Ayer hablé con mi nonagenaria madre. Le conté, intentando disfrazarme de monologuista, que me había levantado con dolor en un hombro fruto de haberme pegado con alguien mientras dormía. Una molestia de esas que se despiertan contigo cuando no las habías invitado a dormir. Al principio de la mañana, le dije, un jubilado que venía a configurar su móvil se percató que me movía con dificultad. Así que me explicó que tenía, como suele ser, un remedio infalible. Se puso tras mi espalda. Sujetó con una mano mi tronco y con otra presionó el hombro con intención de desencajar los dolores. Me hizo daño y me explicaba que eso significa que la contractura estaba solucionada y que en unos instantes me iba a encontrar mejor. Me lo dijo con ese orgullo del que ha hecho la buena obra del día. Se lo agradecí y decidí no cobrarle nada por eliminar esa aplicación de supuesta limpieza que le había llenado el teléfono de publicidad y lentitud. Tres horas después no me dolía el hombro. Me dolía el hombro, la espalda y hasta debajo del sobaco. Tosí un poco notando unos pinchazos horribles a lo largo del costado y descubrí, con sorpresa, que era incapaz de mirar a la derecha ( cual intransigente zurdo medio). A mi me parecía, por la noche y con los dolores ya más reducidos a base de medicación y cuidado, una anécdota divertida para dar la sensación de compartir con mi señora madre el día a día. Al fin y al cabo ella disfruta sintiéndose parte de la vida de sus hijos.
Curiosamente ella actuó de forma refleja y me preguntó si había ido al médico. Hoy me mandó un mensaje preguntándome por mis dolores.
El motivo, en su punto último, es que quien es madre lo es siempre. Que incluso necesita seguir siéndolo aunque ya haya pasado esa labor con mayor o menor éxito. Si no lo es, si no se siente útil en esa labor, es atrapada por la tristeza de la irrelevancia. A veces las madres que tienen esa sensación de que los hijos ya no les necesitan se centran en los nietos. Cambia el objeto pero porque necesitan mantener la actividad. No hay ninguna crítica sino la certificación de una obviedad.
Es algo extensivo a otras facetas, edades y activismos de la vida.
Un aficionado a su equipo de balompié, de esos que van de viaje con el club, se busca otro cuando el suyo baja más allá de tercera. No es que no ame sus colores pero siente más amor al hábito hooligan. Hay quien necesita siempre actuar como un ser enamorado hasta el merengue, aunque cambie el objeto del amor de vez en cuando. No quiere tanto a su amor sino a las actividades intrínsecas al enamoramiento.
Existen, como todos sabemos, manifestantes muy enfadados por motivos justos. Se juntan, se identifican y consumen merchandising fabricado en china con simbología incuestionable. El problema o el vacío aparece en el momento en que aquello por lo que se manifiestan se soluciona o cambia. En ese caso viven un síndrome de abstinencia ideológica que rellenarán con la nueva reivindicación. No quita, en ningún caso, que esas reclamaciones sean injustificadas. Significa que es tan importante su satisfacción moral como la desigualdad por la que gritan. Normalmente, en este mundo modernísimo y sobreinformado, la desigualdad les importa algo menos porque hay conflictos que siguen vivos pero no es cool manifestarse por ellos.
La primera reacción ante la madurez de los hijos o los conflictos en proceso de solución es convencerse de que no se ha arreglado nada o que los hijos siempre son niños. Algunos necesitan creer que , después de llevar 50 años muerto, Franco está vivo. Otros necesitan vivir con la certeza falsa de que la banda terrorista ETA todavía mata a gente por la calle, culpables de pensar mal. Normalmente, como mi madre, han estado tan acostumbrados a que su vida gire alrededor de esa certeza que cuando no es tan cierta, la inventan.
Dispongo de la suficiente edad como para haber visto manifestaciones de todo tipo. Conozco a quien se ha manifestado por todo lo que estuviera de moda moral en ese instante. Da igual que fuera el hambre de Africa, las matanzas de la disolución de Yugoslavia, las mujeres que viven en países árabes, Ucrania, el asesinato miserable de Miguel Angel Blanco o incluso la defensa de una Euskadi independiente. Hay quien ha vivido reivindicaciones en forma de oximorón como quien ha votado a Podemos y luego a Vox, porque lo que necesita es fastidiar. (Conozco un caso).. Ahora resulta que estamos en un momento en el que salir a la calle con un palestino al cuello y gritar muy fuerte puede que deje de ser de actualidad. Soy de los que creen que da lo mismo si el propio Satanás evita muertes porque lo que importa es que deje de morir gente. Espero, con expectativas casi infantiles, que esa guerra infinita de dos niños enfadados irracionales y armados se reduzca e incluso pudiera parar hasta la próxima temporada.
Igual que hace mi madre cuando parece que necesita que me duela algo, observo cómo hay quien necesita que no se arregle nada porque se quedarían sin manifestación.
Si, por lo que sea, se arregla la ultima injusticia number 1 en las listas de conflictos, estoy ansioso de descubrir cual va a ser la siguiente moda reivindicativa. Es lo mismo que iba a pasar si en vez de no tener descendencia, me pidiera mi madre cuidar a mis hijos porque ya que ha descubierto que no tiene que cuidarme a mi. La diferencia, y siento decirlo de manera cruda, es que a mi madre le importarían sus nietos mucho más que a algunos activistas sus pobrecitos mártires lejanos. Mi madre se mancha las manos limpiando los mocos de los niños, que eso es más sucio que gritar de seis a siete.
Claro, que también hay progenitores que maltratan o no cuidan a sus hijos aunque vayan por ahí jurando lo muchísimo que les quieren, salvo que haya partido. O manifa. O concierto. O.
Pd: Leo a estas horas que Maria Corina Machado, opositora venezolana (y quizá, su equipo, ganador democrático de las ultimas elecciones en aquel país sin haber llamado a la revuelta armada contra una dictadura poquito encubierta) ha ganado el premio Nobel de la Paz. Estoy esperando a ver cuando llaman fascista al jurado y recuerdan que Alfred propuso los premios porque se sentía culpable por haber inventado la dinamita. Así que es un responsable de muertes y, por tanto, facha. Claro que también se lo dieron a Obama por nada. Y Marie Curie, dos veces facha. En fin...
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