Recuerdo la película “Pleasentville”. Es una serie de televisión de los años 50 en la que todo es perfecto y todos son felices. Avatares extraños hacen que dos personas normales, con sus planteamientos terrenales, aterricen en medio del pueblo, otorgando miedos, problemas y también la felicidad de los descubrimientos de cosas nuevas. Mucha gente prefiere vivir en Pleasentville o lo busca. Cuando me hablan, a veces, no puedo evitar decir que Pleasentville no existe. Duele admitirlo. Mis interlocutores, que son hasta un determinado punto culpables de mis envidias, adoptan formas diferentes, como si fuesen seres encantados. A veces adoptan la posición de mártir. Hablan como si lo hicieran directamente desde la cruz, con una mano libre para tener el teléfono o la ausencia de la comunicación tecnológica y un absoluto desprecio por el proceso de desintoxicación al que a veces me someto. En las relaciones siempre hay un mártir y un martirizador, aunque los papeles se van cambiando, dependiendo de quien tenga el látigo de la palabra en su mano. También es verdad que lo más complejo es tener que admitir un error. Esa frase mágica de “no puedo” resulta muy difícil de decir en ciertas ocasiones.
“Quiero alguien que me quiera siempre. Que se de al 100% y que llene su mundo conmigo, compartiéndolo todo, para crecer juntos”
Y yo, que me niego en redondo a los términos absolutos, porque no creo en ellos y porque opino que lo terrenal deja muy poco espacio a las películas de la América de los años 50, adopto la forma de pragmático castigador de lo obvio. Sencillamente la base de todo es esa búsqueda anormal de la perfección, y esa perfección adopta diferentes formas dependiendo del cristal con que se mira. “Buenos días cariño” y los dos se levantan sonriendo de la cama en su casa unipersonal mientras él se afeita y ella despierta a los niños que duermen en las habitaciones del piso superior. En la calle un chico en bicicleta reparte los periódicos que toda la familia comparte en el desayuno antes de marchar a los quehaceres cotidianos. El perro juega en el jardín y al salir al trabajo saludamos a los vecinos. Solamente he mantenido que eso no existe.
El problema está en que yo no tengo aún elegida mi estampa de perfección o mis parámetros de lo deseable. Al no poder contraponer una idea mínimamente formada, todos mis argumentos pecan de falta de base.
“Quiero alguien que me quiera siempre. Que se de al 100% y que llene su mundo conmigo, compartiéndolo todo, para crecer juntos”
Y yo, que me niego en redondo a los términos absolutos, porque no creo en ellos y porque opino que lo terrenal deja muy poco espacio a las películas de la América de los años 50, adopto la forma de pragmático castigador de lo obvio. Sencillamente la base de todo es esa búsqueda anormal de la perfección, y esa perfección adopta diferentes formas dependiendo del cristal con que se mira. “Buenos días cariño” y los dos se levantan sonriendo de la cama en su casa unipersonal mientras él se afeita y ella despierta a los niños que duermen en las habitaciones del piso superior. En la calle un chico en bicicleta reparte los periódicos que toda la familia comparte en el desayuno antes de marchar a los quehaceres cotidianos. El perro juega en el jardín y al salir al trabajo saludamos a los vecinos. Solamente he mantenido que eso no existe.
El problema está en que yo no tengo aún elegida mi estampa de perfección o mis parámetros de lo deseable. Al no poder contraponer una idea mínimamente formada, todos mis argumentos pecan de falta de base.
Deberé de buscar el camino correcto para llegar a algún sitio o quizá para poder conocer mi particular Pleasentville. Ya se sabe que las decisiones excluyentes nunca son satisfactorias.
3 comentarios:
La perfección no existe, y si existiera debe ser tremendamente aburrida. Yo creo que la perfección, lo mismo que la felicidad, es de tontos buscarla de forma eterna. Puedes tener determinados momentos en los que pararías el tiempo, porque son perfectos.
Pero en el mundo real hay demasiados factores que influyen en nuestro bienestar y todos a la vez en muy raras ocasiones confluyen, cuando lo hacen hay que aprovecharlo, aunque normalmente nos damos cuenta cuando deja de ser perfecto.
No sé si existe el camino correcto, pero por si acaso, ve dejando miguitas por si tienes que volver sobre tus pasos.
Antrologicamente y de forma ,se supone, incosciente, buscamos la reproduccion de la especie.
Psicologicamente, tendemos a reproducir los estereotipos en los que nos hemos desarrollado.
Tratamos de alcanzar la utopia, la perfeccion buscamos nuestra imagen/reflejo como si de un espejo se tratase.
Tratamos de "cambiar" esos pequeños detalles que no encajan con nuestro reflejo.
y crac!, las grietas comienzan.
Se Tu mismo.
Lo bueno es que tu Pleasantville lo puedes ir cambiando sobre la marcha; tanto el lugar físico, como las personas.
Yo prefiero ir disfrutando del camino a ninguna parte.
Salu2
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