He encontrado unas líneas de algo que tuvo, una vez, la forma de introducción de un libro.
Dice asi:
Odio a la gente feliz.
Es un diagnóstico, el de la felicidad que no el del odio. Lo
del odio es naturalporque está
justificado. Lo que no es natural es la necesidad aquella de ser feliz siempre,
con todo. Hay personas que se sienten plenas cuando sus hijos recién nacidos,
mientras les cambian el pañal, les orinan en la cara. Si bien cada uno vive el
milagro de la vida a su forma y yo no he pasado por esa situación. Cuentan que
es aparentemente similar a una inyección de droga potente y creo que un
escenario feliz no iba a ser mi decorado elegido. Mucho menos, que ahí viene lo
más grave, esforzarse en demostrar al resto del público lo inmensamente
maravilloso y pleno que me hace ser dicha circunstancia es algo que me resulta
desaprensivo y maquiavélico. Las personas felices sonríen como payasos después
de haber seccionado en trozos a su última víctima. Así que ese odio tan
cristalino que me hacen sentir no es una maldad sino un equilibrio poético
entre la verdad y la hipocresía. Debería de estar justificada la ejecución de
un dolor directamente proporcional al halo de felicidad que irradian cuando se
ponen el disfraz de personas plenas, incluso llegando a la amputación.
Si lo pensamos con suficiente distancia el Black Friday es el Papa Noel ( o reyes magos) de la edad adulta. No existe, juega con tus ilusiones y quieres pensar que es verdad porque de alguna forma eso te reconforta.
Existen multitud de mentiras que necesitamos creer.
Ayer apareció una señora no excesivamente mayor en mi puesto de trabajo. Hizo un razonamiento lógico. Había visto en televisión que hoy en día, con dos clicks, la inteligencia artificial puede coger una foto nuestra, embellecernos, vestirnos con la ropa que queramos y ubicarnos en el parnaso que es Internet. Así que apareció con fotos de su vida ( reuniones, viajes, celebraciones) y una colección de vestidos y complementos que le gustaban. Se sentó en la silla de comprar ordenadores y desplegó todas las exigencias que tenía para su nueva imagen. "De aquí quitas el collar y me pones este vestido de acá. Me quitas a ese que sale detrás en la foto y que el paisaje sea la playa de Miño, en Galicia. Luego lo pones en mi cuenta de facebook y en mi estado de whatsapp". Obviamente, teniendo en cuenta que vendemos tecnología, intentamos indicarle el camino y ella lo razonó fácil: "en la tele dicen que se hace en segundos. Son unas veinte, así que no os voy a quitar más de cinco minutos". Y tan pancha.
Alguien que se dedica al servicio técnico me comentó en cierta ocasión que el cliente no ha de saber, jamás, si ese trabajo nos ha llevado diez segundos o diez horas. Supongo que ese es el motivo por el que se hace toda esa parafernalia burocrática protocolaria cuando algún dispositivo ha de pasar al lugar donde se produce la magia, que es el taller. Da lo mismo que sea un coche, un teléfono, un ordenador luminoso o Maria Del Carmen con una piedra en un riñón. Lo importante es vender la magia que lleva incorporado un "tachán".
He de reconocer que hace unos cuantos años nos sorprendía e incluso admirábamos a quienes disponían del don de la reparación. Un mecánico sucio de grasa, con una 13-14 en la mano, ajustando la tuerca adecuada que te dice "prueba ahora", y arranca. Un médico quitándose la mascarilla mientras se acerca, sudoroso aún, a la familia para decirles que afortunadamente todo ha salido bien.
Tengo una amiga aceptablemente resolutiva que mantiene lo siguiente: "Entre la gente que conoces y que no has de perder el contacto siempre se tiene que tener un médico, un informático, un abogado y un electricista". Se casó con un cubano, especialista en motores, capaz de arreglar casi cualquier cosa.
