En 1971 se realizó un experimento en la carcel de Stanford que llevó a la conclusión, deprimente para el ser humano, que las personas se convierten en miserables e hijas de perra en cuando hacen suyas los papeles que se les asignan. En menos de seis dias algunos se convirtieron en perros y ratas con lo que el experimento tuvo que cesar, pero resultó esclarecedor.
Hoy tuve que escuchar el argumento populista que dice que si los políticos que ponen las reglas roban, ¿por qué tiene que cumplir las reglas un ciudadano normal?
Por otra parte existe una norma no escrita que viene a decir que los medios de comunicación, por su repercusión, son responsables del estado anímico de la masa y que, en consecuencia, han de tener cierto cuidado en controlar la alarma social que pudieran generar.
La sensación que vivo tras el goteo incesante de corrupciones, escándalos, corruptelas, robos, injusticias y miserias con las que nos vamos encontrando cada día en los medios es que algunos han hecho suyo los papeles que democráticamente se les han otorgado y otros han descubierto el filón del escándalo con el resultado final de la alarma que nos lleva corriendo como pollos sin cabeza entre la indignación y la vigilancia a ultranza de las carteras.
Mi abuela decía que ella votaba a la derecha porque normalmente son ricos y los ricos roban menos, porque tienen menos necesidades. Mi tio dice que vota a la izquierda porque sigue creyendo en un mundo más justo y considera que alguien que ha pasado penuria sabe entender mejor a los que están peor que él. Mi socio cree que hay que tener contentos a los empresarios porque son ellos los que dan puestos de trabajo. Mi hermana cree que hay que repartir la riqueza y dar oportunidades a las personas pero que algunos no se merecen que se les ayude. Mi madre, que vive en una burbuja periodística, está continuamente escandalizada. Mi sobrina quiere tener tarifa de datos a todas horas. Todos tienen razón.
Ser de derechas o ser de izquierdas es asumir un papel. Eso nos lleva al experimento de Stanford. Creer, como creía Zapatero, que las personas son intrínsecamente buenas es una estupidez tan sangrante como considerar, como considera la parte de la derecha del PP, que la mayoría de los españoles viven para robar los bienes del Estado.
Las corrupciones no entienden de ideologías, entienden de personas. Gobiernos izquierdísimos son ejemplos de sobornos y gobiernos derechísimos son muestras claras de expolios nacionales. La mayoría de las personas que conozco creen en la justicia social y se mueven a la izquierda del centro pero reclaman mano dura e intransigencia en casi todos los casos, lo cual es de derechas. Todos los que han firmado desde sus ordenadores para que esa chica que se encontró una tarjeta de crédito y robó dinero con el fin de comprar pañales a sus niños estoy convencido que pedirán cumplimiento de penas si les roban su tarjeta y, además, la dimisión de cualquiera antes de cualquier sentencia inculpatoria.
En el experimento de Stanford todos se convirtieron en gilipollas. Los que hacían de carceleros se sobrepasaron con su agresividad y poder divino del castigo. Los que asumieron los papeles de presos se quejaban contra la dictadura del poder de las porras. Ninguno variaba un ápice lo que se esperaba que fuera su comportamiento estandar, aunque eso acabara con todos.
En la situación actual nadie comete el inteligente acto de variar aquello que se espera de su posición. Nadie asume su corrupción o pone encima de la mesa, de forma intachable, los papeles o argumentos que anulen tanta desconfianza. Tampoco nadie da el más mínimo atisbo de esperanza al perdón o al cambio de roles. No se proponen seriamente cambios en las reglas del juego sino que se grita más fuerte.
Mientras tanto algunos se amparan en la corrupción de los demás para procurar corromperse un poco, en vez de dar millones de ejemplos, que son millones de razones. Esos son los presos que abusan de los otros presos más débiles, como en las malas películas carcelarias. Y, desde los medios (de un lado u otro, dependiendo de la dirección del escándalo), se anima a los púgiles a que se maten en el ring. Alguno intenta ponerse en medio cuando empieza a saltar la sangre, pero le abuchean como en las peleas de patio de colegio.
Intento decir que la corrupción es una auténtica mierda humana que creo que no depende de ideales y que tan corrupto será un autodenominado derechoso o izquierdoso porque es el papel que admite lo que le hace comportarse así. En los pocos años de democracia española hemos visto corrupciones de todos los lados. Es como si un hippy dice que no se ducha porque es hippy y es lo que se espera de los hippys o que un nazi dice que pega a los negros porque es nazi. -¿Por qué se corrompió (robó, violó, insultó, apedreó) usted?- le podría preguntar el juez a alguno. -Porque es lo que se espera de mi- puede que responda algún descerebrado con la lección aprendida.
Stanford en estado puro.
El sentido común deja de tener peso cuando se admiten papeles preconcebidos en el gran juego de rol de la sociedad moderna.
1 comentario:
Siempre he odiado ese experimento, pone de relieve lo más miserable del ser humano.
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