Mal dia para buscar

27 de marzo de 2025

Alicia, el alcohol y el móvil.

Maria del Carmen es una madre soltera emponderada. Trabaja, con la intensidad que su energía le permite, para que su única hija, fruto de un fracaso con el hijo de perra machista vago y cabrón que fue su desaprensivo marido, salga adelante. Alicia, que es el nombre de la adolescente, apareció en casa el sábado cuatro horas tarde, vestida como la Jennifer, borracha como una macarena, sin un euro, tras haber perdido el móvil y en un Bmw de cuarta mano con los tubos de escape cambiados para rugir más.

Obviamente el domingo por la mañana la situación es un tanto tensa. Alicia está sentada, mal desmaquillada, en la mesa de cocina con cara de no saber si está ahí o saliendo de una anestesia general en un hospital comarcal de Nueva Guinea, donde la sedaron con peyote. "Me han robado el móvil. Necesito otro"- dice en voz baja. En un primer intento Maria del Carmen se mantiene con cierta fortaleza y está firmemente convencida de no tolerar ese desdén. ¿Donde te lo han robado?-pregunta- No sé, por ahí- obtiene como respuesta. -Eso es que has andado sin cuidado- . -Claro, ahora va a ser todo culpa mia. ¿Qué culpa tengo yo de que la gente vaya por ahí robando cosas?. ¿Te crees que yo quiero que me roben el móvil donde lo tengo todo?-. Alicia ha adoptado el rol de víctima indignada castigada por el sistema cruel y deshumanizado. -No estoy diciendo eso, cariño- aplaca su madre en modo pérdida de discusión- pero quizá hay que tener más ojo.

-De todas formas- sigue Alicia en su razonamiento- ya no cargaba bien y había que cambiarlo.

-Pero si tiene menos de dos años.

-Había que cambiarlo

-¿Y qué tienes ahorrado?

-¿Yo?. Pero si me paso el día estudiando y no tengo trabajo. Yo no tengo.

-Entonces no hay móvil.

Alicia se levanta como si tuviera un resorte. -¿Y qué hago?. ¿Me muero?. ¿Como voy a hablar con mis amigas y cómo me van a enviar los deberes del colegio?. No tendré vida social, no podré estudiar y nunca llegaré a nada. La verdad es que jamás te puedes poner en mi lugar.

Tras ese silogismo catastrófico en el que la responsabilidad del desarrollo personal de tu descendencia cae sobre las espaldas de un dispendio económico, surge la duda.

El lunes siguiente Maria del Carmen toma un café con sus compañeros de trabajo. Les cuenta que la delincuencia está por las nubes y que incluso su hija, modélica como ninguna, sufrió un atraco al salir de la discoteca sin alcohol a la que va los sábados. Que se le abalanzaron unos muchachos de origen sospechoso y antes de ser violada les dio el teléfono. Que le acababa de comprar uno nuevo, de ultimísima generación y con una funda de diseño, porque su hija no se merece un móvil de 150€ , sino de mil porque de esa forma estudia mejor y sacará mejores notas. Por eso, precisamente, había pedido hacer un doble turno en el trabajo y que esperaba que el miserable de su ex pagara la mitad de ese imprevisto.

Es curioso pensar que una generación que ha crecido con el drama de Marco sin encontrar a su madre, Heidi con su amiga paralítica, la casa de la pradera, Chanquete y la madre de Bambi muriéndose e incluso la muerte de Fofó, sea una generación tan flojeras.

Dos semanas después y cuando ya amanecía el domingo, Alicia llegó a casa en un estado lamentable y con la pantalla del móvil rota. "Es que me has comprado el de 128gb y si no es el de 256, no me vale".

Otra vez en vez de hablar del problema de verdad se quedaron discutiendo sobre advenimientos tecnológicos. La mejor forma de no solucionar un problema es quedándote en otros detalles del conflicto. Es como discutir muy fuerte sobre de qué color pintar los tanques sin hablar del motivo por el que hay que ir a la guerra o no.

25 de marzo de 2025

Vivir es ir en moto un frío día de lluvia.

