Alguien se ha dado cuenta que, en esta sociedad libre y tolerante, existe un problema con el reciclaje de juguetes eróticos.
En el Reino Unido, lugar de burocracia, formalidad, cielos grises y vicio en la intimidad, se calcula que la industria de los juguetes sexuales produce 229 millones de toneladas de residuos !al año!. Lo que sucede es que a nadie le importa llevar las pilas, el transistor del abuelo o el Nokia 3310 al punto limpio pero hay un pudor no comentado en llevar ese vibrador que reproduce el pene de Rocco Sigfredi a reciclar al mismo recipiente del supermercado al que vas con tu marido y tus hijos.
En cierta ocasión me llamó una clienta. "Tengo un problema que seguro que me lo puedes solucionar"- me dijo. "Tú arreglas cosas electrónicas"-puso como premisa. "Ordenadores, si"-apostillé. "El caso es que, bueno, el otro dia me compré algo pero no me gusta tanto como otra cosa que tengo pero que se me rompió". "Bien"- añadí yo sabiendo que iba por mal camino. "Y la verdad es que mi anterior vibrador me gustaba mucho más y estoy segura que me lo puedes arreglar tú, porque el nuevo no es lo mismo". Entonces hubo una pausa y yo sabía que debía responder. "Ya lo siento pero yo no sé nada de arreglar vibradores". "Eso es que no me lo quieres arreglar"- afirmó con un cierto tono de indignación. "No es eso"- dije intentando rebajar el tono- "es que jamás me he puesto a desmontar y arreglar un vibrador y no creo que vayan con Windows". No fue un acierto. Se enfadó y aunque gané quitarme de encima una reparación probablemente imposible perdí una clienta.
También participé, en aquel podcast politicamente incorrecto bajo los parámetros actuales, titulado Esto No se Hace, de un momento en el que preguntaba a mi compañero el motivo por el que las mujeres ponen nombre a sus vibradores. Él consideró no saber si ese dato era correcto. Después, y tomando una cerveza con la que era su pareja, aproveché para preguntarla por qué ellas ponen nombre a sus juguetes y confesó que el suyo se llamaba Enrique. "¿Quien cojones es Enrique?"- le asestó Dani mirándole fijamente.
Siguen existiendo tabúes por mucho que juguemos a ser ultratolerantes. Quizá no es nada parecido a la sensación de pecado o lo innombrable del tabú convencional pero siguen siendo cosas de las que produce recato hablar y que no son de aparición común en las conversaciones.
En el Reino Unido y en Australia existen servicios de reciclaje a domicilio de juguetes sexuales. En España se hizo la campaña "El placer de reciclar" ( nombre muy bien visto) diferenciando entre los que tienen y los que no tienen motor.
Sinceramente me la trae absolutamente al pairo con lo que juegues o lo que hagas en tu intimidad. Nací cuando la Iglesia me decía con quien, de qué forma, cuantas veces y con qué propósito debía sentir satisfacción. También vivo la matraca incesante de la izquierda moralizante que me insiste con quien, de qué forma, cuantas veces y con qué propósito está bien sentir atracción sexual siendo hombre, mujer o caracol. Me la pela ( expresión ad hoc) lo que te guste y mi opinión ha de ser importante en el exclusivo caso de que yo sea parte o si tus filias incorporen a alguien, animal o cosa, que no desea participar.
Lo curioso de todo esto es reconocer que, y he utilizado los juguetes sexuales como ejemplo, tenemos nuestras cositas íntimas que no nos gusta hacer públicas. No quiero decir con ello que tengas que ir con un dildo en la mano blandiéndolo orgullosa por la calle cual Tizona, pero sí aceptarlo con naturalidad. Yo me masturbé el jueves pero tampoco voy a poner un cartel en la ventana.
Si hemos legado a la conclusión que hay que reciclar, pues se recicla todo con normalidad. A ver si todavía te crees que tu novia es virgen.
Nuestros abuelos no hablaban de sexo y nosotros probablemente no reconocemos ver TreceTV antes de dormir. O que si nos cruzamos con una pandilla de jóvenes ruidosos que procuran no comer jamón, nos cambiamos de acera.
Me pregunto si el ser humano necesita tener sus intimidades , tabúes o secretos. Nuestros abuelos era una cosa , las tribus del Amazonas será otra y nosotros tenemos cosilla de llevar el satys al punto limpio, no sea que Maria del Carmen, la cotilla del cuarto A, vea lo que nos metemos en el coño las noches de soledad e insomnio.
Quizá solamente es eso. Es como oir música: Todas las culturas y en todas las época lo hacen aunque cada uno tiene la suya. Pero parece que es intrínseco al ser humano.