Existen rasgos evolutivos que desarrolla el ser humano para sobrevivir. Pudo ser andar con dos patas para parecer más grande que las presas o pudo ser perder las muelas del juicio debido al procesamiento de la comida moderna. Son fáciles y están ahí. Nos han servido para ir amoldándonos a nuestro presente de la misma forma que se perdió la cola y de ello sólo queda un coxis. Sin embargo la evolución es algo que no se detiene y en el mundo moderno, si es que consideramos la modernidad algo que cubra mil o dos mil años, la evolución humana se caracteriza en la manera de sobrevivir de otros seres humanos porque somos, en definitiva, nuestra mayor amenaza.
Así que la necesidad de sobrevivir nos marca y nos hace desarrollar, a una velocidad tan veloz como los cambios sociales, pautas de supervivencia. Ser un estúpido, un seguidista, un simple o uno más es una forma de sobrevivir fácil que tiene una poderosa aceptación social. Ir al fútbol, ver los programas más vistos, vestir la ropa de las grandes compañías como uniformes, salir de vacaciones en agosto y apostar por una familia de anuncio es parte de esa evolución. Los que se quedan, agachados, en las trincheras, son los que vuelven a casa vivos y el valiente que sale corriendo con la bandera es al primero al que le pegan un tiro. Más tarde todos los cobardes ponen cara de pena y admiración en el entierro del héroe.
Pero si nos vamos más cerca en el tiempo podemos ver cómo el ser humano está creando poderosos monstruos. Se parecen a los dioses de la antigüedad pero tienen una forma mucho más etérea y casi siempre se esconden detrás de un logo. Las grandes compañías son las culpables de mis males, de mis gatillazos, de que ella y yo no nos despertemos juntos, de morderme los padrastros, de que mi vecino se tire un pedo en ascensor o que me pongan una multa por saltarme un semáforo en rojo. Son irracionales, malvadas y se han creado para castigar. Mientras los dioses enseñaban, premiaban y también castigaban los poderes fácticos son intrínsecamente malos. Atacan lo bueno, lo dulce, la humanidad y la justicia que tenemos a bien representar cada uno de nosotros.
En cavernas se reúnen demonios buscando cómo someternos.
Nos cubren de chemtrails, nos ponen medicamentos en el agua, manipulan muestras mentes con titulares y castran nuestros sueños lícitos con sus facturas, impuestos y regulaciones.
De esa forma eliminamos nuestra culpa y justificamos nuestros fracasos. Nos reunimos, sentando nuestros coxis en las sillas que ellos fabrican, para quejarnos amargamente de la imposibilidad de crecer, de llegar, de salir de la rueda en la que seguimos girando como un hamster esperando que le caigan las migajas que le mantienen vivo. Y no salimos con ninguna bandera más allá de lo admisible porque no queremos que nos den el primer tiro.
Probablemente la evolución nos lleva a paradojas darwinianas para evitar nuestro real, intenso y privado apocalipsis. Es miedo. Es cobardia. Es estupidez. Es supervivencia. Llegará el momento en el que no sepamos rodear o saltar una pequeña piedra en el camino pero hayamos encontrado mil formas de quejarnos y ninguna será responsabilidad nuestra.
2 comentarios:
> Los que se quedan, agachados, en las trincheras, son los que vuelven a casa vivos y el valiente que sale corriendo con la bandera es al primero al que le pegan un tiro. Más tarde todos los cobardes ponen cara de pena y admiración en el entierro del héroe.
Falta la otra parte del análisis: el que sale corriendo con la bandera, y tiene la suerte de no morir, luego tiene más hijos y, si es hombre, con cierta probabilidad de que sean otros los que inviertan recursos en sus hijos.
El artículo en general me recuerda mucho a Adam Curtis, pero ya no sé a cuál de ellos, los mezclo todos un poco.
Saludos.
Si nos adaptamos a la mediocridad del sistema lo lógico es que seamos incapaces de adaptarnos a la exigencia de la realidad. Tal vez va siendo hora de dejar de fumar.
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