(Del libro a medio escribir. Es un capítulo en el que intento describir que aunque siempre es sexo no siempre es lo mismo ni significa las mismas cosas. Mis personajes no son santos. La selección musical ha sido ardua)
OPCION 1:
(Antecedentes: Roberto y Maria viven en esa excusa de ser amantes cuando en realidad son amigos y se necesitan, pero no son capaces de admitirlo)
Más adelante Roberto y María se
encuentran porque encontrarse también puede ser romper alguna de esas barreras
que se originan en el sofá y que se caen cuando se van deslizando por él hasta
caer de costado encima del otro. Se encuentran poco a poco, casi como si fuera
un desliz, como si fuera la búsqueda de la manta en medio de un sueño o un
movimiento reflejo y reconfortante parecido al olor de la casa donde vive la
familia. Existe un lugar entre el vicio buscado y el calor necesario donde se
esconden las cartas que más de uno se guarda en la cama como si fuera un
reducto en el que la piel aún esconde secretos. Más de uno, desnudo, se esconde
más que vestido. Más de uno, aturdido por el ceremonial, es torpe con los
cubiertos. Ellos no. Se recorren conociendo las cavidades y los montes
imperfectos. Se reconocen con los ritmos de la respiración y se ayudan con la
fuerza de las piernas para hacer de una misma sombra las dos formas y adivinar,
casi sin verlo, que María agarra la sábana con la mano izquierda apoyada con el
codo derecho. Roberto sabe que a ella le gusta que la mano la sujete por debajo
y vaya ascendiendo despacio para parar los dedos en círculos mientras se
arrodilla ante su cuerpo tumbado y arqueado para verla temblar, callada, como
una presa amordazada con síndrome de Estocolmo. Y, después, tumbarse a su lado,
coger aire, sentirse en casa y no admitirlo.
OPCION 2:
(Antecedentes: Juan y Silvia: "Quizá se rindieron o quizá se encontraron. En
realidad aquello surgió en el mismo instante en el que la toalla estaba tirada
en el rincón del ring sobre el que se desangran los que van perdiendo a los
puntos. Da lo mismo quien invitó a quien o si acabaron en la cama la primera o
la cuarta noche, que es el filo en el que un posible amante se convierte en
amigo")
Juan se mete en la cama y
enciende la televisión donde busca algo que haga ruido pero que no moleste y
Silvia, como en un pequeño ritual, deja en la esquina inferior de su lado de la
cama un pantaloncito a cuadros con elástico y una cuerda rosa para atarla a la
cintura. A su lado una camiseta de esas a las que se les tiene cariño por su
historia, antigüedad o forma. Se va desnudando con un ojo en la televisión y
otro en Juan, por si la mira y ella puede hacerse la pudorosa entre el chándal
de estar en casa y el pijama de dormir, entre quitarse los pantalones para
dejar claro que lleva uno de esos tangas que son un triángulo con una tira que
desaparece, entre sonreír mientras da esos dos saltitos con los que el pijama
va a su lugar y entre tocarse, como poniendo en su sitio, los pechos en el
espacio de tiempo que hay desde el sujetador a la camiseta, que es la versión
sofisticada y excitante de la poco glamurosa forma de tocarse los huevos en los
hombres para dejarlo todo en su lugar. Ella se mete en la cama y como buena
mujer se acerca con una sonrisa y toca con los pies a traición. En una queja
contenida él la mira sin moverse por el frío y ella le acaricia el pecho y se
va acomodando entre el hueco del hombro y el cuello. Cierra un poco los ojos.
