Existen ciudades para vivirlas y para estar un rato. Existen, también, ciudades para quedarse. Y nunca es lo mismo. Londres, Barcelona, Berlin supongo, son lugares en los que estar exprimiendo el tiempo. Casi son un erasmus convertido en ciudad, aunque ese erasmus pille más allá de la cuarentena.
Existen canciones para consumirlas. One Hit Wonder de un verano o de un ametrallamiento facilón. Después están las canciones que se quedan en la retina, como el Sweet Jane de la Velvet, aunque fuera el Maritxu o la misma versión del 2003. Canciones que no desaparecen y que están ahí.
Y están los amigos que van y vienen, las amantes que podrían haber sido y que no fueron. Las noches en vela y velando la ausencia. Están los trabajos que fueron para un rato y las mudanzas que no deberían de haber durado más que unos días y se convirtieron en eternas. Mi madre siempre cuenta que en su casa, como si fuera un chiste de Gila, estaban sus dos hermanas, sus dos hermanos, su madre, su padre y un señor que vivía en el pasillo. La posguerra era así. La segunda recesión se le parece cuando vemos a miles de jóvenes intentando ser adultos mientras comparten piso.
Dicen, en el know how americano más recalcitrante, que haberse aurrinado un par de veces es una condición indispensable para el triunfo. No estoy de acuerdo porque, bajo esa premisa, ya he arruinado mi vida personal varias veces y aún así no triunfé. Será que no di con la startup adecuada, me falló la inversora o sigo confiando en una errónea idea de negocio.
Mi padre, cabezón y trabajador, se forjó a fuego en una empresa durante 45 años. Yo llevo 20 en el único sueño que pude tener con 23. Tengo amigos que han cambiado de trabajo cien veces en cien días, que fueron amantes del hip hop y llevaban hombreras en los 80, que eran de Apple y se pasaron a Android. Incluso alguno, ahora encorbatado y con zapatos negros y arrugados, recorrió Europa haciendo autostop. Todo le hizo más grande pero, quizá, solo quizá, en algún lugar de nuestra infancia leimos que había que hacer muchas cosas sin llegar a saborear ninguna. Quedarse en un sitio, al lado de una determinada persona, en un único trabajo incompleto como son los sueños al ser de verdad, era conformarse y conformarse era perder. Ninguno nacimos para ser perdedores. El error está en creer que lo somos si acaso no viajamos lo suficiente o cambiamos tanto de trabajo o de novia, de coche o de afición. Es la obsolescencia de las mentiras de la modernidad que obliga a vivir en el cambio contínuo sin durar nada para siempre.
La búsqueda de la perfección mal entendida nos ha llevado a despreciar los lugares que aparecen en la vida en los que quedarse. Hemos cargado nuestras decisiones con "peros" que las anulan y las castran. "Deseo tener un futuro contigo"- me dijo- "Pero..."
Claro que quedarse requiere un esfuerzo y un apoyo que nadie nos enseñó que venía de serie en el pack de la madurez.
Y hay que quedarse, sí. No a cualquier precio. No en cualquier lugar. Arropado por las circunstancias y una voz suave, al oído, que te recuerde que ese es tu lugar. Sin esa voz somos errantes vapuleados por el viento.
2 comentarios:
Cada vez mejor. Tendrías que estar en la facultad dando clase.
gracias. Pero , carente de titulación, solo me queda la experiencia. Y eso no cuenta.
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