"Parece que ha pasado una edad geológica desde que me desperté esta mañana. Desde que abrí los ojos y miré a mi alrededor para ver el pobre estado familiar del cottage de invitados, deben de haberse reagrupado los continentes, géneros y especies habrán evolucionado y desaparecido, el hielo habrá venido y se habrá ido más de una vez. Como mínimo, ha de haber pasado varias vidas"
Es un texto que viene a explicar de una manera sencilla la diferente percepción del tiempo. Facebook parece que lleva ahí toda la vida, pero tiene nueve años. Youtube tiene 8 y Twitter 7. Los fines de semana metido en casa viendo la televisión y cocinando para los próximos 7 dias duran más de 48 horas y parece que llevamos una eternidad metidos en la navidad, que el verano fue demasiado corto y que no encontraste los minutos para explicar a quien debías lo que debías porque estabas procrastinando a su lado.
Aquí hemos hablado del tiempo estadístico y de vivir en un tiempo pasado. También hemos hablado del tiempo rápido que se diluye cuando estás ocupado y de ese truco para que pase el tiempo que consiste, al estilo pasivo-agresivo, en ignorarlo. Casi siempre hay alguna explicación psicológica para ello y no son más que placebos, silogismos bien construidos que calman el tic y el tac de los relojes analógicos.
Tenemos nuestros relojes y nuestros momentos. Vivimos los días en los que sufrimos taquicardias afectivas que creemos que deberán ser calmadas con un abrazo rápido para poder volver a ver todo en cámara lenta. Vivimos, también, largos instantes en los que nos enfrentamos a la disección de nuestros pensamientos como un taxidermista masturbatorio sin prisa por llegar al próximo estado, como un abogado buscando una estrategia que desconcierte al fiscal. Sufrimos extraños momentos en los que todo va demasiado rápido o demasiado lento sin tener un especial control sobre los mismos. Los viajes de vuelta siempre me han resultado mucho más cortos que los de ida. Los caminos del salón a la cama, después de una ruptura, son diez veces más lentos que de la puerta a la cama si es que sucede en una reconciliación.
Sin embargo y de una manera casi desconcertante, los tiempos comunes tampoco duran lo mismo. Un cortejo puede ser eterno para una parte y un bólido para la otra. Una discusión llena de agravios se convierte en una losa a los cinco minutos y quedan noventa de montañas rusas de reproches para terminar con la sensación de no haber avanzado nada. Un momento de sexo, instantáneo y reflejado en un espejo con una mirada entornada, puede durar años en una mente fotográfica como la mía, que hace stop motion con las diapositivas. Sin embargo eso mismo puede ser fugaz para ella y, al contrario, que fuera eterno ese instante en el que miré el teléfono de reojo sin darle mayor importancia, porque no la tenía. Lo único cierto es que aunque los caminos vayan en una misma dirección se nos suele caer el carruaje si los caballos de carreras no empujan al unísono.
Aquí hemos hablado del tiempo estadístico y de vivir en un tiempo pasado. También hemos hablado del tiempo rápido que se diluye cuando estás ocupado y de ese truco para que pase el tiempo que consiste, al estilo pasivo-agresivo, en ignorarlo. Casi siempre hay alguna explicación psicológica para ello y no son más que placebos, silogismos bien construidos que calman el tic y el tac de los relojes analógicos.
Tenemos nuestros relojes y nuestros momentos. Vivimos los días en los que sufrimos taquicardias afectivas que creemos que deberán ser calmadas con un abrazo rápido para poder volver a ver todo en cámara lenta. Vivimos, también, largos instantes en los que nos enfrentamos a la disección de nuestros pensamientos como un taxidermista masturbatorio sin prisa por llegar al próximo estado, como un abogado buscando una estrategia que desconcierte al fiscal. Sufrimos extraños momentos en los que todo va demasiado rápido o demasiado lento sin tener un especial control sobre los mismos. Los viajes de vuelta siempre me han resultado mucho más cortos que los de ida. Los caminos del salón a la cama, después de una ruptura, son diez veces más lentos que de la puerta a la cama si es que sucede en una reconciliación.
Sin embargo y de una manera casi desconcertante, los tiempos comunes tampoco duran lo mismo. Un cortejo puede ser eterno para una parte y un bólido para la otra. Una discusión llena de agravios se convierte en una losa a los cinco minutos y quedan noventa de montañas rusas de reproches para terminar con la sensación de no haber avanzado nada. Un momento de sexo, instantáneo y reflejado en un espejo con una mirada entornada, puede durar años en una mente fotográfica como la mía, que hace stop motion con las diapositivas. Sin embargo eso mismo puede ser fugaz para ella y, al contrario, que fuera eterno ese instante en el que miré el teléfono de reojo sin darle mayor importancia, porque no la tenía. Lo único cierto es que aunque los caminos vayan en una misma dirección se nos suele caer el carruaje si los caballos de carreras no empujan al unísono.