No sé si alguna vez has ido en moto en un día de meteorología complicada. Uno se prepara, se abrocha la chamarra, se ajusta los guantes, se cierra la visera del casco y arranca. A partir de ahí lo único que queda es devorar kilómetros. Entonces descubres que hace frío y los dedos se entumecen, a veces hasta el punto de quemar por la baja temperatura. Los mueves sobre los puños pero no puedes soltarlo porque te vas al suelo si no lo haces con cuidado. En ciertas ocasiones sueltas una mano y la metes bajo el culo, pero tampoco es una gran solución. Sin embargo no es lo peor. Una de las peores cosas es cuando se empaña la visera y lo hace por dentro. Mucho peor si eso sucede con lluvia porque al abrirla para desempañarla se moja. Lo que haces es respirar poquito valorando si puedes alcanzar una velocidad que permita que los agujeros mágicos para el flujo de aire hagan su trabajo. La lluvia no es una buena compañera. Una sensación torturadora es notar, fría como el corazón de aquella mujer de la historia, una gota que se sitúa en la base del cuello y va deslizándose por la espalda sin poder hacer otra cosa más que sentirla. Es como estar atado con correas a un sillón inquisitorio mientras el verdugo abre en dos la columna vertebral.

No sentir las manos. Apenas poder diferenciar objetos con la vista. La humedad en la espalda y notar cómo la humedad encharca los dedos de los pies porque no te pusiste las botas adecuadas.

Sin embargo ir en moto es una actividad deliciosa. Supongo que es como vivir, pero sobre dos ruedas. Está lleno de sensaciones incómodas de las que uno no se puede librar excepto si encuentra un lugar donde detenerse, pero parar solamente es demorar lo que va a suceder. Por eso, quizá, los moteros casi siempre llegamos al final de la ruta, aunque sea embarrados. Yo he conducido de noche por largas carreteras de Castilla, he subido puertos detrás de quitanieves, se me han puesto las uñas negras por el frío y solamente un par de veces he terminado fumando un cigarro debajo de un puente jurando que soy el motorista más imbécil que conozco.

Creo que es algo parecido al montañero que disfruta de coquetear con las inconveniencias o el deportista que entrena en días de aguacero. Al final queda un extraño regusto de saber que fuiste capaz de hacer aquello que te propusiste por mucho que el universo confabulara en tu contra.

Una de las cosas que se ve, los días de lluvia en ciudad, desde dentro del casco, es la forma entre condescendiente y cómica en que miran a través de las ventanillas de los coches. Unos ponen ojos de "pobrecillo, que no tiene coche" y otros de "hace falta ser gilipollas". Da igual que llegues antes o que no tengas que pagar aparcamiento, eso no entra en la ecuación. Una de las máximas del ser humano es ratificarse en sus decisiones y procurar considerar, por defecto, que su decisión es la correcta. Al fin y al cabo no se mojan, derrapan menos, disponen de calefacción y en caso de colisión están menos predispuestos a fracturas. El confort siempre es un punto a favor. Es la baza que yo uso para afirmar que prefiero ver, con una copa, el mar cantábrico a bañarme en el helador mar cantábrico. Con lo cual no quito que alguien considere maravilloso bracear entre las olas cada día del año siempre y cuando no me quiera obligar a vivirlo en primera persona de la misma forma que yo no obligo a nadie a coger curvas con inclinación de más de 45 grados. Desafortunadamente vivimos en una sociedad incapaz de tolerar con esa facilidad las elecciones ajenas y que se empeña en prohibir actividades por tu bien. Prohibir, muchas veces, es poner trabas. Cualquier día seré libre de fumar y de conducir la moto previo pago de más de un impuesto disuasorio.

Lo único que quería contar es que conducir la moto en un primaveral día de tiempo adverso es algo parecido a vivir. Con algo empiezas, has de estar atento para no caerte, te tienes que sobreponer a los elementos y hay una cierta satisfacción al llegar al destino, incluso cuando solamente has salido a conducir sin rumbo. Eso si no te caes.

17 de marzo de 2025

Tanto aportas, tanto recibes

En cierta ocasión alguien me comentaba que estaba muy mal pagado su trabajo. Eso es algo muy español porque no conozco a nadie que afirme, incluídos futbolistas, que le pagan mucho más de lo que merece. Entonces, haciendo gala de mi pacto con el diablo, pregunté que cuánto de beneficio consigue para su empresa. Que si su trabajo se convierte en un beneficio superior, aunque sea un euro, a la cantidad por el que es recompensado.

