Mal dia para buscar

9 de junio de 2017

Teóricos de mierda.

Tuve un amigo que cometió la imprudencia de montar un bar. No le fue bien. Llegaba al amanecer y se ponía a hacer tortillas, a limpiar la máquina de café, a fregar el suelo y dejar las sillas simétricas frente a las mesas. Esperaba e intentaba que con el aperitivo alguno de sus clientes probara los combinados que había aprendido a hacer. Más tarde creía que al salir de las oficinas y mientras los niños jugaban en la plaza los padres pedirían alguno de los vinos que había seleccionado previamente y por la noche dejaba una buena selección de música para generar el ambiente personal y elegante que creía adecuado para una buena velada. El caso es que varios meses después aquello no funcionaba y la ilusión se desvanecía. Nos lo contaba con pesar y otro, que estaba encantado de un máster en marketing que había hecho , le respondió ufano que era un asunto de publicidad.

Entonces le explicó, como si fuera gilipollas, que se puede vender cualquier cosa con la campaña adecuada. Que tenía que hacer un poco de minería de datos, un estudio de mercado exhaustivo y una campaña en prensa y televisión para lograr el resultado que quisiera. "Es fácil"- dijo- "Sólo hay que proponérselo". Y se quedó apoyado en la silla como quien acaba de dar una lección sobre la vida y la muerte con convencimiento absoluto de su verdad. "No digo que no"- respondió el hostelero titubeante "pero es que no sé si dentro de tres meses podré pagar el alquiler". El rey del marketing se incorporó y sentenció "Eso es que lo pensaste mal desde el principio".

Podemos decir que uno era un atrevido o un idealista pero el otro, en verdad, era un teórico de mierda.

Vivimos rodeados de gente así, de personas que se atreven a decir que si existe algún atisbo de fracaso en tu vida es porque lo hiciste mal porque ellos (que normalmente nunca se han atrevido a nada) conocen la respuesta a cada uno de los grandes interrogantes de la vida moderna. Saben de minas de carbón, de economía, de coches eléctricos y de las calorías consumidas con y sin una dieta vegana. Saben de estibadores, de geopolítica y de materiales plásticos de alta densidad. Nadie sabe más de nada y además es casi imposible llevarles la contraria aunque digan barbaridades como pelotas medicinales: arenosas y pesadas. Alguno tiene un máster en tocar las narices aunque en su currículum diga otra cosa con mucho más glamour.

Nunca les dejan las parejas, se inventan culpas lejanas, conspiraciones salvajes y alimentan un mundo egocéntrico en el que la verdad reside en el agujero negro de su condescendiente tono de voz. Son coaches de si mismos, gurús de su exclusiva verdad y se revuelcan en la mierda de sus argumentos imposibles hasta que el interlocutor se calla por agotamiento ya que la verdad normalmente es mucho menos entretenida.

Y, como es de suponer, se les puede identificar fácilmente: jamás se manchan las manos, tocan un destornillador, arriesgan o aceptan equivocarse. Reyes de las excusas como un adolescente que llega tarde y borracho a casa. En definitiva: nunca hacen nada. Mucho menos constructivo.
(El problema es que alguno, al oir tanto convencimiento, les vota.)

Será una cuestión de edad pero empiezo a tener la extraña costumbre de fiarme antes de las historias reales que de ensoñaciones teóricas paridas en una brain storming detrás de una mesa con botellitas de agua mineral sin gas.

3 comentarios:

Alberto Secades dijo...

Te voy a contar algo completamente cierto: una vez vi a un tío que trabajaba en márketing y no sentí ganas de asesinarlo.
La clave está en que simplemente le vi; no le dio tiempo a hablar (o cuando lo hizo yo ya me había fugado).

Lo que me interesa de aquella historia es que, sin haberle oído hablar, me entraron ganas de darme a la fuga, porque se le notaba de lejos que era gilipollas.

Para resolver algo, para hacer algo de verdad (sea lo que sea; puede ser en un plano teórico) hay que remangarse. A aquel hijoputa te entraban ganas de remangarte e (h)inflarle a (h)ostias.

Que te lo diga Zapa...

pesimistas existenciales dijo...

Como nadie lee lo voy a contar aqui.
Acaba de sucederme:
Entra un caballerete con un teléfono en la mano y la caja del mismo en la otra. Obviamente es un producto con visos de nuevo o, al menos, de recien comprado. Me extraña porque el problema es con un terminal que no me ha comprado a mi. Es más, ni siquiera reconozco la marca. "Mira"- me dice "Es que me he comprado este móvil en una web china y... me viene en chino". Le miro al teléfono y luego a él y le digo, reconozco que con un tono poco condescendiente teniendo en cuenta que estoy con un cliente que acaba de pagar 900€ por un equipo ma-ra-vi-llo-so, "pues llama a china". El cliente sonríe porque no conoce mi punto de ironía. "No, hombre, es que lo pongo en español (lo cual hace correctamente) pero vuelve al chino". "Mira"- le digo- "lo normal cuando pagas 40€ por un terminal de plástico chino es que te den lo que tienes en la mano. Hay que volver a poner el firmware y, como comprenderás, yo no lo pienso hacer y mucho menos gratis. Vendo unos terminales fantasticos que te los doy perfectamente configurados y durante dos años yo responderé sin problemas. Como supones no valen 40€ pero tienes que entender que comprando así obtienes menos de lo que pagas, que ya es poco".
Entonces me mira, ya siendo consciente de mi molestia y me dice, en un tono alto "!no me extraña que el comercio se muera cuando tratais así a los clientes!".
Entonces yo me pregunto qué es un cliente porque eso, si lo pensamos bien, no lo es.
Mierda.
Y ademas me ha jodido la tarde.

Alberto Secades dijo...

Si dejaste de prestar atención al cliente, para hacerlo con el que entraba de la calle, hay algo que has hecho mal y que yo no pienso explicarte porque sé que sabes de qué se trata.

Un mamón no te puede joder una tarde. Haberle inflado a hostias.