Envejezco. Irremediablemente. También envejeces tú. Envejece tu teléfono y tu sistema operativo. Envejecen las fotos sin el efecto vintage. Sucede en el preciso instante en el que no soy capaz de recordar cuando se hicieron los arañazos en el coche, en el casco de la moto o en el fondo del corazón. No lo recuerdo. Están ahí, marcados, profundos, dejando que se sientan cuando paso por encima las yemas de los dedos. Fue importante el enfado y la rabia al descubrirlos. Fue un esfuerzo en vano tanto intentar, continuamente y casi de manera obsesiva o destructiva, que es como lo hacen los disolventes o los pulimientos, eliminar las marcas.
Decidí, algún día o quizá hoy mismo, que era mejor vivir con ellas. Ese día me salió una arruga y la saludé al llegar porque aunque no me guste, como la mayoría de mis limitaciones, sé que ya no se marcha y he de vivir con ellas. No hay tiempo para cambiar y sí para seguir aprendiendo.
Envejezco al pensar donde está escrito que el paso del tiempo tiene que ser algo malo, en qué lugar me vendieron que hay que ser eternamente joven, estar continuamente feliz o automáticamente erecto, brincando alrededor del fuego que tiene la hoguera donde se consumen algunos de los sueños fatuos a los que creí estar amarrado.
Sucede cuando, una mañana, he descubierto que esa camisa sigue gustándome algunos años después.
Es entonces cuando, mirando alrededor, algunas de aquellas partes irremediablemente imprescindibles de lo que creí que tenían que ser los ingredientes de la vida han dejado de tener importancia y otras, cargadas de lo que pensé que era el conformismo o la derrota, han aparecido enfocadas ante mis ojos.
Así que en este preciso momento en el que no soy joven pero tampoco puedo regodearme en una vejez achacosa y arquetípica he de aprender a vivir con la presbicia que desenfoca un tiempo en el que simplemente envejezco.
Pero no es malo. Solamente es diferente.
Mientras algunos se siguen retorciendo buscando el quitamanchas definitivo para sus vidas cada día que pasa es más que probable que los que me conocieron en mi cercana juventud se sorprendieran si descubren cómo, en medio del continuo proceso que tiene el paso del tiempo, soy capaz de desdecirme.
desdecir.
(De des- y decir).
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