Sin embargo de un tiempo a esta parte y fruto de la publicidad, junto con los tutoriales de internet, se vive una época de desprecio del profesional. Como en algún lugar o video locutado con un acento específico alguien te cuenta que se hace click, tras, tris, zas... y ya está, te quedas esperando que sea incluso más rápido. Mantienes que un mono con un teclado es capaz de lograr la magia y te pasas por el forro los años de carrera, los años de experiencia y la probabilidad de que no se produzca esa magia. Lo último es que el ordenador esté roto o que la abuela se haya muerto.
En política pasa de una manera mucho más flagrante. Si alguien quisiera contar la verdad y nos dijese, de forma sincera, que hay problemas con soluciones imperfectas o sacrificadas, va a perder las elecciones. Las va a perder porque aparece un tipo que te dice que en menos de dos meses te va a crecer el rabo, vas a ser rico, te va a querer mucho más tu pareja y la vida va a ser un spa. Y le votas porque quieres creer en la magia, porque te encanta que te engañen como en el Black Friday.
Al igual que las "ofertas", que no desaparecen nunca y te dejan viviendo en la excepcionalidad continua, todos esos estímulos que han ido matando la magia están presentes a cada minuto. Adoras creértelo. Hay yonkis del cartel de "ultimas unidades" que tienen grabado en el teléfono, orgullosos, el video en el que están pegándose con una señora obesa en chandal por una freidora de aire a mitad de precio. Hay más de una persona que te dice que le montes un mueble del Ikea y piensa que eres imbécil si no lo has montado en cinco minutos porque hay instrucciones con unos muñequitos monísimos. Obvio es que cuanto más se queja alguien, menos lo ha intentado.
Lo que es cristalinamente cierto es que la magia es algo que , con los imputs modernos, se da por hecho y cuando se da por hecho algo, deja de ser mágico.
Estamos siendo espectadores del final de muchas magias, también del final de muchas satisfacciones porque hay demasiados cuñados que asesinan el gustito que da cuando consigues algo por ti mismo. Asesinar la meritocracia es un recurso de una sociedad de mediocres que no quieren dejar de serlo y que si lo dice chatgpt ( o una oferta de Temu) ya creen que es verdad sin pensar en lo loco de esa premisa.
Pd: Hoy he tenido a mas de cinco clientes que han intentado montar su ordenador solitos y el 90% han puesto algo al revés. Se quedan quietos delante de mi esperando que haga magia y se enfadan cuando les digo que son 50€.
Pd2: Por cierto, y lo digo para reflexionar, las rebajas están reguladas por ley. No pueden engañarte vilmente de una forma sencilla. Pero si lo llamas Black Thursday, SuperLunes, Martes locatis, Sin iva day o "la gran estafa", pueden mentirte como un bellaco cien veces.
Ayer bajé la basura a última hora y me crucé con un grupo bastante amplio de mujeres de mediana edad, exultantes, ruidosas y festivas, que salían de un concierto de David Bisbal celebrado a menos de un kilómetro de mi casa. Tuve que suponer, por la efusividad global, que prácticamente había sido como una orgía de satisfacción con entrada en la que , durante unas horas, David había satisfecho casi sexualmente a todas y cada una de las que se cruzaron conmigo.
Después pensé si les sucedía lo mismo con la gira de Los Pecos o si aún llenaban estadios La Década Prodigiosa.
Reconozco que, aún manteniendo muy a mi pesar una tolerancia extrema por las libertades de los demás, soy un talibán en cuestiones musicales. No lo evito sino que lo admito. Hoy en día la aceptación de tus intolerancias, excepto si es al gluten, está mal vista.
Hay algo que se impone de una manera sibilina constantemente. Son todas esas cosas, pequeñas cada una pero enormes en su globalidad, que no se ponen en duda. Una especie de matemáticas de la moral. Has de querer ser feliz, que te guste el balompié, desear el amor eterno, defender la vida, preocuparte por los más necesitados, perder el culo por una tarde de copas y que no te guste trabajar. Son ejemplos. Cualquier oposición a esos ítems sociales solamente se pueden entender como ser un enfermo peligroso. A veces, que es mucho más preocupante, te tildan de intolerante.
