Yo antes escribía mejor, o no. Ya no lo sé. Simplemente estaba en un momento en el que me dedicaba a aprender de todo lo que iba pasando alrededor. Siempre he tenido un par de facetas que me hacen ser yo mismo y que nunca he descubierto si acaso me hacían diferente, especial o uno más. Por una parte siempre quise creer que la media era yo. Que había personas por arriba y por abajo pero que la media estaba establecida en mí mismo. De esa manera todo estaba en una situación de calma. No era muy alto ni muy bajo. No tenía mejor o peor visión, mayor o menor fondo físico. Mi pene era de un tamaño medio y la situación o las aspiraciones en la vida eran, más o menos, las mismas que todo el mundo con pequeñas variaciones. Duraba en la cama y tenía los fracasos sentimentales que se establecían en el punto de control de las estadísticas. Mis miedos, los gustos musicales o el sentido del humor los creía equilibrados dentro del maremágnum de diferentes pequeños condicionantes. Estaba convencido que la mayoría de las personas eran plenamente conscientes que el reggeton es basura machista de bajísimo nivel musical. Era capaz de entender que de la misma manera que yo canto gritando canciones de los nikis otras personas disponen de sus propias bazofias para los momentos en los que la pulcritud se esconde tras un gran consumo alcohólico. Pero no, me llené de estupor al descubrir que hay a quien le gusta de verdad y que se lo canta al oído a su pareja, tatuada con tribales, al salir del after en un claro proceso de cortejo animal. Quizá hasta enseñando las plumas de colores y haciendo círculos alrededor, como en un documental de animales de la2 en el Serengueti.
No son casos aislados, que es lo que se tiende a pensar cuando la excepcionalidad llama a la puerta. Llega un determinado momento en el que, con estupor y sorpresa, se descubre que ya no se vive en el centro de nada. Que hubo un momento, quizá en el que vivía despistado, en el que todo se desordenó y nadie puso una alarma avisando. No era una trivialidad ser un gilipollas. Era la norma. Y lo digo con un gran cariño hacia los gilipollas porque hemos conseguido que estén bien vistos. Que se vea con buenos ojos al egoísta miserable incapaz de pensar en el bien global, que se admire absurdamente al que lo compra todo más barato. Que se conviertan en verdad mentiras astronómicas como que si se envían no sé cuantos miles de mensajes por whatsapp el gobierno cederá ante la última reivindicación en la red. Que el habitante medio sea más alto que yo y que, por supuesto, disponga de una virilidad mucho más potente que la mía. Que hacer gorgoritos en un plató de televisión sea ser músico y que publicar muchas cosas en twitter sea ser un influencer envidiado.
Así que la media ya no está donde yo la tenía controlada. Desconozco si estoy arriba o abajo aunque quizá lo que pasa es que empiezo a no estar. O estar asustado desde el último asiento del auditorio de la vida. O haciendo la mejor interpretación de mi vida en un escenario sin público. A veces me aproximo cada día más a ser el árbol que cae en medio del bosque y no sé si hago ruido o no. Es una sensación muy similar a la de un adolescente perdido ante la necesidad implícita de salir al aire más allá de su muro pero a una edad mucho mayor y habiendo volado la cantidad de kilómetros necesaria para asegurar que el rodaje está bien hecho. Sin un guía, aunque los padres ya no dirigen los pasos de nadie, motivo por el que hay quien se deja en manos de su coach, de su fisioterapeuta o de su dealer, como si fueran el oráculo de la verdad. Hay quien tiene la suerte de tener alguien, que no le ha abandonado por culpa de la idealización de la verdad o las prisas de las hormonas, al que consultar sus miedos antes de dormir por la noche pero no es mi caso porque aunque me convencí de buscar refugios sólo encontré escondites.
Cada día que pasa soy un poco más John Malkovich atormentado y loco, pero con sus razones. Quizá escribía mejor, o no. Pero alguien me leía. Aunque siempre soñé en que me descubrieran se me olvidó encontrar a alguien que me dijera que me estaba alejando del medio, que es donde está la virtud.
Aunque el medio no me guste por lo menos es un lugar al que pertenecer. En el que sentirse necesario. Aprender a estar en la media.
Juan Salvador Gaviota es una historia triste con un final feliz que, en la vida real, no llega. También parte de la idea absurda en la que todos y cada uno tenemos un gran poder que descubrir y nos salva pero la realidad y la soledad no te rescatan. Los finales son siempre un tipo de rescate, como las manos que te sostienen antes de caer al suelo.
Escribí un libro con un final descorazonador que partía de la idea básica de que nos vamos literalmente a tomar por el culo. Quizá sólo es que nos separamos de lo que creí que era lo normal y lo normal, en realidad, es la perpendicular a una superficie plana.
Así que la media ya no está donde yo la tenía controlada. Desconozco si estoy arriba o abajo aunque quizá lo que pasa es que empiezo a no estar. O estar asustado desde el último asiento del auditorio de la vida. O haciendo la mejor interpretación de mi vida en un escenario sin público. A veces me aproximo cada día más a ser el árbol que cae en medio del bosque y no sé si hago ruido o no. Es una sensación muy similar a la de un adolescente perdido ante la necesidad implícita de salir al aire más allá de su muro pero a una edad mucho mayor y habiendo volado la cantidad de kilómetros necesaria para asegurar que el rodaje está bien hecho. Sin un guía, aunque los padres ya no dirigen los pasos de nadie, motivo por el que hay quien se deja en manos de su coach, de su fisioterapeuta o de su dealer, como si fueran el oráculo de la verdad. Hay quien tiene la suerte de tener alguien, que no le ha abandonado por culpa de la idealización de la verdad o las prisas de las hormonas, al que consultar sus miedos antes de dormir por la noche pero no es mi caso porque aunque me convencí de buscar refugios sólo encontré escondites.
Cada día que pasa soy un poco más John Malkovich atormentado y loco, pero con sus razones. Quizá escribía mejor, o no. Pero alguien me leía. Aunque siempre soñé en que me descubrieran se me olvidó encontrar a alguien que me dijera que me estaba alejando del medio, que es donde está la virtud.
Aunque el medio no me guste por lo menos es un lugar al que pertenecer. En el que sentirse necesario. Aprender a estar en la media.
Juan Salvador Gaviota es una historia triste con un final feliz que, en la vida real, no llega. También parte de la idea absurda en la que todos y cada uno tenemos un gran poder que descubrir y nos salva pero la realidad y la soledad no te rescatan. Los finales son siempre un tipo de rescate, como las manos que te sostienen antes de caer al suelo.
Escribí un libro con un final descorazonador que partía de la idea básica de que nos vamos literalmente a tomar por el culo. Quizá sólo es que nos separamos de lo que creí que era lo normal y lo normal, en realidad, es la perpendicular a una superficie plana.
2 comentarios:
Pues a mí me gustas fuera de la media, te aseguro que es mejor.
Normal, ¿y quién quiere ser normal?
¿No empezarás a tener ambiciones mediocres?
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