Mal dia para buscar

27 de agosto de 2011

Lovemark

Lovemark es un concepto acuñado en 2004 en un libro para definir, más o menos, ese extraño proceso que permite que en vez de asumir que estás bebiendo agua carbonatada marron con un toque de caramelo pienses que tienes dentro de ti la chispa de la vida.

Tiene incluso su propia página web, como era de suponer.

Lo curioso de todo ello viene desde la "viejuna" idea aquella, al absoluto estilo de la candidez de Julia Roberts, preguntando a Richard Gere qué es lo que fabricaba para ser rico en Pretty Woman. "Nada"- le respondía él después de un breve balbuceo. Algún amigo, amante del marketing y ocasional profesor del mismo, afirma que el éxito de un producto, una marca o un bar viene dado en un 70% por la capacidad que tenga de despertar los sentidos del consumidor más que por la realidad que pueda existir en la diferenciación o calidad del producto final. No es importante, viene a decir, que hayamos inventado nada e incluso que lo ofertemos de manera diferente sino que demos con el estímulo adecuado para que el usuario final crea que aquello le puede llevar al nirvana de la sociedad contemporánea y diferenciarle de sus iguales. Apple, Google o Ikea, que no han inventado ni el teléfono, ni los buscadores, ni los muebles, son unos fenónemos en ello. "Es lo mismo que ser el tipo perfecto, con la materia prima perfecta pero el que se lleva a la cama a la chica es el sonriente muchachote de zapatos lustrosos que tiene el don de decir las palabras mágicas aunque su materia prima esté más podrida que la madera de un tresillo tirado a la basura".

Basándonos en esa realidad (que afecta principalmente a las mujeres) en el que la composición técnica o el resultado final del producto a comercializar se sitúa en una segunda fila en el éxito comercial (social o sexual) yo me preguntaba si acaso eso no terminará llevando la evolución técnica de nuestra cultura hacia atrás.

Hace no muchos años la publicidad decía que aquel coche corría más, que duraba más, que consumía menos. Decían que aquel detergente lavaba más blanco e incluso aparecía un señor con un algodón para demostrarte que los azulejos quedaban impolutos. Ahora esas demostraciones huelen a teletienda y en prime time llueven sobre ti unas tormentas de sensaciones que te llevan a comprarte aquel coche, intentando considerar que es bueno, porque en tu cerebro se metió la idea de que, ahora, te gusta conducir.

Quizá acaben algunas personas, si no lo están ya, poseídas por esas ideas.

Que viene a a ser darte cuenta de la estupidez de algunos actos que cometemos pero grabamos con el iphone, lo buscamos en google mientras nos sentamos en la silla de Ikea y esperamos que la guapa sin conversación o el fornido de camisa apretada se despierte de la cama (para irse a su puta casa y dejarnos en paz).

Y resulta tan absurdo como un vídeo realizado en Madrid este verano sobre lo ridículo que resulta una persona viviendo lo mismo que le venden en los anuncios. Pero, y eso hay que reconocerlo, el ser humano no es capaz de vivir siempre de una manera correcta y cerebral. Yo me equivoco miles de veces (cada dia) buscando las sensaciones que se supone que tengo que vivir. Es más, ahora mismo voy a la ducha para ver si soy capaz de cerrar los ojos y pensar que estoy bajo una cascada de aguas cristalinas en medio de la selva, con un cuerpo atlético, sin vello corporal y que en la orilla me espera una mujer de cuerpo escultural, piernas interminables, larga melena rubia y que, además, me adora. Gel de ducha, pero con un anuncio que me pone. No pasará, pero ya consumí. Cada uno tiene su lovemark, algunas las tienen todas.

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