Conocí a Chillida de la manera más mundana: en un restaurante. Yo acababa de llegar de pasar unos dias extraños en Logroño, disfrutando de las fiestas de San Mateo y durmiendo en el renault 5 amarillo de un amigo aquel dia que me perdí después de comer morritos de cerdo y beber grandes cantidades de zurracapote. Como contrapunto en mi llegada a Donosti acudí a una cena en el Panier Fleuri alrededor de una mesa en la que se hablaban varios idiomas mientras yo vestía un jersey de lana (que me puse el pasado jueves) comprado en las fiestas de Bilbao de aquel año en un puesto de hacendosos peruanos de aquellos que no pagan licencia de apertura.
Por allí pasaban, en medio de la vorágine del festival de cine de San Sebastián que ganó "Alas de Mariposa" grupos de actores y actrices, productores y directores, invitados varios y agregados postadolescentes, que era mi caso.
En un momento un hombre delgado, con el pelo cano y cara de estar tranquilo en todo momento, saludó a quien estaba a mi lado. Era Eduardo Chillida que venia a cenar al mismo local. Como yo era un aficionado a los efectos digitales mi compañero de mesa me estuvo explicando que estaba en un proyecto con el escultor para hacer una obra virtual, exclusivamente en 3D, y que el dia siguiente había quedado con él en su casa de Igeldo para analizar detalles.
Cuando quise volver a buscar al artista entre la gente no le volví a ver, como si fuera un fantasma.
Lo cierto es que existen determinadas personas que, por un motivo u otro, irradian sobre tí una determinada sensación en el momento en que estan cerca. Tanto Chillida como Nestor Basteretxea (otro escultor más que interesante) irradiaron sobre mí sensación de tranquilidad. Es esa tranquilidad sin prisa que da saber que el tiempo es un producto que hay que degustar, como quien come despacio en este mundo de fast food. Es ese momento en el que paseas despacio en el lateral de un río esperando no llegar nunca al final del trayecto guardando para tí cada uno de los detalles. Es ese momento en el que cierras los ojos en medio de un abrazo. Es, supongo, ese tiempo que te das para poder decir que aquella escultura ha llegado a su destino despues de pasar horas muertas limando alguno de los detalles.
Unos años después Chillida, como cualquier mortal, murió. Dejó tras de sí una obra personal impregnada de aquella paz entre las formas casi industriales de sus creaciones. Y sus hijos proyectaron Chillida Leku, un museo con sus obras que intentaba hacer entender la manera de ver el arte que había desarrollado a lo largo de su vida.
Después de 10 años Chillida Leku se muere ahogado por el rodillo de las prisas económicas de nuestra era. Algunos medios extranjeros (The Guardian, The Independent) han tildado este cierre como un reflejo de la crisis española que se lleva por delante el sueño de uno de los más grandes artistas del siglo XX. Otros medios más cercanos se encaran con la cabezonería de hacer de éste un museo de gestion privada que , como empresa privada que es, tiene el riesgo de caer en las garras de la ruina.
En realidad todos esos factores unidos más esa mierda cultural que hace que haya colas para ver el museo de cualquier equipo de futbol de segunda división pero caigan las visitas a los museos donde se expone cultura de verdad es lo que se lleva por delante a cualquier iniciativa privada que incluya paz y arte.
Y las ruidosas entradas para los partidos de futbol, a partir de 80 euros.
Simplemente se vuelve a certificar que no hay espacio para el arte en el mercantilismo privado del nuevo 2011. Es mucho más rentable vender entradas para gritar a un arbitro que intentar venderte enseñanzas para degustar el tiempo.
Pd: Desconozco si acaso nuestros nuevos valores culturales también se lleven por delante aquel proyecto de Tindaya.
1 comentario:
A M E N .
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