"Industry and commerce toppled to their knees The gears of progress halted The underclass set free The super-ego shattered with our ideologies The obscene injunction to enjoy life Disappears as in a dream And as we return to out native state To our primal scene The temperature, it started dropping And the ice floes began to freeze". Eso dice el último vídeo de Father John Misty y, curiosamente, la unión europea dice que ya se acabó la crisis. Eso que no existía en el 2008, cuando todos éramos ricos y parecía que estábamos en un paraíso de bienes infinitos que nunca, jamás, iba a dejar de darnos sus beneplácitos.
También cantaba Dire Straits: "I used to like to go work but the shut it down. I´ve got a right to go to work but there´s no work here to be found. Yes, and they say we´re gonna have to pay what´s owed. We´re gonna have to reap from some seeds that´s been sowed". Pero eso fue en 1982
Todo es un ciclo porque no aprendemos. La moda y las hombreras, las canciones de mierda y las personas que nos hacen daño. Quizá somos sadomasoquistas de las crisis y de las piedras que, como Julio Iglesias, nos hacen tropezar de nuevo.
¿Qué éramos en el 2008?. Unos gilipollas. ¿Que somos casi en el 2018?. Unos gilipollas pobres.
Lo curioso es cómo se interioriza lo que nos ha pasado durante este tiempo. Perez Reverte afirma, en algún caso, que si la gente vuelve a tener medios la volverá a cagar porque somos así. No le quito razón. Es curioso que mi abuela, tras haberse tenido que esconder de las bombas durante toda una guerra y con dos hijos, fue una trabajadora infinita que guardaba las joyas en un baldosin suelto de la cocina. Que nunca se permitió un lujo y que tenía más dinero que un torero en comparación con sus gastos. Mi padre, que emigró para conseguir mejorar en la vida, fue siempre hacia delante guardando en los tiempos buenos para los malos, que eran cíclicos. Y nos dio de comer todos los días mientras pintaba la terraza en verano, arreglaba las bicicletas en otoño y cuadraba balances el resto del año. Nosotros, que vimos a nuestra abuela y a nuestros padres trabajar para salir adelante, quizá hasta lo interiorizamos pero no mucho porque la realidad es que eso de no tener es algo de lo que nos habían hablado casi tanto como lo de ir al lado oscuro de la fuerza. Así que no le hicimos mucho caso incluso sabiendo que Darth Vader es un personaje de ficción. Nos pusimos dignos y coherentes con la ecología y la economía en conversaciones grupales en la que quisiéramos aparecer como razonables y le dimos a nuestros hijos todo lo que nos pidieron, a veces hasta con copias fraudulentas de la verdad. A veces con peluches falsificados de Pluto o de Bob Esponja, pero se lo dimos. Y un móvil. Y les hablamos de lo importantes que son los derechos y que si alguien se esfuerza podrá tenerlo todo. Les mentimos como perros pero tampoco les íbamos a decir que las cosas eran jodidas porque la ordinariez de la vida es muy fea para explicarla antes de dormir, como un cuento en el que termina llegando el hombre del saco. El malo. El otro. El responsable de nuestras penas, de las que no nos merecemos, de las que nos envían los malos, siempre los malos. Los de las películas. Las mismas películas en las que se encontraba a la persona perfecta entre sonido de violines.
Me cuenta un amigo que se rodea de jóvenes menores de 30 y cargados de ilusión que lo primero que hacen cuando intentan sacar adelante un proyecto es valorar en qué parte de la oficina pueden poner el futbolin porque todos quieren ser la parte que mola de google y hablar como Musk, que pierde un millon de euros cada vez que parpadea. Me dice que todos quieren hacer una app tonta que les saque de pobres pero mientras tanto actúan como ricos. Mi padre me daba dos billetes cuando yo quería salir. "uno para gastar y otro para enseñar"- me decía porque no está bien que los demás piensen que eres un mierda. Me explica, mi amigo, que antes de aprender a golpear la pelota los aspirantes a estrellas ya llevan las gafas de futbolista rico y que esos sueños les duran hasta que se acaba el dinero y que eso suele ser un par de años. No más. No son capaces de preguntarse qué sucederá si la fuente se acaba porque la fuente, de una forma u otra, de los padres, de abuelos o del estado siempre ha manado. Trabajan, eso sí, en lugares trampolín hacia sus sueños: comerciales, repartidores, camareros o almaceneros. Pero si les preguntan todos son artistas, coach, ceo, product manager o directores. Tienen un trabajo para gastar y otro para enseñar. Los diez años de penuria no son su problema porque ellos no lo causaron. Son las víctimas de un sistema y, sin embargo, compran en páginas que no pagan impuestos, en tiendas que utilizan niños, en aplicaciones que no hacen nada más que joder a quien trabaja (las aplicaciones de reservas joden a los hoteleros sin tener hoteles, las de comida rápida a los restauradores sin tener comida, las de alquiler de coche al que pone el coche). Tienen un discurso para contarte lo que se preocupan por los demás y otro para hacerlo cuando están en la intimidad de su consumo.
