Una de mis amigas está triste.
La conocí hace diez o quince años. Una mujer inquieta, atractiva, resolutiva. En aquel tiempo ella vivía uno de esos momentos que casi todos hemos pasado en alguna ocasión en el que crees que eres el rey del mambo. Ganaba dinero, sentía la forma en la los hombres la miraban y disponía de esa sensación en la que se cree que se puede todo. El primer error que aceptó haber cometido era acostarse con su jefe. Quizá porque estaba casado y porque todas esas promesas de quererla eternamente en cuanto pusiera en orden su divorcio descubrió que eran mentira. Como buen comercial que era le había hecho escuchar todo lo que quería oir hasta "venderle" el producto. Aceptar que no era cierto y sentir el vacío de quedarse sin trabajo le llevó a tomar una determinación. Quería ser mujer florero. No trabajar. Cuidar a los hijos de su matrimonio. Tomar un café después de dejar a la prole en el colegio. Ir al gimnasio. Comprarse un coche deportivo y compensar todo aquello con fidelidad extrema a quien decidiera comprar ese pack. Lo logró.
Dejó de trabajar. Se casó. Pasaba por mi tienda a saludar si el día no era de playa. Se quedó embarazada y feliz. Se comió todas las gominolas que encontró con la excusa del embarazo y no perdió la parte que debiera de todo ese peso después de iluminar a un pequeño y juguetón varón. He de suponer que eso completaba, con el perro y el marido camionero, la colección casi completa. Se quejaba del poco gusto con el que había dibujado la cabina y quizá es por eso que cuando me encuentro, en carretera, a un camión cargado de luces y motivos dibujados con aerógrafo que bien podrían ser los Autos de Choque Heredia, me pregunto si es aquel.
El caso es que tampoco la he visto mucho en los últimos años. Sé que el perro se murió y que el niño empieza a tener edad de cosas de niño antes de que lleguen los tiempos de adulto. "Al menos"- me seguía insistiendo como si fuera algo válido-"sigo sin trabajar y dedicándome a mis cosas. A veces le hago los papeles de las cosas del camión y nos vamos de vacaciones a todo lujo. A veces con su hermano, que no me cae bien, pero es lo que es". Me ponía cara de circunstancia. Un día aparcó delante con un audi RS no sé qué blanco larguísimo y ruidoso quejándose de que corría demasiado para su gusto.
La ultima vez apareció contándome que está triste.
"Llevo un par de bares y tengo 17 personas a mi cargo"- me dice. "Es un estrés". Le recordé que ella no quería trabajar y me puso cara de circunstancia. "Son los negocios de mi cuñado, que los hemos puesto a mi nombre". Puse cara de extrañeza. "En realidad se dedica a la compra y venta de coches de alta gama. Le va muy bien. Se ha hecho con medio pueblo". Como siempre que algo chirría, arqueé las cejas. Mi señor padre comerció con vehículos toda la vida y no nos daba para tanto. "¿A tu nombre?". Titubeó. "Es que en su situación había que ponerlo a un apellido que no fuera de la familia". Me quedé esperando que desarrollara el argumento. "¿No leíste el periódico?". Negué con la cabeza. Resulta que al muchacho le habían detenido, conduciendo un Porsche GTR3, por ser el cabecilla de una organización con un transporte de seiscientos kilos de cocaína y algún delito de sangre a las espaldas. Un bendito. Supongo que de los que pagan al contado y si hay que ir de vacaciones, al mejor sitio no tiene por qué, pero al más caro, si.
Entonces pensé en todas esas personas que viven, de una forma u otra, saltándose las normas.
La manera más fácil de ganar en un juego es hacer trampa o exigir que los demás deban atenerse a normas que tú no vas a cumplir. Muchas veces recuerdo "El castañazo" ( 1977) donde un mediocre equipo de hockey empieza a ganar tras volverse ultraviolento. Hay demasiados ejemplos de políticos capaces de prometer cualquier cosa hasta que logran el poder y renegar de lo que dijeron. Los comerciales de los productos infames. Las contabilidades creativas. Copiar en los exámenes. Excesiva cantidad de resultados ponen en entredicho el esfuerzo, la honestidad y el sacrificio. Un inculto sin escrúpulos, violento y traficante, estoy seguro que se ríe en la cara de sus compañeros de clase que hacen horas extras para pagar la hipoteca después de cumplir con las obligaciones fiscales.
Hay varias enseñanzas complejas que uno interioriza de pequeño. En una de ellas te enseñan que con esfuerzo, bondad, generosidad y trabajo casi puedes llegar a cualquier sitio. La otra es que el tiempo termina poniendo a cada uno en su sitio. Pasados los 50 estoy en disposición de ponerlas en duda. "Es gordo todo"- "me dijo con confianza". "Quizá esté un par de años en la cárcel. Pobrecillo, le van a poner una multa de varios millones de euros. Por eso están los bares a mi nombre. No vamos a echar a 17 familias a la calle por culpa de la policía". Como no tengo comedimiento verbal comenté que de pobrecillo no creo yo que haya que tildarlo y que vivir de los beneficios de la extorsión y las drogas es, a todas luces, miserable.
Se echó a llorar. "Tú también te metes conmigo"- me dijo como si yo hubiera sido culpable de algo. Cualquiera diría que traigo cocaína en los discos duros en vez de trabajar 60 horas a la semana y sentirme imbécil cuando un tipo que juega sin normas va a salir de la cárcel dentro de dos años con paro y los beneficios a buen recaudo.
Cuando alguien juega sin normas pasan estas cosas. Y jode porque deberían expulsarle para siempre del juego y, a veces, te queda la sensación que no es así. Que ganará las próximas elecciones, que harán una tercera Rumasa o que la siguiente vez le pillarán con dos toneladas de farlopa.
Hace unos días fueron a dar un premio a un funcionario de Cádiz por su esforzada labor durante muchos años y descubrieron que llevaba seis años sin aparecer por el trabajo.
Y tú, rezando para poder pagar la trimestral.
¿Te he contado cómo una amiga estaba triste por tener que gestionar una empresa de hostelería con varias delegaciones y algún que otro inmueble?. Pues eso.
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