Lo reconozco. Hace un año
reventé. Sigo supurando como una herida abierta, de esas que son muy malas, de
esas que cuando parece que están cerradas se vuelven a abrir.
También intento acabar un libro,
proyección absoluta, sobre la estupidez. Sobre la necesidad de erradicarla a
toda costa, sobre la epidemia infame que supone reconocer que es más importante
el envoltorio que el contenido, que grandes trabajos se mueren en cajones
repletos de telarañas, que aquellos que hicieron solfeo se pudren mientras unos
mamarrachos que llevan un pen drive a una discoteca y dan saltitos en el pódium,
probablemente acelerados por substancias ilegales, ganan 3000€ por sesión. Y
los niños quieren ser esos monos como antes quisieron ser futbolistas porque
todas las novias de los futbolistas son turgentes, menos la de Iniesta que
parece una persona normal.
Y todo aquello, toda esa obviedad que ya sabíamos y sobre la que hacíamos chistes, se convirtió en el pan de cada
día. Alguien vino a convencernos que teníamos derecho a una novia turgente, a un salario alto y a no pagar por nada. No existen las obligaciones en un mundo
perfecto porque somos buenos por naturaleza, como una frase de las que ponen en
Facebook cien millones de místicos. En algún momento elegimos que vivir
engañados era más entretenido, que pensar es lo mismo que sentir pero no es tan
divertido.
Mientras tanto una joyería donde
un artesano tallaba las piedras con paciencia y experiencia se ha convertido en
una frutería “de la tierra”, según pone en el cartel, regentada por pakistaníes.
Las viejas compran productos robados en los reportajes de la sexta porque dicen
que les sale más barato pero juran que no son ellas las que roban porque el
delito lo comete otro, que es el que les lleva el champú a la parada de metro
acordada. No saben lo que es el experimento Milgran y, sin embargo, se niegan a
pensar en la posibilidad de que la dependienta de la perfumería sea despedida
por tener tantos hurtos. Nadie es capaz, después de todo, de mirar más allá en
el tiempo. Se llamaba “descuento hiperbólico” y hace prevalecer el beneficio inmediato
sobre el beneficio futuro. Si yo pago mis impuestos pagarán al médico que me
meta el dedo en el culo cuando me duela. Si no lo hago, no habrá médico pero
entonces alguien querrá convencerme que la culpa, como siempre, es de los
otros. Del enemigo. Vivimos entre enemigos.
Enemigos de lo mío. Enemigos de
mis derechos. Enemigos de mi bienestar. Los padres de los niños que gritan en
la calle son el enemigo cuando no puedo dormir. Denuncia. Querella. Enfados que
son de gaseosa porque, al final, seguimos por el mismo camino.
También tenemos como enemigo a
quien nos abraza por la noche, si es que hay una parte de intento de que nos
abrace mañana. Lo llaman poliamor pero significa joderse con la modernidad de
que ahora mismo le esté mirando libidinosamente el pene o los labios (esos no,
los otros) a un extraño o a una extraña. Lo defienden como algo moderno y, sin
embargo, es ser un furcio o una furcia. Y me dicen que hay que aceptarlo, que
es lo que hay y que si no me gusta, que me joda. Y no me quiero joder porque
acepto como válida la idea de que me joda siempre la misma persona. Al final me
jode, pero no de esa manera. Y vuelvo a darme cuenta que se intenta comprar
también cariño por el envoltorio de sexo y no suele llevar premio. Quiero no desistir
de pensar que las bases siguen siendo las mismas. Que nadie es feliz con la
soledad que deja salir vistiéndose de una casa extraña, que nadie sea capaz de
disfrutar de quedarse dormido en un regazo o que incluso nadie, moderno modernísimo,
haya descubierto lo maravilloso que es cerrar los ojos en medio de un abrazo
que parezca eterno. Pero con los abrazos no se hacen muescas en el cabecero de
la cama.
Hay miedo, un miedo atroz y enfermizo, a darse y a equivocarse. Aquitifobia. A tener un sueño y no
lograrlo. A no ser capaz. A volver solo. A que el alcohol no suba. A que la
erección no cumpla. A que no quede más remedio que aceptar que el error es
propio.
Así que todos y cada uno tienen sus muros, sus escudos, sus corazas infranqueables, sus razonamientos
infalibles para no mirarse dentro. “Es el sistema”. “Es culpa de los ricos”. “El
hombre blanco occidental heterosexual empresario”. “No eres tú, soy yo”.
Todo eso, metido en la coctelera
de la vida, es un grumo incomestible.