Tras un momento de duda se fue a la afirmación estandard: yo hago lo que me dicen que tenga que hacer.

Quizá mantengo una visión anacrónica de la función del trabajo pero siempre he mantenido que si la empresa gana, ganamos los que trabajamos en ella. Que la justicia es que sea una ganancia proporcional al riesgo o al esfuerzo aplicado y que la función de la empresa es una función de mejora ( investigación, etc..) o la búsqueda de un beneficio. Quizá porque si la empresa dispone de dinero podrá pagar salarios mayores. Sin eso, salvo que sea Tesla o cualquier compañía pagada con el dinero de los contribuyentes, es imposible la subsistencia.

Es por eso que, en realidad, hacer la cuenta de la vieja en la que se separa lo que recibes y lo que aportas, es lo que nos da la visión adecuada a la viabilidad del sistema.

En Dinamarca, allá por el 2018, hicieron un análisis en esos términos. Pusieron una gráfica, basada en datos estrictos, donde por encima de la línea del 0 se aporta al sistema y por debajo se recibe del sistema. En las edades tempranas, como se recibe educación y sanidad, el sistema es el que pone encima de la mesa recursos. Más adelante, una vez educados y colocados en un puestito de trabajo, se pagan impuestos como el rico que ya eres y aportas al sistema, estando por encima del punto de corte. Llegados a la tercera edad se empiea a cobrar pensión, asi que volvemos a recibir. Luego vas y te mueres.

Por curiosidad los daneses separaron esas gráficas por los orígenes de los contribuyentes llegando a la fascista conclusión demostrable que existe un grueso de personas que van cambiando sus residencias a fin de lograr el mayor número de beneplácitos posibles de los sistemas. Viene a ser como un cliente de bares que va de happy hour en happy hour intentando pagar lo mínimo por sus consumiciones. El problema está en que si el bar se aprieta hasta perder en esos momentos y no se toman copas en horario normal, terminará cerrando.


Quizá, solo quizá, ese es el motivo por el que sociedades anteriormente enormemente abiertas han llegado a la conclusión de endurecer sus fronteras. Suecia, Dinamarca, Finlandia, son ejemplos. Y todo eso no es malo ni es racista, sino que es lo que es. Desafortunadamente nadie emigra intentando ir a peor. Nadie emigra (en estos casos) siendo rico. Nadie se va de un lugar en el que vive fenomenal para estar en una tienda de campaña en Noruega. Cada uno intenta beneficiarse de lo que esté a su alcance y es una actitud lícita. Ahí es donde entra la función de quienes gobiernan.Viene a ser lo mismo que un empleado que intenta cobrar el máximo posible trabajando lo menos que pueda y quien es el responsable de que sea rentable es su jefe. Jefe que le terminará despidiendo si no aporta al menos lo mismo que lo que cuesta. Eso, en la anaogía anterior, se llama deportación. La diferencia es meramente dialéctica.

El truco, en muchos momentos, es no hacer caer en la cuenta de la realidad. Se juega al juego que los servicios públicos, la luz de la calle y las carreteras son gratis porque no pagas en el momento que las usas y nadie te dice, cuando compras un ordenador, que hacienda se queda 200 de tus euros. Tres de tu copazo. Dos mil de tu coche. Unos buenos euros de lo que recibes de salario. Quince de la factura de la luz. Eso multiplicado por 50 millones de habitantes.

Sin embargo es mucho más divertido creer que el dinero es infinito, que la gente es buenísima, que las guerras se acaban cantando con guitarras, llevando camisetas con reivindicaciones y regalando flores a los militares, que esforzarse es un invento del capitalismo que nos esclaviza y que las baterías de los coches eléctricos se fabrican y se eliminan sin contaminar. Que si Fermín se ha comprado dos pisos es porque es un hijo de puta asqueroso ya que a nosotros no nos llega con la wifi, las copas, el netflix, el abono del futbol y las vacaciones en Sicilia ( todo dentro de lo que se supone que es una vida minimamente digna). Si, por lo que fuera, heredamos una vivienda es inmoral que nos cobren impuestos. Así sucesivamente. El ser humano occidental contemporáneo es, por definición, hipócrita, infantil y egoísta. Si lo que nos define son nuestras acciones en vez de nuestras palabras, salimos perdiendo y nos llevamos por delante casi todo lo que nos rodea. Somos un adolescente que se queja de la explotación laboral pidiendo un producto de aliexpress a las diez de la noche de un sábado exigiendo que nos lo sirvan a las diez de la mañana del domingo con portes gratis y sin impuestos.

