Mal dia para buscar

25 de noviembre de 2011

Chiquilladas (atrocitología familiar)

Siempre que llegas a casa, me encuentras en la cocina, embadurnada de harina...


Hace tiempo escribí una línea en la que decía que ya no encuentras a niños por la calle con rodilleras cosidas y recosidas en sus pantalones. Decía que ya no ves a niños con arañazos, sino que todo lo pueblan los gritos de las madres cerca de los columpios con suelos acolchados.

Hace un tiempo, también, un lector me remitía a su blog donde se hacía eco de cierto libro (Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined) donde se parte de la realidad empiricamente demostrada de que la sociedad moderna es mucho menos violenta que cualquier tiempo pasado. Supongo que hemos sido especialmente educados hacia el respeto del contrario. Las últimas guerras, como ese arte que ha desarrollado el belicoso nehanderthal que tenemos dentro, han crecido hacia el bombardeo, hacia el lanzamiento de un misil ultradestructivo que te permite apretar un pulcro botón y no ver la sangre de tus víctimas.

En las casas, como si fuera un universo paralelo donde hacemos nuestras propias sociedades y establecemos nuestras pequeñas normas, hemos evolucionado casi por el mismo camino. Cuando mi abuela llegaba a su casa mi abuelo, castigado, sedado y desganado por las incautaciones de sus taxis durante la guerra civil, se tenía que poner firme ante las órdenes expresas del matriarcado dictatorial que era aquella familia donde se hacía lo que ella disponía, sí o sí. Supongo que, teniendo en cuenta que estamos hablando de los años 40, en otras casas el hombre castigaba sin ningun miramiento y de una forma violenta a su mujer de la misma forma que en otras muchas (probablemente la mayoría) las decisiones se podían hacer al estilo cuéntame, que es teniendo en cuenta la opinión de una bellísima Ana Duato.

Más que probablemente el lógico avance de los derechos y poderes de la mujer en la familia, amén de la lógica de la convivencia, terminó con la mayoría de nuestras familias en entornos dialogantes donde nuestros padres tomaban las decisiones que involucraban al resto del grupo familiar. "Tienes que ir a este colegio". "Tienes que ir a visitar a tu tio abuelo al geriátrico". "Tienes que lavarte los dientes". "Tienes que...". Y obedecíamos hasta el límite de admitir que yo nunca me he atrevido a fumar sin esperar una reprimenda delante de mis progenitores. Hoy en día sigo sin hacerlo.

Pero eso tampoco nos pareció suficiente y al abrigo de la protección al menor y la necesidad lógica de tenerle en cuenta respecto de las decisiones familiares hemos pasado a consultar a nuestros hijos sobre sus preferencias. "¿Quieres ir a este colegio, lavarte los dientes, ir a ver al abuelo a ese geriátrico que huele a betadine?". Supongo que si todos los niños fueran Carlitos, que son la mayoría, no habría ningún problema. Nanni Moretti contaba, en su película Caro Diario, que el mundo estaba siendo controlado por los niños. Lo demostraba en esta parte:


Por supuesto que es mucho más dificil meterse en el mundo de la educación cuando estás en la necesidad de razonar sin poder hacer el ejercicio de la imposición. Igual que se mata menos en las guerras y los matrimonios hablan para decidir cosas en común hoy en día la nueva revolución que nos sorprende dentro de las casas son las maneras de relacionarse con los hijos, como países a dominar sin usar la fuerza bruta.

Aún así prefiero a los niños revoltosos que a los niños propiedad de psicólogos infantiles y sentados con el pelo liso, sin emitir una voz más alta que otra, fruto de la modificación del comportamiento humano que da la medicación (ver a una niña sentada sin hacer ruido en el bar donde me compro el tabaco es el motivo por el que salió este post, justo cuando me aseguraron que desde que va a psicólogo se porta mucho mejor).

Pero sí que es cierto que ya no veo chiquilladas por las calles. Desconozco si se debe al efecto hipnotizante de la Nintendo Ds, a la sobreprotección familiar, a la búsqueda de quorums de la familia moderna o a que ya no es la época de mi abuela ni la de mis padres. Será que, de la misma forma que la sociedad moderna (que pone castigos económicos en vez de arrasar civilizaciones) no es tan violenta como lo fue históricamente, los niños ya no son tan niños como los recordamos.

Será porque, aún sintiendo el escozor de la edad y retrasado por la vivencia de mil millones de quorums sin consenso, me encantaría llegar a casa y encontrarla llena de harina. Pero solo una vez. Mi padre siempre recordaba cómo la abuela le castigó por llegar a casa sin un calcetín que perdió, un día de pellas, en el río Manzanares. Yo perdí una chaqueta volviendo al colegio y recibí una bofetada un día que no quise comerme unos huevos rellenos de mi madre. A mi sobrina la castigan sin el tuenti, pero se conecta con la Ds al messenger donde yo intento razonar diariamente contra su adolescencia recién llegada. Por ahora voy perdiendo.

1 comentario:

Alberto Secades dijo...

Si te acuestas con niños, prepárate para despertarte con la cama mojada.