-Si hubiera sabido que existía Podemos, les hubiera votado- me dijeron hace una semana. -Bueno...- interpelé - podías haberte preocupado por saber quien se presentaba a las elecciones pero... ¿por qué?- Y esperé una respuesta. -Porque si hubieran ganado las elecciones ya no habría corrupción- Y me quedé ojiplático con esa idea tan absoluta en la que aparece un genio en una lámpara, hace chás y se arregla todo sin esfuerzo.
Pero es que los españoles somos así.
Ganamos un mundial y somos los reyes del mundo para después ser los peores. Era mucho más divertido caer en cuartos, que no es nada, pero da gustito. Hemos pasado de ser el milagro español a batir todos los records de paro global y juvenil. Hemos pasado de tener la clase política de categoría que hizo la transición a insultar a cualquiera que se llame político a si mismo. Tuvimos la gran explosión cultural de los 80 para tener a Melendi. Bueno, eso último es verdad.
Parece que, de la misma forma que se anulan las clases medias, se han anulado los orgullos de los sextos puestos, de las participaciones honrosas o del trabajo bien hecho sin llegar a ser brillante ni una soberana chapuza casi como un aforamiento real.
Queremos con pasión o bloqueamos el whatsapp. Algo nos gusta y lo compartimos, lo retuiteamos o lo insultamos con cólera mediterránea. Se está en un bando o se está en el bando contrario y se gana o se pierde, pero siempre con demasiada intensidad. -Estoy viviendo un mal momento- puedes decir mientras todo, absolutamente todo se convierte en una mierda purulenta. Se sale a tope, se bebe a tope o se desploman unas melodramáticas lágrimas en un probador de El Corte Inglés.
En algún lugar debe de existir el punto intermedio del españolito medio.
Los telediarios hablan de los records mundiales, de Nadal en Roland Garros, de las cifras sobrepasadas en blanqueo y en drogas, en deshaucios y en divorcios. Se habla de que es la época histórica en la que más ha sucedido algo, de que va a ser el verano más caluroso y de que hemos dejado atrás el invierno más frio.
Se espera, con ansiedad e impaciencia, a la próxima cifra espectacular. Da lo mismo que sea hacia arriba o hacia abajo pero tiene que ser espectacular. Da lo mismo que sea personal o global, económica o deportiva. Follemos mil veces, insultémonos con mil culebras. Veamos los vídeos más virales, cantemos las canciones más radiadas o compremos esa estantería de mierda que es líder de ventas en Ikea.
Y creemos que tenemos criterio porque tenemos exceso. Da igual hacia donde, da igual el amor o el odio, la generalización o los goles. Que sea mucho y con mucha intensidad. Parece que "eso" es que estamos viviendo y , sin embargo, lo que hace es arrastrarnos en cien direcciones opuestas.
En el medio está la bondad.
Pero no hay medio.
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