Pero es un grumo cómodo al que se
la hacen fotos y se suben a Internet esperando que a alguien le guste y, con
suerte, se haga viral para que tu mierda la pueda disfrutar un indonesio en una
habitación oscura mientras ha mandado a los niños a coser las camisas que te
compras en una tienda muy bien decorada.
Así que reventé al tener que
aceptar que intentar hacer las cosas bien no significa nada. Reventé al descubrir
que el esfuerzo no es un valor representativo en la escala que premia y castiga
a los humanos contemporáneos. Tuve que aprender que no importa que algo
funcione si la caja es chula, que un crédito dado con usura pública pero
anunciado en la televisión tiene su público y que las buenas acciones han
dejado de ser recompensadas para convertirse de mojigaterías. Que los chicos
malos tienen mucho más éxito cuando yo estaba seguro que se casaban con los
buenos pero no es verdad.
Deduje que a vosotros, y me
refiero a la mayoría, os encanta que os engañen como lerdos. Que os apasiona oír
que vais a ser felices, ricos, delgados, follados por modelos maravillosos
porque os lo merecéis y no os dais cuenta que sois una mierda en manos de los
instintos más básicos que se van abriendo camino a golpe de tertulia y de
globalidad. La manifestaciones se abren a golpe de “democracia” pero os aterra
razonar qué es eso de la democracia o reconocer que, sinceramente, hay personas
que no lo merecen por mucho que sean personas y por mucha cara de pena que
pongan cuando les hacen un primer plano. Hay mucho hijo de puta suelto por ahí
viviendo de lo que tú te mereces o, que también es posible, tú eres un hijo de
puta que vive una vida que no le corresponde porque jamás has pensado en nadie
que no seas tú. Desafortunadamente estás de moda. Esa es parte de la definición
de estupidez.
He llegado a la conclusión que
ese es el statu quo.
Todo eso mientras los
profesionales se mueren, mientras los sastres fallecen en los callejones de
atrás del Primark, mientras los administradores de sistemas informáticos
limpian el coche a uno que hizo una app que lanzaba una luz azul a la hora de
dormir contando que es energia zen, mientras los médicos especialistas
mordisquean los huesos de los carneros que matan en las consultas de los
curanderos somalíes que juran sanar el cáncer, mientras los escritores tiemblan
con el próximo libro de Mario Vaquerizo y los enamoradizos se van a casa solos
porque alguien prometió cien furibundos orgasmos seguidos a ritmo de dj.
La opción de convertirse en un estúpido es válida, pero hay que matar a ese monstruo mal alimentado que se
llama conciencia, pero conciencia en global.
Pd: En el libro, básicamente,
deciden matar a los estúpidos pero estoy bloqueado porque no sé si salvarlos o
no. En realidad quiero que sufran.
Pd2: sigo retirado, esto no es
más que un escupitajo. Tengo que buscar un final, acabar el tratamiento e intentar salir de una pequeña ruina (equivocadamente a base de más esfuerzo esperando la recompensa).
Pd3: hay algun post mio por ahi (retocado por Alberto, que para eso es SU blog):
La decisión sexual de la votante solitaria
Me doy cuenta que sigo escribiendo sobre lo mismo pero en algún lugar esa melancolía empezó aevolucionar degenerar en rabia.
Me doy cuenta que sigo escribiendo sobre lo mismo pero en algún lugar esa melancolía empezó a
4 comentarios:
Se te echaba de menos
Escupe cuanto quieras, me alegro de volver a leerte, un saludo y.. quien sabe, lo mismo tu esfuerzo si merece la pena.
Que agradable sorpresa.
El cielo del norte tiene un poco mas de luz.
Bienvenido de nuevo. Éramos casi multitud los que no te quitamos de favoritos porque sabíamos que tu vuelta era cuestión de tiempo.
Intuyo que poco a poco vas aflojando y tendiendo a la rutinaria melancolía...
Como decia el señor lobo (y despues siniestro total) no empecemos a chuparnos las pollas todavia. Necesito, por el trabajo realizado y por varios motivos más , acabar el libro. Pero ... Poco a poco. Al fin y al cabo hay tanta hipocresía danzando en el mundo actual que no puedo quedarme callado. Y el tema no es la mierda que pablemos, Albert, pdro o Mariano escupen sino el motivo por el que las escupen y, sobre todo, el motivo por el que algunos las creen. Ayer un amigo me juraba que no es lo mismo robar si eres del pp que si eres de podemos. Yo le decía que robar es robar. Después pensé si lo que sucedía es que se sentía bien cobrando una ayuda, trabajando en negro y votando a podemos. Nos encanta ver enemigos y culparles de todo. Alguna mujer asegura que yo me hice envejecer y no acepta que simplemente fue el tiempo, pero es mejor un malo malísimo, un villano. Al final todo se puede resumir en comportamiento humano.
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