Comienza así, pero con nombre
1- OOO
Supongo
que todo empezó con OOO, al menos eso dice mi recuerdo. Un recuerdo lejano, de
esos que están allá donde se empiezan a recordar las cosas y que es, no nos
engañemos, sobre los siete u ocho años. Hay estudios que afirman que no se
puede recordar nada efectivo antes de los cinco, que todas esas monerías y que toda esa
multitud de elementos que marcan la personalidad durante toda la vida se
olvidan o se quedan en una parte extraña del cerebro. No soy capaz de recordar
nada de antes pero tengo una imagen formada de ello gracias a los recuerdos de
mi madre y de mi hermana mayor. También de las fotos de los álbumes que mi
padre guardaba y de las que cuelgan de los bares con solera del lugar donde
veraneábamos. Laredo, antes del cambio climático, cuando llovía al menos una
vez cada semana del verano.
El
caso es que a mí me gustaba aquella niña. Me gustaba verla nadando, porque
nadaba muy bien y yo siempre he sido un temeroso del Cantábrico. Me gustaba ver
que tenía mucha determinación para sus seis años. Vivía en el cuarto piso, en
el edificio que hay a la derecha del mío. Se parecía a Bonnie Tyler. Mi tía
Paquita decía que tenía cara de garbanzo porque su cara era redonda pero a mí
me gustaba. De alguna manera descubrí que después de comer sus padres se
echaban la siesta y yo aprovechaba para salir de mi casa con la bicicleta y
aparcarme en su portal. Subía a su casa y teníamos el salón para nosotros. Es
tonto pero jugábamos a las cartas, exactamente al cinquillo y aunque ahora eso
me parece muy ridículo era suficiente para mí. Ver la playa desde su terraza
era como un triunfo sobre todos esos chicos mayores que yo estaba convencido
que también la adoraban y ella adoraba a los chicos mayores pero era yo el que
estaba ahí aunque luego, en la vida social con todo el grupo, yo era invisible.
Me aprendí de memoria sus apellidos y aún hoy soy capaz de recordarlos. El año
pasado, mientras jugaba con uno de sus tres hijos en la playa, cuarenta años
después de aquello, los repetí y se sorprendió como quien encuentra un recuerdo
perdido en la mente.
Sin
embargo nos hicimos mayores y ella se interesó por Benito. Benito tenía una
moto amarilla. Benito tenía un corte de pelo de esos que se hacen con un tazón
pero era más rubio y más interesante que yo. Era una Ossa de marchas y de trial
con la que iba por la playa. Yo la conduje un día que quise hacerme su amigo
buscando saber qué es lo que tenía para ser tan interesante pero en realidad
simplemente era un poco mayor y, ya lo he dicho, tenía una moto. No estoy
seguro que tuviera un barco. Hay una fotografía de uno de mis cumpleaños en los
que yo estoy en medio de los niños que vinieron y a un lado está Benito junto a OOO con su cara de garbanzo, con un vestido morado horrible. Se sigue
pareciendo a Bonnie Tyler. Creo que en mi cara hay una sensación de ser un
segundo plato aunque el niño que está detrás me está poniendo cuernos en la
foto. No recuerdo las normas del cinquillo pero sí que ella me ganaba siempre.
(2-IUS
3-ELB)
4-EEE
3-ELB)
4-EEE
Un
día, en un recreo, alguien se me acercó y me dijo que le gustaba a EEE. Tenía
que ser una broma. Alguien estaba esperando que yo fuera a hacer el ridículo
junto a aquella chica. Alguien me tenía que estar observando. Se lo dije, antes
de cualquier movimiento, al que era mi amigo de recreos. Le dije que me habían dicho
que EEE decía que yo le gustaba. Todo muy de chascarrillo y de cotilleo. Pensó
lo mismo que yo: que era una broma de mal gusto, que no podía ser. Ella era más
alta que yo, más guapa, más sonriente y más casi de todo y de algunas cosas,
dos. Sin embargo hice lo que hay que hacer en esos casos: pregunté a una de sus
amigas y me lo confirmó. No podía ser pero había señales. Lo lógico sería que
le gustase Martín, que era el guapo oficial del curso. Me acerqué a ella.
–Mira, EEE- dije –quiero que sepas que no ha salido de mi y que yo no tengo
nada que ver pero van por ahí diciendo que estás interesada en mi- e hice una
pausa dramática. Quizá ahora, mirando desde lejos en el tiempo, descubro que
empezaba a controlar el desgarrador arte de la comunicación. –Claro que no
tiene que ver contigo porque –me dijo con una amplia sonrisa mirándome a la
cara- es verdad.
Entonces
en vez de quedarme me fui a mi amigo a decirle que era verdad como si me
hubiera tocado la lotería, la bonoloto y algún reintegro. Todo a la vez. Fui el
chico más atractivo del colegio entre ese día y el momento del recreo del día
siguiente en el que nos fuimos al muro exterior del patio a darnos besos. Ella
llevaba un jersey a rayas marineras azul y blanco. Si tengo que buscar
parecidos creo que se parecía a Alanah Miles (la que cantaba Black Velvet) pero
con el pelo algo más largo y un par de años antes de ese éxito, que fue en
1989, pero con las piernas más largas.
Ese
sábado nos vimos en la zona que la juventud que éramos nosotros frecuentaba por
el centro. Unos bebían y yo, que fui un chico aceptablemente sano hasta los 22,
ya era el observador que soy ahora. Nos vimos y nos besamos contra una pared.
Yo tuve la misma sensación que tuve muchos años después: ser José Luis López
Vázquez al lado de una mujer muy por encima de mis posibilidades y, por causas
que no se pueden comprender, que ella estuviera conmigo. Entramos en un bar y
nos apoyamos en una gran cristalera que daba a la calle. Ella tenía la espalda
apoyada y yo podía ver la calle por encima de su hombro. Me dijo, al oído:
“¿ves ese portal?” yo dije que sí. Hubiera dicho que sí a cualquier cosa. “Ahí
vive mi novio”. ¿Qué novio? ¿De qué mierdas estaba hablando? Pues sí. Tenía un
novio. Un novio de 24 años. Para mí 24 años era un armario ropero, un señor
mayor, un jugador de rugby asesino que me iba a partir los dientes con la
primera patada voladora que me diera al verme babear encima de su novia como un
pequeño perro de esos que se llevan en el bolso pero que ni siquiera puede
ladrar. Yo era un chiuagua y él un auténtico rottweiller. Y además EEE me dijo
que ¡tenía coche!. Eso era demasiado y yo empecé a sentir miedo. Algo parecido
al pequeño traficante que se acuesta con la mujer del mismísimo padrino y sabe
que no tendrá una cabeza de caballo en su cama al despertar sino que van a
descargar todas la ametralladoras, todos los subfusiles Thompson sobre él,
muriendo en mi propia sangre a la luz de una calle encharcada. –Luego he
quedado con él- me remató.
Y
me fui mirando hacia atrás sabiendo que aquello fue un hito pero no era un
gilipollas valiente.
Guardo
una foto de ella, hecha por su novio, en esa misma calle. Está muy guapa.
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