Quizá lo lógico es poner encima de la mesa lo que uno aporta al sistema y lo que recibe de él. Y si sale a devolver, que se vaya a otro lugar a dar por el culo. Me da lo mismo que sea de Almendralejo que de una aldea de Mali. En mi empresa quiero que todos rememos en la misma dirección porque es la mejor forma de llegar a algun destino todos juntos.

Si quieres cobrar más piensa en cuánto generas. Luego ya, si eso, hablamos del resto.

12 de marzo de 2025

Diógenes y vergüenza digital.

En algún sitio están guardadas todas y cada una de las soplapolleces que escribiste en un dispositivo electrónico en algún momento de tu vida. Muchas veces me pregunto el motivo por el que un americano rico o un chino avaricioso quiere tener copia de las ocurrencias que les envío a los amigos, los desgarradores mensajes de ayuda creados en algún momento y seguro que los borradores no enviados de las declaraciones de amor que, por orgullo o absurdo comedimiento aprendido, escribí.

En algún servidor, encriptado o de libre acceso, hay más de una foto que siempre negaré y tres o cuatro mil errores que parecían espectaculares en mi cabeza allá por 1998. Supongo que si nos viéramos, gracias a una máquina del tiempo hacia atrás, sentiríamos vergüenza. Si tengo escondida la orla en la que aparezco en el mismo flequillo de George Michael cuando se le suponia hetero, también quiero que desaparezca aquel momento en el que, vestido con un guardapolvo negro con hombreras, salía por la calle creyéndome el nuevo componente de Duran Duran.

Tecnológicamente hablando ese síndrome de diógenes digital que tienen las compañías modernas tiene que ver con la idea de poder revender o monetizar parte de esos datos. Programar un bot, aburrido y cotilla, para que se lea todas las mierdas y sea capaz de sacar conclusiones a partir de nuestros más íntimos comportamientos. Esas conclusiones pueden ser sobre lo que nos gusta comprar o vender, lo que nos apasiona o no y esos grados de separación que nos relacionan con el mundo. Cuando a ella le gustaba Depeche Mode a mi me aparecían opciones para comprar entradas de sus conciertos. Cuando, más tarde, ella se compró una moto, a mi me salían ofertas de naked. Desafortunadamente ahora estoy cansado de que aparezcan páginas para hacer feliz a los solteros y me jode, mucho, que me certifique una puta máquina sin sentimientos, que soy un incompetente sentimental.

Curiosamente los análisis de comportamientos llegan hasta el punto de poder determinar, con muy poco error, nuestra edad, capacidad económica, estado sentimental, salud, gustos, biorritmos y hasta hábitos sociales. El gps de nuestro móvil, las pulsaciones de nuestro reloj, el sistema operativo de nuestro ordenador y todas nuestras búsquedas. Pero también nuestras conversaciones, fotos y contenido de correos electrónicos. Nada es gratis en la vida.

Quiero pensar que, de la misma forma que lo pensábamos de los bibliotecarios que habitan los sótanos de los almacenes de los libros perdidos y se sientan en una mesa, con un flexo amarillento a leer, existe alguien en el extremo de los grandes centros de datos que, a través de su terminal vintage, pasa las horas viviendo la vida de los demás a través de sus mensajes encriptados. John Smith Washington, que logró con esfuerzo su master en análisis de datos, se dedica a fantasear con la vida de Jessica Wilkinson, de Oklahoma, a través de su azaroso whatsapp. Traspasando las normas básicas de confidencialidad ha decidido bloquear los mensajes de Gary Johhanson porque sabe que ese chico no le conviene. Ella cree que le ha bloqueado pero es el ángel de la guarda del centro de datos de Ohio, que la cuida anónimamente. Quizá no me llegaron tus mensajes porque alguien ha llegado a la conclusión que no te merezco.

