Ayer hablé con una máquina. Es respetuosa, fría, correcta y, al final del proceso siempre termina pasándote con un operador personal, que siempre está ocupado.
Tengo un amigo que, cuando tiene que hablar con una máquina, siempre pide ser atendido en euskera porque, asegura, todos los que saben euskera también saben castellano y no te atienden con ese acento que incrementa los niveles de estrés que tiene, por definición, que te estén diciendo que no sin decir que no, que es lo que pasa en esos casos.
El caso es que hablar con una máquina, como pasar la compra por las cajas automáticas donde tú mismo te equivocas con los códigos de barras sobre los lectores frontales, es efectivo pero es triste. Supongo, porque no he realizado la comparación, que se parecerá a acostarte con una muñeca hinchable o llegar al orgasmo con un brillante (o violeta) consolador y después, cuando has conseguido que un maremoto de músculos tensos te recorra la espalda, descubrir que la única respiración que se escucha es la tuya.
La masturbación o el sexo en soledad viene a ser como batir el record del mundo de algo y no tener quien lo certifique, aunque sea en la intimidad.
La paradoja de Moravec viene a establecer que la evolución tecnológica tiende a avanzar mucho más rápidamente en aquellos procesos que son, por definición, complejos para el ser humano: los cálculos mátemáticos, correr muy rápido, volar incluso. Sin embargo la tecnología no es capaz de llegar a las capacidades perceptivas y motrices de un bebé de un año.
Podemos simular el comportamiento humano de una manera fastuosa, eso lo pueden asegurar los varios libros sobre inteligencia artificial que me asombraron en mi primera época universitaria, antes de descubrir que los engranajes y los diodos no podían llegar a mucho más.
Equivocarnos, hacernos reir, sorprendernos e incluso vivir esas pequeñas explosiones de creatividad pura son las facetas del comportamiento humano que están a años luz de las posibilidades reales de la computación. Quizá por eso se sigue adorando a los genios del arte de hace demasiados siglos.
Dicen, en algunos lugares, que los médicos, que los ingenieros y los físicos que viven en un mundo de exactitudes y operaciones matemáticas que determinan el resultado de su trabajo tienen las horas contadas en su labor por la cada vez más potente capacidad de cálculo de los grandes ordenadores. Dicen, en los mismos sitios, que probablemente los ilustradores, los camareros, los humoristas y todos aquellos que han desarrollado el pensamiento creativo tendrán asegurado el puesto de trabajo en la computacional sociedad que nos espera.
Creo que tienen razón, Sr Moravec. Algunos trabajos son buenos y hasta tienen futuro. Excepto si os contratan en una empresa de telemarketing.
Eso es porque espero, en los círculos de procedimientos adecuados que nos esperan, que la creatividad y salirse de la norma nunca se castigue con la horca.
1 comentario:
Muy buen artículo.
Confirma la idea de que las habilidades son las competencias esenciales para el futuro de la humanidad, más que el conocimiento.
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