No hay nada de intolerancia en no ser partícipe de llegar al quinto gin tonic envuelto en conversaciones insulsas sobre las enfermedades de los niños de otros. Yo no tengo ningún problema en que hagas tú lo que quieras hacer y lo realices las veces que te de la gana, pero no me obligues a hacerlo. Estoy convencido que hay una bondad extrema en querer hacerme compartir la felicidad superlativa que te embarga todas las veces que tu equipo deportivo anota un gol pero es que no quiero ir. Es más, hago uso de mi libertad si no quiero ir. Ni siquiera significa que esté criticando el goce extremo que tienen los fans de Melendi en un concierto de Melendi, pero si me atas una correa al cuello y me haces ir a un concierto de Ramón, eres tú quien, en aras de la felicidad supuesta, impones un criterio por encima de mi elección personal.
-Idiota, que te va a gustar.
Que algo te guste a ti no significa que me tenga que gustar a mi. Que tú creas en la gloriosa exaltación del amor no ha de obligarme a convertirme en una tarta de merengue que envíe mensajes sentimentales todas las mañanas a las ocho. Lo haré si me apetece y todas esas veces serán de verdad. Por supuesto que el marido de tu amiga Mari Pili la quiere muchísimo y lo hace, pero cada uno quiere como le da la gana. Conozco a gente tan chaquetera en el amor como en el voto.
Hace cien años Manolo Rodriguez te decía, con sinceridad extrema, que no podía ser que quisieras estar soltero o que te gustara otro varón. No te lo decía porque odiase a los maricas sino porque en su bienhacer de las cosas estaba, como única opción, el amor entre un hombre y una mujer orientado a la formación de una familia feliz. Manolo quiere lo mejor para tí y te quiere orientar ( e incluso obligar) a que aceptes como ciertos los estamentos básicos de su estilo de vida. Hoy en día eso sucede con otras cosas, pero sucede. Te tiene que gustar ir a un buen hotel y que te hagan la pedicura en una sala climatizada, pero a mi me da mucho asco que me anden en los pies. Te ha de volver loco un festejo con ruido y fuegos artificiales, poblado de gente apelotonada frente al puesto de churros. No se entiende que prefieras una deprimente película polaca sobre la soledad humana que el último pelotazo de Disney. Es incomprensible que te gusten los toros o que prefieras sentarte con una señora en una silla plegable junto a la carretera nacional de un pueblo de Avila que quince días en un resort de Puntacana con esos cócteles de sombrilla tan kitsch. El sistema, metamorfoseado en imposiciones establecidas que cambian con los tiempos, intenta imponerte sus reglas.
Obviamente todas las imposiciones son restricciones a la libertad personal, incluso la obligación de vivir.
Si un suicida decide saltar, es un acto de libertad personal. Podríamos pensar que se puede establecer un dialogo razonado con sus salvadores pero si lo ha razonado y ha llegado a la conclusión de desear emplear su libertad en ello, nada debería de impedírselo. Es un ejemplo extremo, por lo imposible de la rectificación, pero es así.
A nuestro alrededor se establecen muchísimas bases sociales que discriminan a todo aquel que las pone en duda o simplemente decide no compartirlas. La propia sociedad discrimina, quizá inconscientemente, a quien no las acepta como jodidos dogmas de fe modernos. A veces, incluso, solamente preguntando el por qué de ellas se te deja a un lado como una persona sospechosa.
Luego está eso de que somos una sociedad libre pero, en realidad, las sociedades juegan a limitar tu libertad con los patrones que tiene la camisa social de esos tiempos.
Supongo que hacer uso de la libertad personal ha sido, y es, la forma más antisistema de vivir que existe. Con el de antes y con el de ahora. Ni antes ni ahora va de la mano con ninguna recompensa social, eso es seguro.
Pd: y yono tengo ningún problema en que cada uno haga lo que quiera con su centro, como decía una señora muy mayor que conocí hace 15 años, pero no acepto que se me obligue a, dubidú, ser como tu.