Yo borro las conversaciones por norma. Es algo que me hace sentir mejor porque conozco el mecanismo de mi memoria. Ella es una aliada y es capaz de mejorar, ocultar e incluso inventarse recuerdos con la premisa necesaria de mi salud mental. Por eso mismo borro toda aquella literalidad, que vista en perspectiva es fría y avergonzante, y me quedo con el recuerdo de las sensaciones que aquello produjo en mi. Es mucho más bonito recordar un beso que verte besando torpemente.

Pero me produce pavor saber que en algún sitio están guardadas todas y cada una de las soplapolleces de mi vida digital, porque no tengo excusa. Era así y hoy soy otra persona. Si me sacas de contexto o juzgas un instante desde el presentismo, seguro que salgo a perder.


5 de marzo de 2025

José Ramón invade un país y le dan una pensión.

 Vivimos tiempos extraños.

Si invades un país y vas por ahí matando gente, parece que te van a dar un trozo del territorio.

Si pierdes unas elecciones en Cataluña, te dejan organizar lo que sucede y te excusan cuando dices que quieres echar a todos los marroquíes y negros que vienen sin recursos a tu barrio. Claro que si aparece alguien que mete muchos goles, le abres las puertas.

Si vas por ahí atracando a las viejas y oKupando pisos, parece que hacen leyes que te protegen porque has puesto mucha cara de penita.

Si te has tirado cuarenta años defendiendo que matar guardias civiles es un daño colateral, te dan un dinerito público y te ponen el cartel de demócrata.

Pero claro, si te llamas José Ramón y has nacido en Burriana, no vas a ir por ahí invadiendo un país, como la canción. Tampoco has estado matando gente que no piensa como tú ni te has presentado a las elecciones. Tampoco te has metido en casa de tu vecina, que la señora Carmen es encantadora y no se lo merece.

Lo que sí que es verdad es que has procurado ser buena persona, esforzarte, estudiar y trabajar días que estabas enfermo. Has ayudado a subir la compra a la señora Carmen. Es más, hasta has considerado que pagar impuestos y cumplir las normas es una parte básica de la convivencia. Es, casi como un mantra, aceptar las normas y reglas que nos hemos puesto entre todos en el juego de la vida social.

Luego llega un día que descubres que el de la mesa del fondo se ha hecho delegado sindical, no viene al trabajo y además es intocable cuando hay que hacer ajustes en el trabajo. Te vas a tomar un café un domingo y te cuentan que han puesto el piso a nombre de la abuela para no pagar un impuesto que te ha hecho elegir pollo en vez de ternera las últimas semanas. Ves como tres niñatos en patinete y un tipo en bicicleta se saltan los semáforos mientras esperas, y te sacan un dedo si les pitas.Tu compañero vago de clase, cuando te lo encuentras, te habla de las vacaciones extra que se ha marcado porque ha pillado una ayuda a parados de larga duración. Rosana, con sus gafas de marca, se jacta del piso que le han dado porque denunció a su ex por machista cuando se estaban divorciando. No por malvado sino porque se acabó el amor y conoció a un cubano. Manolo ha cobrado un dinero de la empresa porque le despidieron al no ir, conscientemente, durante quince días y haberles denunciado por bulling.

Y José Ramón llega a la conclusión de que es imbécil. No porque no haya que ayudar a la gente que lo necesita sino porque se encuentra demasiados casos excepcionales a su alrededor. Siente, objetivamente hablando, que su esfuerzo, sacrificio y cumplimiento de las normas no vale para nada. Llega a la conclusión que si no paga impuestos, no va a trabajar, no cumple con la hipoteca, no ayuda a la vecina y no respeta los semáforos, no pasa nada. Es más, que si le pillan y pone cara de pena, asociándose a algún tipo de victimismo encontrado, hasta puede tener premio. Así que se plantea el motivo de la vida. Llega a la resolución que si es para vivir de la mejor manera posible, está haciendo el canelo. Sinceramente porque no hay nadie que tenga los huevos de joder a Manolo, Rosana, al del patinete, al vago delegado sindical o al oKupa.

La conclusión es lógica: José Ramón decide convertirse en un hijo de puta.

Si José Ramón fuese Putin invadiriría un país y la culpa no es de José Ramón sino de haberle demostrado que pasarse por el forro del arco del triunfo las normas tiene premio en vez de castigo. Que el castigo, en estos tiempos extraños, es hacer las cosas como se debe.

Ya sé que te crees José Ramón, pero.