El equipo de delitos informáticos de la Guardia Civil es un grupo francamente bueno. Puedo afirmarlo. No hay muchos tipos de gran currículum, pero sí muchos freaks. En otros cuerpos de seguridad la contratación de los responsables de dicho departamento se ha hecho a base de titulazo cuando, eso lo hemos de reconocer, en el terreno de la informática ser autodidacta genera unos resultados superiores a que te hayas podido pagar 7 u 8 másteres del universo.
En cuestiones de máquinas a motor todos conocemos al buen muchacho que no quiso hacer ingeniería superior en la rama de mecánica porque le molaba desmontar, primero el autocross con el que conducía como papá, y después el coche con el que conducía papá. Ahora mismo está con un mono desgastado cambiando el aceite en ese pequeño taller con la foto de Samantha Fox al fondo que hay en la esquina de un barrio popular de tu pequeña ciudad.
Lo cierto es que hasta hace unos años aquella repetida frase de mis padres que asociaba un título a un trabajo se ha convertido en papel mojado para algunos y condición obligatoria para otros.
Ayer dos colas circulaban en la caja de ahorros autóctona. En una un señor trabajador de más o menos 55 saludaba por su nombre a cada cliente, recogía los ingresos o pagaba las pensiones, explicaba a las jubiladas cómo utilizar el cajero automático y se movía con la determinación lenta pero certera que da la experiencia. En la otra cola un buen joven de corbata planchada, pelo engominado, sueños de interventor y camisa blanca con un detallito moderno ponía problemas burocráticos a cada gestión que llegaba a sus manos mientras exasperaba a quienes aguantaban estoicamente su minuciosidad casi funcionarial. Como aquello es un banco resulta más que probable que uno se muera en su puesto mientras que el otro muchachote termine luciendo el título de empresariales tras la puerta de director y diga cosas interesantísimas sobre el pasivo circulante a algún jubilado que busque cómo hacer que la pensión le rente un poco más.
Sin embargo la tendencia laboral parece que está cambiando porque me han contratado un par de veces a mi, que soy un mierda con kilos de experiencia. La última vez que lo hicieron, como quien se lanza al vacío, me estuvieron explicando que en el mundo de la formación habían llegado a la conclusión que existen determinados formadores que saben mucho más que aquellos que se han dedicado a memorizar teorías porque, precisamente, lo que reclama el mundo son respuestas más que hipótesis que pudiera llegar a dibujar un mono muy listo que nunca se ha subido a una liana.
Siempre critiqué con furiosa cólera a todos aquellos que consideraban que un título era mejor que años de experiencia porque pensaba, de una idealista manera indigna de mi, que era más importante ser listo que ser inteligente. También es cierto que aquella mujer, admiradora de los títulos esdrújulos, me hacía sentir menos que el gilipollas sonriente de turno mientras que él hablaba y se regodeaba en sus estudios de investigación cuánticos o probabilísticos en múltiples universidades centroeuropeas. Y es que la gilipollez siempre va rellena de glamour (y de premios IgNobel)
Hoy en día, aparte de los futbolistas, muchos de aquellos envidiados por la sociedad pertenecen al grupo de tipejos con talento que pusieron por encima su manera de hacer las cosas a sus diferentes títulos universitarios. Ojo, que si sumamos preparación y experiencia ya rizamos el rizo de la excelencia porque no quiero decir que esos papelillos que decoran tu pared no tengan el gran valor de demostrar que estas capacitado para hacer perfectamente algunas cosas (o que diferencien a un curandero de un médico). Hoy en día muchos contratadores (excepto los anacrónicos organismos públicos) han aprendido a valorar positivamente la experiencia que figura en las últimas líneas de tu currículum porque, en definitiva, se te contrata para que hagas algo y lo hagas bien.
Lo que estoy diciendo es que quizá sea mejor demostrar que sabes hacer (o aprender a hacer) tus labores el dia que te sientas en una mesa suplicando un nuevo trabajo. Yo, cuando contrato, prefiero que vengan despiertos desde casa o desde esa universidad que vive, como una ministra de sanidad con título (aunque no sea de médico), a espaldas de la realidad.
Además creo sinceramente que éste es un cambio justo que nos ha generado la bofetada que nos hemos pegado a golpe de crisis los últimos años en los que nos rodeábamos de teóricos sin que nadie supiera hacer nada. Es más, de vez en cuando me llaman para dar una charla remunerada, que siempre viene bien.
Pd: remember "La arrogancia académica"
2 comentarios:
En España, durante muchos años, hemos tenido un ataque de “titulitis”. Yo creo en el talento de las personas, en el buen hacer, en la capacidad de aprendizaje y la motivación, independientemente de si cuelga un diploma o no en su pared. También creo en las primeras oportunidades, porque por algún sitio debe comenzar la experiencia, pero ante todo considero que el problema está en un sistema educativo que te aleja de la realidad laboral, que te hace memorizar puntos y comas que se olvidan a los dos días y que te impide aplicar teorías a prácticas.
A veces resulta más interesante contratar a gente que no haya trabajado nunca (y enseñar desde el principio) que perder tiempo en desaprender hábitos adquiridos en trabajos anteriores.
Más importante que la cualificación y la experiencia es el potencial (término más elegante que el talento, tan sobrevalorado).
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