Mal dia para buscar

7 de agosto de 2024

El cómplice inocente.

Aunque la conocía de antes, ella pasó de ser una persona de esas que reconoces entre la gente a ser alguien de tu entorno. Nos fuimos varias veces de cena por lo menos los cuatro: la que era mi pareja, la suya, ella y yo. En realidad nos llevábamos bien porque la mía era una pareja princesa, de las que se tumban en la playa como los cangrejos y valoran los restaurantes por el precio de la merluza, y las suyas ( porque en ese tiempo era la reina de las partidas sentimentales simultáneas)  eran de ese tipo de malotes de buen corazón con poco recorrido intelectual que tratan a las mujeres como reinas en la intimidad porque no dan para mucho más.

He de admitir que, para su bien, actualmente sigue felizmente casada con un buen e inteligente tipo, padre de sus dos hijos. Se van a ibiza y ponen fotos en la playa los atardeceres mientras los niños llevan pelo de surfero hasta que empiecen a tener criterio propio.

Desconozco el motivo pero una tarde de esas en las que no hay gran cosa que hacer me acerqué a su casa. Vivía en una de las mejores zonas de los alrededores de la ciudad. Un edificio señorial y maravillosamente ubicado. Llegué al portal y no la vi. Entonces apareció por un lado y me hizo señales. A su vivienda se accedía por el lateral ya que era un antiguo almacén para los vecinos que habían habilitado como apartamento. Un semisótano de esos en los que se ven los pies de algún transeúnte por las ventanas. Era como vivir en un palacio, pero en la caseta del jardín. Sacó un par de cervezas y me comentó que uno de sus "amigos" había dejado marihuana en casa. Preguntó si sabía liar un porro. Yo, que soy un hombre práctico pero inexperto, le dije que no pero que podíamos vaciar con mucho cuidado algún cigarrillo, mezclar la marihuana con el tabaco y volver a meterlo con la ayuda de la mina de un bolígrafo. Mientras lo hacíamos, muy torpemente por cierto, me estuvo explicando que aquel muchacho no era el mismo que había llevado a una boda en la que coincidimos, pero que de vez en cuando se iban en el barco de sus padres. No es que le gustara pero "tiene un barco".

Con tiempo y maña empezamos a fumar. "Tengo unas coca colas"- me dijo- "aunque yo me tomaba un cubata de ron". Yo ya había empezado a elegir música. Sonó el timbre de la puerta. No sé quien era pero supongo que era el del barco. Me di cuenta perfectamente que me miraba desde allí como si estuviera mancillando el amor que estaba convencido que tenía con su pareja. Yo, que en ese instante era un yonki atolondrado en un sofá. El chico no entró y me extrañó. Ella se sentó con una sonrisa y me dijo "le he mandado a la gasolinera por ron". No era yo nadie que estuviera de disposición de criticar ese trato y pasados unos minutos decidimos repetir la operación "vaciado de cigarro". No tardó mucho en volver a sonar el timbre de la puerta. "Vaya repartidor eficiente"- dije. Sin embargo, al abrirse, era otro caballero. Algo más bajo y con ropa más deportiva. Hablaron y se marchó. "Me he dado cuenta que no tenemos hielos, así que le he dicho que vaya por hielos. Me ha preguntado quien eres y le he dicho que un amigo. !A ver si no puedo yo tener amigos". Empecé a pensar que todos sabían de qué iba el juego pero estaban poniendo mi cara en el lugar equivocado. Al cabo de un rato llegó el ron y yo estaba convencido que habría tres vasos sobre la mesa, pero no. Ella lo recogió , le dio gentilmente las gracias y nos empezamos a servir. "A ver si llegan los hielos". Y llegaron. "Claro"- pensé- "como va a venir el de los hielos ella no quiere que coincidan". Pero no. Nos estábamos fumando el tercero, cantando canciones horribles pero pegadizas de los 90, y bebiendo un par de cubatas fresquísimos.

-"Te veo tremendamente tranquila"- le dije.

-"¿No debería de estarlo?. Jon es muy majo y está muy bueno. Salimos con el barco y a mi eso me gusta. Eneko trabaja en temas de arte y suelo ir con él a exposiciones y fiestas. Está bien porque se conoce gente y hay veces que nos vamos a Paris o a Italia aprovechando su trabajo.

-Pero casi coinciden.

-!Qué tonto eres!. Los dos están seguros que les engaño contigo porque te han visto y tú- dijo dando una larga calada- eres el novio de mi amiga.

Caí en la cuenta en ese instante que si realizas una acción inapropiada, bien sea un engaño o un delito en el que es estrictamente necesario un cómplice, una de las maneras de librarse es encontrar a un inocente y pedir al jurado que valore la inocencia de éste. Porque si no es culpable, tú tampoco lo eres.

Nos entró hambre y llamó al chico que yo conocía para que trajera comida del chino. 

Supongo que los tres, aunque ninguno la conoce, en algún momento le enviaría esta canción:


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