Me preguntaban. O respondía, que ya no lo sé, sobre parte de la esencia de la naturaleza humana.
Respondí, sin pensar pero con convencimiento, que hay unos pocos momentos en los que cada uno se muestra como es. Hemos aprendido a escondernos detrás del personaje que queremos ser, con mayor o menor gracejo. Nos hemos creado una imagen a medida de lo que nos gusta o lo que somos capaces de dar. Conozco alguna mujer que es tan hermosa desnuda que me hace preguntar el motivo por el que se esconde detrás de sus miedos o de sus fantasmas. No es una cuestión de ropa.
Dije "hay dos momentos en los que sale la realidad que tenemos dentro: con política y con sexo". En ambas circunstancias empezamos con cuidado pero un momento después, cuando las manos han traspasado barreras o cuando uno de los interlocutores ha saltado el muro de la corrección, empieza a ser imposible esconderse porque algo nos arrastra, porque nos sale de dentro. Quizá por eso hay quien prefiere la penumbra: porque no le gusta verse reflejado en los espejos. Ni siquiera en los espejos de los ojos de quien esté delante.
Cuando estábamos en clase nos preguntábamos, de una forma pueril y tonta, cómo sería en la cama nuestra profesora de álgebra. No había nada sexual sino preguntarnos si acaso también escribía fórmulas incomprensibles en la intimidad. Uno de los grandes recursos del humor es sacar de contexto una situación.
A la cuarta copa en una charla después de cenar alguno saca un tema que arrastra, como el una partida de cartas. Normalmente en los grupos hay un mamporrero dialéctico al que se le espera . Hay un moderador, hay opinadores. También hay algunos que salen a la cocina a hacer que recogen porque no quieren entrar en polémicas. Es el miedo a decir algo inconveniente y un modo de protección por miedo a no gustar, a no controlar lo que salga de dentro o a no cubrir el expediente de las expectativas que da nuestro personaje. No lo sé seguro porque yo soy un bocazas.
Y sin embargo, bocazas perdido, emocional asustadizo, creo que lo más gratificante de la política es dejar hablar al otro y no para que se entierre en sus inconsistencias dialécticas sino para saber lo que piensa y lo es es. Lo mejor del sexo no es sudar mientras la cama se va moviendo a pequeños saltos y se aprietan los dientes con esos ojos de halcón cuando hacen amor que se les dibuja a algunas. Lo mejor es quedarse después tranquilo, casi sin decir nada y diciendo demasiadas cosas. Pudo salir la fiera pero en ese instante, con las defensas bajas, aparece la esencia.
Hay quien repite, se va, dice lo políticamente correcto o empieza a hablar de fútbol. Se está escondiendo.
Y yo, que me he quedado callado (a veces pasa) y me he quedado a dormir resulta que aprendí que es entonces cuando conocí lo que tenía debajo aquella persona.
Esa era la respuesta a la pregunta. O lo que respondí. No sé.
Pd: Luego hablé y hablé. Y no follé. Me escondo con mucha facilidad.
2 comentarios:
¿De verdad tuviste una profesora de álgebra?
Yo me tuve que conformar con una de 'mates'.
Gracias.
la ingenieria tiene cálculo y algebra en cantidades, nunca mejor dicho, industriales.
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