 3 vuelven a ser las 2. Puedes corregir los errores que cometiste en ese periodo de tiempo, puedes volver a acercarte a esa chica o a tomarte otra vez esa copa y volverla a pagar. Puedes volverte a levantar y miccionar como si fuera un dejavú urinario, como si volvieras a por una botella de agua porque se acabó la de la mesilla. Puedes volver a abrazarte o intentar recuperar la sábana que te robó, en un sueño lejano, quien se acuesta a tu lado.
Puede ser que a las tres vuelva a ser 1975, por lo del poder adquisitivo.
Porque en 1975 no soñábamos con un teléfono de bolsillo ni había microondas. El sueño de la gran familia española era tener un Seat 124 y los viajes a la playa eran más intensos que ir a Punta Cana en el 2003. Por alguna razón, quizá por culpa de Imanol Arias o la erótica infinita de Ana Duato, parecían unos placeres de ricos al alcance de nosotros, si es que nuestro nada pingüe sueldo nos lo permitía.
Ahora creemos, quizá por el neuromárketing, que si no llevamos al trabajo un Porsche 911 y pasamos las vacaciones con cien sirvientes de los que quejarnos como el cliente selecto que somos, somos infelices. Tener un Opel Corsa de tercera mano hasta suena perroflaútico.
Lo cierto es que pasamos, en muy poco tiempo, de aprender usos y costumbres, de las titulaciones en maestría industrial, de los contables con caligrafía demostrable y de las costureras que contaban las intimidades de los vecinos a los directivos con traje de Armani, las aplicaciones contables en la nube y Zara para lo casual y Hugo Boss para las ocasiones especiales. Las intimidades, hoy, se comentan en Tele5. Ahora mismo no sé donde se quedó el punto medio pero cuando veo una charla en la que emplean las palabras "dinamismo" , "modernidad" o "sensorial" pienso directamente que me están engañando cómo cuando antes vendían enciclopedias por las casas.
Por supuesto que a lo bueno todos nos acostumbramos con facilidad, hasta los que no se lo merecen. Sobre todo, curiosamente, los que no se lo merecen y que son los que aprendieron sus derechos antes que sus deberes. Los que nos robaron y luego se sentaron a ver cómo los demás les rescataban sin que nadie les cambiara el coupé por un Seat 124. Son, también, los que consideraron que por existir debían tenerlo todo y, por supuesto, los que estabamos más preocupados por la manicura que por ensuciarnos las manos.
Hace treinta años los padres venían manchados con el mono de trabajo a casa y quien sabía inglés era directivo. Hace quince años las universidades cagaban directivos que no sabían coger un destornillador. Ahora ni se sabe coger un destornillador ni, por supuesto, se habla bien inglés. Hay un paso intermedio que no soy capaz de recordar, quizá porque nunca se dio y porque nos gustó pasar de 0 a 100 más rápido que un Ferrari.
Quizá por eso el reloj, hoy, vuelva hacia atrás.
No es una regularización de las horas de luz por el bien ecológico en nuestro consumo energético. Mañana volverá a ser 1975, a ver si podemos ir de 0 a 100 pasando por todos los números.
O volverá a ser 1975 porque ya se ha ido todo a tomar por el culo, que es otra opción. Tampoco estoy muy seguro.
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