Mal dia para buscar

23 de octubre de 2016

De placeres, realidades y escondites.

He visto a un jubilado, con una cachava a un lado y la txapela puesta, orinando en la pared de una fábrica abandonada. Imaginé que había trabajado decenios allí, entre esos pilares desnudos que se pudren al aire y algún equipamiento mecánico oxidado por el siglo XXI. Quizá, llegué a creer mientras pasaba a su lado, es una forma de reivindicación de la tercera edad.

Después alguien ha dicho que en su juventud pensaba que lo peor era la maldad, luego la estupidez y finalmente se ha convencido que lo preocupante es la cobardía. Pero no- decía- cuando las cosas van bien sino cuando es necesario hacer algo para que todo no se derrumbe. En ese caso la cobardía es la peor de las enfermedades.

Freud, cocainómano conocido, estableció el principio de placer como un motor en el ser humano que desea y aspira a satisfacer sus necesidades. Sin embargo, un momento después, también estableció el principio de realidad donde el ser humano necesita regular su propio placer en función del mundo exterior dando incluso rodeos para conseguirlo o simplemente reduciendo el estímulo. Viene a ser lo de sacrificarse de toda la vida aunque con el final feliz de la satisfacción. Quizá es esa diferencia entre lo que apetece hacer y lo que hay que hacer la que no tenemos muy clara. Quizá somos cobardes para hacer lo que se debe o estúpidos para no entender que no todo es hedonismo. Quizá lo llamamos maldad cuando es en los demás.

Lo curioso de todo esto es que muchas veces no hacer nada es una forma de hacerlo todo. Aguantar los dedos en un mensaje que dice que la añoras. No aparecer con un martillo en la puerta de la casa de tu enemigo. Quedarse en casa, en silencio, enfrentándonos a nuestros fantasmas. Hay una tendencia absurda a hacer, contínuamente, como si fuera una necesidad. "Salir, beber, el rollo de siempre". Lo curioso es que esa canción termina diciendo que "llegar a la cama, joder que guarrada sin tí". Estoy convencido que hay dos tipos de personas haciendo cosas, a veces importantes y a veces irrelevantes: los que las hacen por necesidad o por alimentar su alma y las que las necesitan para no pensar en ellos mismos. Conozco a quien llena su cama de lastre para no enfrentarse a una relación de verdad, a esas montañas rusas de las que no se puede bajar hasta el final del viaje sin saber si será de alegría o vómito, que es lo que tienen las emociones. Conozco a quien lo abandonó todo por amor sin preguntarse si acaso era un gilipollas o un aventurero. Era las dos cosas.

Necesité que me compraran el billete para iniciar nuestra aventura inconclusa. Puede ser (que ese alguien sea yo). Puede ser que vuelvas al caer el sol, puede ser que yo esté en un cajón. . Mi principio de placer marcaba con neones en esa dirección, roja como un atardecer. Mi fortalecido principio de realidad reclamaba datos. Tras rellenar las dos columnas, a favor y en contra, en el cuaderno, quedamos en empate. Cometí la cobardía o la valentía de esperar casi como Miss Havisham, su vestido de novia y el banquete abandonado. Quizá ese fue mi escondite, una alocada perseverancia o el disfraz de catrina, la novia cádaver.

Mear en la pared, como un jubilado con problemas de próstata, de la antigua factoría deberá ser un placer aunque la realidad fueron los años de trabajo. El refugio a veces es el escondite.

Cada uno tiene su historia, sus pequeños detalles, sus cobardías y sus sacrificios. Y sus cadáveres.

3 comentarios:

Alberto Secades dijo...

Puedo aventura que el jubilado se dio cuenta, demasiado tarde, que no hay carga más pesada que no tener nada que hacer.
Y su parienta, que había hecho de su casa su feudo, no soportaba tenerle todo el día mirando lo que hacía y mejorando su forma de hacerlo, alterando su rutina (y a ella misma), por lo que decidió ponerle de patitas en la calle "hasta la hora de comer", sin un chavo en el bolso, harto de las agentes sociales hipervitaminizadas del centro social más próximo, paseando, buscando obras (no un conjunto de escombros) en los que hubiera algo de actividad, con la vejiga jodida, la próstata pidiendo evacuación (como si la cistitis fuera su apodo), deseando encontrar un puto muro, uno cualquiera, donde poder aliviarse.

Menos poético; en absoluto alegórico.

Gracias.

PD - "Es una lata no trabajar", no lo olvides.

pesimistas existenciales dijo...

Cada uno se queda con la parte de la metáfora que le interesa pero yo, al contrario que tú, conocí en persona a Luis Aguilé.

ah, me he dejado un link. https://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_placer_y_principio_de_realidad

Alberto Secades dijo...

¿Qué sería de las metáforas si no fuera que tienen más usos que usuarios?

Cuando tuve que estudiar a Freud alguien explicó que él se había psicoanalizado y había desscubierto que estaba poseído de deseo (insatisfecho) hacia su madre. Como no podía culparla a ella ("reprimió" esa respuesta), cargo sobre sí la culpa. Pero como no se consideraba a sí mismo como enfermo, estableció que era un proceso por el que pasaban todos los hombres. Acudió a Grecia, le dio una pincelada poética (¡qué Premio Noble de literatura se perdió con él!) y describió el complejo de Edipo.

En fin, poco más que un charlatán heroinómano fumador de pipa obsesionado con el sexo.
Un hípster vienés, vaya.