Mal dia para buscar

17 de junio de 2025

La vida es un arcade cabrón.

Los juegos arcade no terminaban nunca. Empezaban fácil, con alguna dinámica sencillísima y después, simplemente, cada vez eran más rápidos. Poco más. Podían poner alguna barrera en el tetris o cambiar un poco el laberinto del PacMan, pero era una cuestión de velocidad. No tenían fin y esa era su característica básica.

Después llegaron los ordenadores y la gracia del juego o de la aventura era terminarlos. Lo cierto es que los que hacen juegos se dieron cuenta que el dinero ya no llegaba por la cantidad de monedas introducidas ( es decir, la cantidad de partidas jugadas) sino por la experiencia del juego en si. Entonces llegaron las aventuras.

Mas tarde llegaron los juegos gratis con compras dentro de él. Esto es como darte una droga pero tener que pagar por el antídoto cuando descubres que no puedes hacer gran cosa con la versión gratis.

En todos los casos siempre han existido tramposos y en otros cambiaron los juegos para que tuvieran un final ( el record de acabar el tetris son algo mas de 40 minutos). No es solamente descubrir donde están las salidas en las aventuras sino programas que te ayudan con los Cheat (trampas) y eso también es parte del negocio. Al fin y al cabo los programadores del Serious Sam 3 programaron un enemigo IMPOSIBLE si detectaban que tenías una copia pirata. Es decir, que no es que siempre haya una solución sino que si hay una solución es porque el creador te la ha dejado ahí, más o menos a la vista. Se parece sospechosamente a la vida, donde tambien hay enemigos imposibles. Como en la vida, también, con dinero es más sencillo avanzar en el juego.

Hay quien afirma que la manera de saber cual es el camino correcto en un juego es ir por allá por donde hay enemigos. Si todo es plácido y tranquilo, no es el camino. Eso nos lleva, a algunos que llevamos jugando desde es Spectrum, a enfrentarnos a retos más complicados creyendo que esa es la dirección adecuada.

De todas formas la vida tiene un poco de juego arcade porque dura todo el rato hasta que mueres. La única diferencia es que no siempre es más rápido o más dificil, sino que es de ritmo variable. Mi señora madre, a sus 93 juega, pero despacito.

Y la vida también tiene un poco de juego porque se supone y te cuentan que es entretenidísima y maravillosa. Que vivir es un goce divino fantástico. Que todo es enamorarse, los atardeceres, la amistad, unos pájaros cantando no demasiado fuerte al lado de la sierra y el crisol cultural que te embarga y te hace sentir lo bueno del ser humano. Al igual que cuando no logras pasar una pantalla y acumulas toneladas de frustración nadie te habló de la soledad, el desamor, el barro, sentir las quemaduras del frio en las manos y las traiciones. Después, cuando estás en el lecho de muerte retorciéndote de dolor porque el cáncer de huesos te ha roto las vértebras, intentas convencer a los que son más jóvenes que vivir merece la pena. Lo haces por venganza, admítelo. Es lo mismo que no contar cómo se pasa la pantalla.

Así que sí, la vida es un juego arcade cabrón. No cabe duda.

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