Hay quien quiere oir sólo lo que le agrada. Oir palabras e historias en las que haya un final feliz y un sueño cumplido. Un reto que se afronta y se supera. Un alegre y reconfortante relato en el que los malos pierden y los buenos ganan. A nadie le gustan las historias en las que muere el héroe porque no se quiere admitir que, en más de un caso, los a quien le alegran el dia es al enemigo de Harry el sucio.
Vivimos en un entorno en el que el fracaso, la pérdida, los errores y sacar la cabeza fuera del agua aunque sea como un cocodrilo mirando sin que se le vean más que los ojos está mal visto. No vivimos en una sociedad de triunfadores pero sí en una de esas que esconden a los que fracasan y cree que preguntarles es volver a caer.
Me encontré con el director de mi universidad. Fue mi profesor de mecánica hace ahora unos 23 años. Se enfadó conmigo cuando, allá por 1994, le comenté que iba a emprender, que no quería trabajar para nadie y que el futuro iba a ser un campo de flores por el que yo danzara como Julie Andrews: tonto y feliz como un villancico. -¿Cómo le va a usted que eran tan emprendedor?- me dijo con ironía. -La verdad es que me han dado hostias hasta en sitios insospechados- le respondí aceptando la verdad esa que dice que seguir lo establecido es siempre más fácil, mucho más fácil. Entonces hizo una pausa -Pero, ¿está usted vivo tantos años después?-. Le dije que sí con cara de resignación. -Entonces- afirmó- ya ha hecho mucho más que la mayoría. Debería de estar orgulloso- Luego nos despedimos y me quedó una sensación incierta. No era esa de sentir que había hecho el canelo a base de altas expectativas que luego se convierten en altas decepciones sino que quizá el camino, sin ser de baldosas amarillas, era un camino como cualquier otro.
No comprendo la exaltación de la virtud, real o inventada, que se hace casi como la de las vacaciones en las redes sociales. Pero lo que no comprendo es que se aparte y se desconfíe de quien pudo identificar sus errores, que se dejen a su suerte a los lobos que lucharon y perdieron en la manada, que se intente hacer creer que las oficinas con futbolin en la sala de juntas son mejores que las demás, que el profesor con manchas de tiza en los dedos es peor que el que hace chistes en el grupo de whatsapp del colegio. No comprendo que si digo que fracasé y me levanté 57 veces soy un apestado o que lo tengo que decir sin decirlo. No entiendo que caer tenga que ser un castigo añadido al hematoma del golpe.
Encumbramos a los que ganan pero pisamos a los que caen. Eso no es elegante.
La superación es volver a levantarse. Despedir es mucho más difícil que contratar. La naturaleza humana es hipócrita y sorprendente, me digo si pienso en las decepciones o en los hijos de perra que piden ayuda con la última ordinariez que se han comprado por Amazon y no saben configurar, creyendo que mi deber está en ayudarles gratis, como si mi experiencia fuera un melón que estrellar contra el suelo. Pelear deja marcas, pagar nóminas descubiertos. Hablar con sinceridad a los amigos, vacíos. Cuando veo mis cicatrices, las que se ven y las que duelen, recuerdo cómo me las hice y es entonces cuando aprendo o, al menos, me recuerda lo que pasa cuando se hace lo mismo. Y lo vuelvo a hacer, porque es innato en mi cometer tonterías creyendo absurdamente en el karma, pero ya no me sorprende el resultado.
Así que un día llega ese momento en el que hay que hacer la presentación resumida de cada uno. -Hola- se empieza cogiendo aire- me he dado mil millones de hostias y habré engañado una vez menos de las que me engañaron a mi. Me caí, me levanté, me volví a caer. Fregué el suelo y puse la lavadora. Me quedé tirado a mitad de camino en ninguna parte y sigo respirando. No sé donde iré o si iré a algún lado, pero mis pies se mueven cuando escucho canciones favoritas- Y entonces, en ese momento, se van con uno que dice que es un semidiós de la verdad con fortaleza física infinita y valores absolutos, que siempre acierta y nunca se equivoca.
Lo curioso es que estábamos en el mismo bar pero sólo uno dice la verdad. El que se vuelve a casa oyendo el silencio del atardecer.
Y la verdad, como el fracaso, está mal vista.
Desconcertante pero real.
He escrito un curriculum de todos mis fracasos y llevo un libro sin ilustraciones a la mitad. Al final el héroe creo que muere. Espero que me dé tiempo. Wake up and smell the coffe (again).
2 comentarios:
Los libros sin ilustraciones ya no se llevan.
Las cicatrices molan.
No desees ser normal; resulta vulgar.
Ánimo. Un amigo.
La verdad casi todo es una mierda
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