Mal dia para buscar

26 de abril de 2017

OOO-EEE (56 historias de amor para leer en el water)

(he empezado a escribir un boceto de segundo libro mientras descubro que buscar editorial para el primero es un infierno). . El título previo puede ser: 56 historias de amor para leer en el water. No es mal título.
Comienza así, pero con nombre

1- OOO

Supongo que todo empezó con OOO, al menos eso dice mi recuerdo. Un recuerdo lejano, de esos que están allá donde se empiezan a recordar las cosas y que es, no nos engañemos, sobre los siete u ocho años. Hay estudios que afirman que no se puede recordar nada efectivo antes de los cinco,  que todas esas monerías y que toda esa multitud de elementos que marcan la personalidad durante toda la vida se olvidan o se quedan en una parte extraña del cerebro. No soy capaz de recordar nada de antes pero tengo una imagen formada de ello gracias a los recuerdos de mi madre y de mi hermana mayor. También de las fotos de los álbumes que mi padre guardaba y de las que cuelgan de los bares con solera del lugar donde veraneábamos. Laredo, antes del cambio climático, cuando llovía al menos una vez cada semana del verano.

El caso es que a mí me gustaba aquella niña. Me gustaba verla nadando, porque nadaba muy bien y yo siempre he sido un temeroso del Cantábrico. Me gustaba ver que tenía mucha determinación para sus seis años. Vivía en el cuarto piso, en el edificio que hay a la derecha del mío. Se parecía a Bonnie Tyler. Mi tía Paquita decía que tenía cara de garbanzo porque su cara era redonda pero a mí me gustaba. De alguna manera descubrí que después de comer sus padres se echaban la siesta y yo aprovechaba para salir de mi casa con la bicicleta y aparcarme en su portal. Subía a su casa y teníamos el salón para nosotros. Es tonto pero jugábamos a las cartas, exactamente al cinquillo y aunque ahora eso me parece muy ridículo era suficiente para mí. Ver la playa desde su terraza era como un triunfo sobre todos esos chicos mayores que yo estaba convencido que también la adoraban y ella adoraba a los chicos mayores pero era yo el que estaba ahí aunque luego, en la vida social con todo el grupo, yo era invisible. Me aprendí de memoria sus apellidos y aún hoy soy capaz de recordarlos. El año pasado, mientras jugaba con uno de sus tres hijos en la playa, cuarenta años después de aquello, los repetí y se sorprendió como quien encuentra un recuerdo perdido en la mente.

Sin embargo nos hicimos mayores y ella se interesó por Benito. Benito tenía una moto amarilla. Benito tenía un corte de pelo de esos que se hacen con un tazón pero era más rubio y más interesante que yo. Era una Ossa de marchas y de trial con la que iba por la playa. Yo la conduje un día que quise hacerme su amigo buscando saber qué es lo que tenía para ser tan interesante pero en realidad simplemente era un poco mayor y, ya lo he dicho, tenía una moto. No estoy seguro que tuviera un barco. Hay una fotografía de uno de mis cumpleaños en los que yo estoy en medio de los niños que vinieron y a un lado está Benito junto a OOO con su cara de garbanzo, con un vestido morado horrible. Se sigue pareciendo a Bonnie Tyler. Creo que en mi cara hay una sensación de ser un segundo plato aunque el niño que está detrás me está poniendo cuernos en la foto. No recuerdo las normas del cinquillo pero sí que ella me ganaba siempre.


(2-IUS
3-ELB)

4-EEE

Un día, en un recreo, alguien se me acercó y me dijo que le gustaba a EEE. Tenía que ser una broma. Alguien estaba esperando que yo fuera a hacer el ridículo junto a aquella chica. Alguien me tenía que estar observando. Se lo dije, antes de cualquier movimiento, al que era mi amigo de recreos. Le dije que me habían dicho que EEE decía que yo le gustaba. Todo muy de chascarrillo y de cotilleo. Pensó lo mismo que yo: que era una broma de mal gusto, que no podía ser. Ella era más alta que yo, más guapa, más sonriente y más casi de todo y de algunas cosas, dos. Sin embargo hice lo que hay que hacer en esos casos: pregunté a una de sus amigas y me lo confirmó. No podía ser pero había señales. Lo lógico sería que le gustase Martín, que era el guapo oficial del curso. Me acerqué a ella. –Mira, EEE- dije –quiero que sepas que no ha salido de mi y que yo no tengo nada que ver pero van por ahí diciendo que estás interesada en mi- e hice una pausa dramática. Quizá ahora, mirando desde lejos en el tiempo, descubro que empezaba a controlar el desgarrador arte de la comunicación. –Claro que no tiene que ver contigo porque –me dijo con una amplia sonrisa mirándome a la cara- es verdad.

Entonces en vez de quedarme me fui a mi amigo a decirle que era verdad como si me hubiera tocado la lotería, la bonoloto y algún reintegro. Todo a la vez. Fui el chico más atractivo del colegio entre ese día y el momento del recreo del día siguiente en el que nos fuimos al muro exterior del patio a darnos besos. Ella llevaba un jersey a rayas marineras azul y blanco. Si tengo que buscar parecidos creo que se parecía a Alanah Miles (la que cantaba Black Velvet) pero con el pelo algo más largo y un par de años antes de ese éxito, que fue en 1989, pero con las piernas más largas.

Ese sábado nos vimos en la zona que la juventud que éramos nosotros frecuentaba por el centro. Unos bebían y yo, que fui un chico aceptablemente sano hasta los 22, ya era el observador que soy ahora. Nos vimos y nos besamos contra una pared. Yo tuve la misma sensación que tuve muchos años después: ser José Luis López Vázquez al lado de una mujer muy por encima de mis posibilidades y, por causas que no se pueden comprender, que ella estuviera conmigo. Entramos en un bar y nos apoyamos en una gran cristalera que daba a la calle. Ella tenía la espalda apoyada y yo podía ver la calle por encima de su hombro. Me dijo, al oído: “¿ves ese portal?” yo dije que sí. Hubiera dicho que sí a cualquier cosa. “Ahí vive mi novio”. ¿Qué novio? ¿De qué mierdas estaba hablando? Pues sí. Tenía un novio. Un novio de 24 años. Para mí 24 años era un armario ropero, un señor mayor, un jugador de rugby asesino que me iba a partir los dientes con la primera patada voladora que me diera al verme babear encima de su novia como un pequeño perro de esos que se llevan en el bolso pero que ni siquiera puede ladrar. Yo era un chiuagua y él un auténtico rottweiller. Y además EEE me dijo que ¡tenía coche!. Eso era demasiado y yo empecé a sentir miedo. Algo parecido al pequeño traficante que se acuesta con la mujer del mismísimo padrino y sabe que no tendrá una cabeza de caballo en su cama al despertar sino que van a descargar todas la ametralladoras, todos los subfusiles Thompson sobre él, muriendo en mi propia sangre a la luz de una calle encharcada. –Luego he quedado con él- me remató.

Y me fui mirando hacia atrás sabiendo que aquello fue un hito pero no era un gilipollas valiente.

Guardo una foto de ella, hecha por su novio, en esa misma calle. Está muy guapa.

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