Existen los arquetipos de los tiempos lentos de las tardes llevando las bolsas de las compras para ella. Existen las siestas que parecen haber durado cuarenta noches pero ni siquiera llegaron a la predicción del tiempo en el telediario que te durmió mientras te hablaba de que aquella revolución era nueva cuando te sonaba antigua. La televisión en blanco y negro estaba antes que los ordenadores de fósforo verde y de eso hace demasiado poco.
Conocí a alguien que quiso salir cuando yo quería entrar, que quería que me quedase las noches en que necesitaba dormir solo y no estaba las madrugadas que la añoré como un niño en su primer día de acampada cuando echa de menos su cama.
Conocí a quien me perdió esperando como si fuera Salvatore y alguien a quien no esperé lo suficiente.
Conocí a quien me ofreció sus pechos cuando necesitaba calor y me pidió calor cuando necesitaba sus pechos, primero para agarrarlos y luego para dormirme. Ella quería dormirse primero para despertarme con sus pechos y nunca pasó ninguna de las dos cosas.
Y en todos los casos, en este momento en el que me quedo dejando que el tiempo repose, creo que no fue la forma ni el contexto, no fueron los destinos ni los caminos. Fueron los tiempos comunes. Esa es la nueva variable en el desastre, la nueva enseñanza de las relaciones humanas. En las películas de espias sincronizan sus relojes porque se presupone que van a la misma velocidad y, curiosamente, unos adelantan y otros atrasan. Es la paradoja de los gemelos llevada a la vida de los mortales.
No pasa tan solo en la faceta sentimental de la vida, eso es un ejemplo. Se pierden y se ganan amigos de la misma forma aunque es menos dramatizable y vale menos para los guiones indies de las películas con final amargo financiadas con crowdfunding.
A veces parece que ha pasado una glaciación entre un momento y otro, una edad geológica desde que me levanté esta mañana y, en otro lugar del mundo, ese día fue un fogonazo. Esos son los tiempos comunes inestables.
Pd: Si conoces a alguien (un amigo, una novia, un amante) a quien no tengas ganas de perder compra pilas de la misma duración o sincroniza los tiempos por whatsapp, que es una aplicación infernal nacida el 2009 donde no siempre te responden con la velocidad que quieres, donde se supone que mienten si tardan en responder (lo cual es falso) y donde lo único que puedes esperar es que alguien sea capaz de acabar tus frases, como esa canción en la que no se acaba ninguna nada hasta que aparece alguien que las termina.
Conocí a alguien que quiso salir cuando yo quería entrar, que quería que me quedase las noches en que necesitaba dormir solo y no estaba las madrugadas que la añoré como un niño en su primer día de acampada cuando echa de menos su cama.
Conocí a quien me perdió esperando como si fuera Salvatore y alguien a quien no esperé lo suficiente.
Conocí a quien me ofreció sus pechos cuando necesitaba calor y me pidió calor cuando necesitaba sus pechos, primero para agarrarlos y luego para dormirme. Ella quería dormirse primero para despertarme con sus pechos y nunca pasó ninguna de las dos cosas.
Y en todos los casos, en este momento en el que me quedo dejando que el tiempo repose, creo que no fue la forma ni el contexto, no fueron los destinos ni los caminos. Fueron los tiempos comunes. Esa es la nueva variable en el desastre, la nueva enseñanza de las relaciones humanas. En las películas de espias sincronizan sus relojes porque se presupone que van a la misma velocidad y, curiosamente, unos adelantan y otros atrasan. Es la paradoja de los gemelos llevada a la vida de los mortales.
No pasa tan solo en la faceta sentimental de la vida, eso es un ejemplo. Se pierden y se ganan amigos de la misma forma aunque es menos dramatizable y vale menos para los guiones indies de las películas con final amargo financiadas con crowdfunding.
A veces parece que ha pasado una glaciación entre un momento y otro, una edad geológica desde que me levanté esta mañana y, en otro lugar del mundo, ese día fue un fogonazo. Esos son los tiempos comunes inestables.
Pd: Si conoces a alguien (un amigo, una novia, un amante) a quien no tengas ganas de perder compra pilas de la misma duración o sincroniza los tiempos por whatsapp, que es una aplicación infernal nacida el 2009 donde no siempre te responden con la velocidad que quieres, donde se supone que mienten si tardan en responder (lo cual es falso) y donde lo único que puedes esperar es que alguien sea capaz de acabar tus frases, como esa canción en la que no se acaba ninguna nada hasta que aparece alguien que las termina.
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