"Entonces se quedó callada con ese silencio que dejan las llaves al caer sobre la repisa de la entrada al volver a casa. Por la ventana sonaban coches y personas ociosas, niños gritando cuando ya ha caído el sol. Mientras la ropa caía en su espacio sobre el sofá quiso pensar en el momento en el que decidió llegar a ese punto, el día en el que esperó, quizá en vano o quizá aún en tiempo, que llegara el momento, el príncipe o el mínimo que le habían prometido. Mientras tanto por la vida de sus amigas pasaron maridos, hijos ruidosos, divorcios flagrantes y caras de mucha rutina con tintes de aburrimiento. A ella le tocaron los insulsos y los amantes, esos que no se quedan para siempre pase lo que pase, esos a los que nunca les dijo lo que sentía de verdad por si mostrar sus cartas fuera un perder seguro. Ella , con su espacio perfectamente organizado, tenía en el "haber" todo lo que quiso tener: la experiencia, la clase, la cocina ordenada, el trabajo digno y los cojines simétricos sobre la cama. Y tenía en el "debe" los errores de las adolescentes, las neuras de las madres primerizas y la fiebre de las separadas que creen que han perdido el tiempo. Nunca quiso sentir que era alguien que había fracasado y , sin embargo, en ese momento, justo al abrir la nevera, se derrumbó al caer en la cuenta que aquel cúmulo de convivencias no generadas, de vida mundana no vivida, de puntos débiles no aireados o de ruido no tolerado era lo que le faltaba. Y esa noche cenó la envidia de no ser imperfecta y, sin embargo, fue incapaz de sentir alivio. Tampoco tuvo la valentía de coger el teléfono y decir "me equivoqué", porque su orgullo ya había borrado el número hace tiempo."
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