Mal dia para buscar

21 de mayo de 2012

No, no es la mejor generación.

Llegados a este punto quizá ha quedado bastante claro para más de uno que cuando un pais o un continente entero se dedica a pensar que el dinero es un bien infinito por el que solamente tienen que luchar los pobres pero nosotros somos ricos y nos llueve de las nubes subvencionadas... nos vamos directamente a la mierda que es donde estamos ahora.

Y donde estamos es en un punto de excusas y quejas, de rabia y eliminación de la culpa porque vamos a tirar por tierra la mejor generación que hemos tenido nunca.


Porque aunque es cierto que tienen más títulos que nunca también me puedo sentar a pensar que cuando yo estudiaba la carrera el padre, también ingeniero, de mi compañero de pupitre se entretenía haciendo las integrales eulerianas que teníamos como ejercicios y yo, a día de hoy, juego mejor al Angry Birds que hacer un integral sencilla.

Probablemente aquella notaza que saqué en cálculo de segundo se quedó en el mismo sitio que mis apuntes: olvidados.

Tenemos una generación que ha vivido al abrigo de esa titulitis que nuestros padres nos inculcaron porque en su época tener un título era sinónimo de éxito y exclusividad. Hoy en día, en el que casi todo el mundo tiene una orla en su casita, tener un título es una razón más para quejarse. Tienes un título, dos máster, tres o cuatro idiomas y aún no has llegado a los 30. Tus padres están orgullosos y te sientan en una mesa con una integral euleriana para resolver.

Y no puedes.

Porque hemos estudiado como caballos desbocados al galope para la consecución de un título pero, ¿quisimos aprender?.

Ni siquiera me pregunto si la mayoría se preocupó por pensar durante todos esos años en los que a la sociedad española lo único que le importaba era cagar titulados desde un, cada día más sencillo, quebradizo sistema educativo incompatible con el futuro que ahora es presente.

1 comentario:

iparrajose dijo...

lo urgente nos impide lo importante. Desde hace tiempo. El título, el acabar los estudios nos oculta la razón de ser: el aprender algo. Es como lo del dedo y la luna, que nos quedamos en el dedo. El problema es que aún así no nos enseñan cómo usarlo (porque creemos que ya sabemos).