Hubo un día en el que vender era ensalzar las virtudes, ajustar precios y dar servicio.
Luego llegó el marketing y con él las verdades a medias.
Después alguien descubrió que mentir era más rentable y aunque nunca estuvo a aquel precio, escribió eso de "Antes 1500€, Ahora 200€", y se hizo de oro.
¿Por qué? Porque a muchos usuarios les encanta que les engañen, que les digan que les van a querer siempre, que les aseguren que son más listos que sus vecinos.
Así que apareció internet. Entonces aquellos que estaban encantados con que les estafaran una y otra vez, sin hacer caso a la razón ni al intelecto, descubrieron la maravilla de pedir cajas que les llegaran por transporte a la puerta de su casa. Leyeron las letras gordas y aceptaron las condiciones de venta sin preocuparse de si aquello era real o era un bulo, y se jactaron delante de su primo de haber comprado un teléfono o unos zapatos de marca mucho más barato que en la tienda porque, ya se sabe, los comerciantes son todos unos ladrones. Compraron, en las navidades del 2013, los teléfonos de imitación jurando que eran un Samsung pero que los coreanos roban, porque los hace el mismo chino. Trajeron un Xiaomi creyendo que la garantía era eterna porque un freak en un foro decía que le habían pagado unas vacaciones en el Caribe al encontrar un error de hardware en su terminal. Bailaron al son de los gratis total y los descuentos infinitos porque creen fervientemente en la tiranía de los empresarios malos. Si una camisa de Armani vale 100€ y una web asiática lo vende a 10€ es porque los intermediarios ganan 90€, y aún así no se preguntan si acaso no será la misma o si un grupo de niños sin escolarizar las cosan en unos bajos de Taipei.
Da igual si es más barata y hace sentir al que ha metido los datos de su tarjeta de crédito más listo que la media. Da igual si no hay impuestos que repercutan en el asfalto de tus calles porque los políticos roban todos, porque la basura se recoge sola, porque la sanidad se paga sola y porque los profesores de tus hijos lo hacen gratis, como las costureras chinas o indias.
Internet y el gilipollas moderno son tal para cual, en muchos casos. Las certificaciones para un comercio seguro y una demostración de ser una página fiable son necesarias y de obligada revisión por la misma razón en la que no comprarías un coche a un grupo de morenos con cadenas de oro bajo el puente de la autovía que cruza cerca de tu casa.
Sin embargo, de la misma manera que la mayoría no es capaz de pensar que si Google o Facebook son gratis será porque ganan dinero con otra cosa, estas navidades el retrasado de turno ha vuelto a caer en las estafas de siempre, en el tocomocho de toda la vida, en el truco de los billetes tintados, en el producto sin garantía, en dar los datos bancarios a desconocidos, en ahorrarse el iva, en bajar programas de softonic creyendo que las toolbar son complementos de calidad.
Pero hay creencias imposibles de cambiar, sobre todo esa en la que los idiotas te advierten que no son tontos, es más, que son más listos que tú.
El mercado se rompe, eso es una obviedad. En un lado están los buscadores de gangas incapaces de pensar que si la ganga es excesiva existe la posibilidad de que sea un fraude. En otro los idealistas.
Y en medio, el comercio que, casi como las audiencias televisivas, espera que la basura desaparezca sola y, sin embargo, cada día huele más.
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