Baja un poco la mano. Él pasa el brazo por detrás de ella y pueden notar la
respiración en la cara. Hay una melodía de respiraciones cómplices que conocen
y la velocidad arrítmica de las huellas dactilares. Es en el momento del primer
misil, de la primera punta del dedo sobre el pérfido lugar que hay desde el
ombligo hasta la base del pene, cuando recoge el brazo que tenía sobre ella
para ponerla encima y agarrarla con ambos brazos y, una vez equilibrada, buscar
debajo de su camiseta y subir las piernas para rozarla o levantarla. Besarla y
besarle. Seguir como un sonido que va a subir, como una sinfonía antes del
golpe de miedo en una película. Esperar a que no pueda más y se mueva atrás
para quitarse la camiseta, que estire los dedos sobre el pecho de él. Que vaya
bajando o subiendo para que desaparezca el pantalón. Mirarla desde abajo o
mirarla abajo. Mirarle desde arriba, abriendo con dos dedos la visión de la
lengua. Volver a montar, con el tiento que da el principio y llegar al momento
en que todo resbale. Echarse a un lado y las sábanas abajo. Poner la boca en
redondo y abrir las piernas pidiendo un poco más, con las corvas de las rodillas
apoyadas en sus codos. Mirar a los ojos y encontrar sus ritmos, los conocidos y
los repetidos. Subir. Agitarse. Empujar con las piernas como una señal para
perder el control y esperar a que se liberen para agarrarse de esa forma en la
que los tobillos cierran el candado del sexo. Y explotar con él dentro, con
ella ardiendo. Y quedarse un momento en un abrazo y oyendo su pecho encontrando
la palpitación correcta.
OPCION 3:
(Antecedentes: Andrés es un buen tipo solitario)
Andrés deja a un lado los papeles (...) Sin embargo, entre ese momento de apagar
la luz del despacho que queda en su casa en la habitación que debía ser de los
niños y el camino hacia la cama hay un silencio poderoso que huele a fracaso o
a perdición. A un nuevo camino sin salida de esos a los que se llega sin poder
adivinar el momento en el que se tomó la decisión equivocada. En determinados
momentos un apartamento en silencio es casi la prueba de una derrota. La
libertad era la capacidad de poder hacer lo que quisiera pero, sin embargo, eso
lo dicen los que están poseídos por las obligaciones. Comprar yogurt, tener
siempre embutido en la nevera. Aquella mujer siempre tenía embutido y a él
siempre se le olvida comprarlo. Mientras se tumba entre las sábanas recuerda la
mesilla en la que ella dejaba los libros amontonados y la sorpresa de encontrar
su cuerpo al darse la vuelta, al despertar por la mañana y cómo, cuando
vivieron una primera noche, ella se deslizó y le miró como un pecado al que
aferrarse. Es capaz de visualizar aquel cuerpo de costado reflejado en un
espejo y la bata entreabierta por la mañana para volver a la cama. En momentos
como el de hoy se quedaría abrazado, meditando entre las ondulaciones que hacen
los músculos del cuello y pasando la mano entre sus formas para certificar que,
suceda lo que suceda después, en ese momento se es más fuerte. En ese momento
en el que las manos de ella le recorren y le encuentran. Con esa mirada que
ponía cuando la desnudez se despojaba de las mantas y con esa húmeda sensación
de tenerla consigo. Aquella noche, justo antes de dormir, Andrés se masturba
como un adolescente cerrando los ojos para no olvidar los caminos perdidos.
OPCION 4:
(Antecedentes: Jorge es un buen tipo con poder y Patricia una manipuladora)
-¿Sabes lo que espero yo?-
pregunta Patricia entre una voz con tono a travesura.
-¿Qué?- responde Jorge con una
pregunta mientras se despista apagando la luz del baño y acercándose a la cama.
-Que me folles- responde mientras
levanta las sábanas y deja a la luz una lencería digna de película
pornográfica, con los pezones respirando entre las líneas de cuero de un
sujetador sin pudores, un pequeñísimo tanga con remaches y un liguero que
destaca cuando las piernas las deja encima de la cama- como si fueras mi rey y
yo una súbdita, una cortesana caliente dispuesta a todo por los favores de su
magnánimo señor. En ese momento le sujeta y le tumba. Le agarra con las
piernas, una a cada lado, y le guía las manos desde que empiezan las costillas
hasta las axilas. De ahí hasta los corazones. Apretando y bajando para pasar
por los remaches. Entonces le estira los brazos y se apoya llega con una mano
para sujetar las dos muñecas mientras que con la que tiene libre le libera de
pudor y aprovecha la excitación para cabalgarle. Primero despacio y más tarde,
lazando el cuerpo atrás con liberación de manos, soltar el pelo y agitarse como
una amazona o una fan que ha entrado al camerino del bajista estrella de su
grupo favorito. Y grita, y se retuerce. Deja que Jorge la mire esperando que no
lo olvide y dando, casi descaradamente, ese carácter de proposición imposible
que tienen las grabaciones amateur de las películas pornográficas que se
consiguen gratis en internet. Es un maquillaje que cambia porque cambian los
polvos.
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