Julia Roberts, intentando ser la marquesina del pueblo y sin lograr ser tan tonta y tan hábil como Melanie Griffith en Armas de Mujer, le preguntaba Richard Gere sobre cuales eran las cosas que fabricaba para ganar tanto dinero y él, casi un poco avergonzado, juraba que lo que hacia era comprar empresas, partirlas y venderlas en trocitos. Ganaba destruyendo, casi como hacen los brokers de las películas nominadas a los Óscar y que son, en definitiva, caricaturas de nuestro nuevo mundo en el que hay cada vez menos ebanistas y más Comunity Managers.
Para el que no lo sepa, y casi como un esperpento, un CM es ese tipo que, poseído por un olorcillo a corporativismo, se sienta delante de una pantalla con su armadura digital para salvaguardar el buen nombre de su mecenas. Es ese tipo que intenta ser gracioso en twitter porque ha oído que debe de ser así y porque a la @policía le salió bien mientras contaban que los porros hay que pasarlos en el paquete de tabaco, porque los Winston despistan a los perros. Es, también, un tipo que cuando hace mal su trabajo se escuda en que la publicidad mala no existe, por lo que, aunque sea un inútil mentiroso que desconozca la verdad y el producto (y no es tonto sino un miserable) saldrá a la calle digno y orgulloso de creerse algo más que un bufón del mundo 2.0. Ahora vas y lo twitteas.
Es un momento éste en el que cuentan que el 99% de las aplicaciones que se desarrollan, llenas de ilusión, se mueren solas. Sin embargo creemos como burros con zanahorias que es en los bits en donde estará el futuro pero también sigo creyendo como un lerdo que hay milagros que obviamos con demasiada facilidad. Se nos olvida que aquellas personas que son capaces de hacer cosas manchándose las manos son los verdaderos magos que nos quedan.
Cuando tenía 13 años mi profesor de ciencias entró en clase. Se quedó cerca de la puerta y esperó a que nos calláramos. Entonces apagó la luz. "Esto es un milagro" dijo al encenderlo y casi nos pareció una blasfemia en un colegio de curas.
Hemos pensado que pasar ciertos niveles del Candy Crush es lo que era un milagro, que tener dos mil followers era la consecución del éxito y la gloria, que llegar al millón de visionados de un video de Youtube donde se cae de morros tu prima te convierte en un gurú. No somos capaces de pensar, por un momento, en el tipo que está en el monte, subido a una torre eléctrica, empalmando cables. No tenemos la idea incesante de valorar al caballero que se viste un mono azul cada mañana y convierte en milagros lo que nos venden los CM de las grandes compañías. Se nos olvida, muchas veces, que hay un señor que se levanta a las cuatro para preocuparse por las manzanas que te comes mientras consultas los correos y las notificaciones de Facebook, pero comer no te parece un milagro porque los agricultores no tienen Comunity Managers y además es una de esas cosas que crees que viene de serie con el mero hecho de vivir.
Estamos al borde del riesgo de creernos aquel bombardeo al que estamos sometidos a todas horas y, como la principal estrategia de aquellos que disponen de los medios para manipular la verdad, llegar a la conclusión de que no se hacen más muebles que en la cadena sueca, que no hay más primavera que la de El Corte Inglés y que la chispa de la vida (que despide como cualquiera) es lo más importante para ser feliz, aparte de una buena Wifi o de un teléfono de marca.
Y, sin embargo, los demás son los que hacen más milagros. Justamente todos y cada uno de los milagros que no valoramos y que vienen de los dioses anónimos que pueblan nuestras calles. Esa es la base, realmente, de nuestras vidas. Vete a comprar el pan y que te den una foto, con muchos megapíxeles, de una hogaza firmada por Google, quizá gratis pero a cambio de los datos de tu casa, tu banco, tus gustos y el nombre de tu madre, que vas a saber lo que es una dieta de verdad y no la Dukan.
Claro que eso no quita que un buen chiste por twitter siga siendo un buen chiste pero sin luz, no es chiste ni es ná.
2 comentarios:
Siempre pensé que para hacer un trabajo, de verdad, debes mancharte las manos. O, en el mejor de los casos, remangarte.
Pero, claro, yo soy un romántico.
Y tengo la suerte de me dedico a algo que mis hijos pueden contar en clase (y todos saben de lo que están hablando).
Gracias.
...para que luego no digas que no entiendes de lo que escribo!
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