Y los mayores de 30 no quieren ser menos. Los jubilados y mi hermana, leyendo las opiniones de los hoteles a los que quiere ir (con ofertas de mentira), son un mercado potencial brutal de la mediocridad en la que nos ha dejado la crisis. Si se sobrevive sin hacer nada, ¿para qué hacer algo?. ¿Inventar el rock?. Hagamos regetton con autotune y creamos que es lo único que existe. Compra el pan por Amazon y después asómbrate de que cierre la panadería que estaba a todas horas abierta debajo de tu casa, cabrón.
Cambio de afirmación: En el 2008 éramos gilipollas y en el 2018 somos gilipollas que no sabemos que somos gilipollas. Y ademas somos pobres porque nos quitamos el pan los unos a los otros.
Mientras seamos estúpidos no terminará nada.
Al menos nos da algunas buenas canciones.
Todo es un ciclo porque no aprendemos. La moda y las hombreras, las canciones de mierda y las personas que nos hacen daño. Quizá somos sadomasoquistas de las crisis y de las piedras que, como Julio Iglesias, nos hacen tropezar de nuevo.
¿Qué éramos en el 2008?. Unos gilipollas. ¿Que somos casi en el 2018?. Unos gilipollas pobres.
Lo curioso es cómo se interioriza lo que nos ha pasado durante este tiempo. Perez Reverte afirma, en algún caso, que si la gente vuelve a tener medios la volverá a cagar porque somos así. No le quito razón. Es curioso que mi abuela, tras haberse tenido que esconder de las bombas durante toda una guerra y con dos hijos, fue una trabajadora infinita que guardaba las joyas en un baldosin suelto de la cocina. Que nunca se permitió un lujo y que tenía más dinero que un torero en comparación con sus gastos. Mi padre, que emigró para conseguir mejorar en la vida, fue siempre hacia delante guardando en los tiempos buenos para los malos, que eran cíclicos. Y nos dio de comer todos los días mientras pintaba la terraza en verano, arreglaba las bicicletas en otoño y cuadraba balances el resto del año. Nosotros, que vimos a nuestra abuela y a nuestros padres trabajar para salir adelante, quizá hasta lo interiorizamos pero no mucho porque la realidad es que eso de no tener es algo de lo que nos habían hablado casi tanto como lo de ir al lado oscuro de la fuerza. Así que no le hicimos mucho caso incluso sabiendo que Darth Vader es un personaje de ficción. Nos pusimos dignos y coherentes con la ecología y la economía en conversaciones grupales en la que quisiéramos aparecer como razonables y le dimos a nuestros hijos todo lo que nos pidieron, a veces hasta con copias fraudulentas de la verdad. A veces con peluches falsificados de Pluto o de Bob Esponja, pero se lo dimos. Y un móvil. Y les hablamos de lo importantes que son los derechos y que si alguien se esfuerza podrá tenerlo todo. Les mentimos como perros pero tampoco les íbamos a decir que las cosas eran jodidas porque la ordinariez de la vida es muy fea para explicarla antes de dormir, como un cuento en el que termina llegando el hombre del saco. El malo. El otro. El responsable de nuestras penas, de las que no nos merecemos, de las que nos envían los malos, siempre los malos. Los de las películas. Las mismas películas en las que se encontraba a la persona perfecta entre sonido de violines.
Me cuenta un amigo que se rodea de jóvenes menores de 30 y cargados de ilusión que lo primero que hacen cuando intentan sacar adelante un proyecto es valorar en qué parte de la oficina pueden poner el futbolin porque todos quieren ser la parte que mola de google y hablar como Musk, que pierde un millon de euros cada vez que parpadea. Me dice que todos quieren hacer una app tonta que les saque de pobres pero mientras tanto actúan como ricos. Mi padre me daba dos billetes cuando yo quería salir. "uno para gastar y otro para enseñar"- me decía porque no está bien que los demás piensen que eres un mierda. Me explica, mi amigo, que antes de aprender a golpear la pelota los aspirantes a estrellas ya llevan las gafas de futbolista rico y que esos sueños les duran hasta que se acaba el dinero y que eso suele ser un par de años. No más. No son capaces de preguntarse qué sucederá si la fuente se acaba porque la fuente, de una forma u otra, de los padres, de abuelos o del estado siempre ha manado. Trabajan, eso sí, en lugares trampolín hacia sus sueños: comerciales, repartidores, camareros o almaceneros. Pero si les preguntan todos son artistas, coach, ceo, product manager o directores. Tienen un trabajo para gastar y otro para enseñar. Los diez años de penuria no son su problema porque ellos no lo causaron. Son las víctimas de un sistema y, sin embargo, compran en páginas que no pagan impuestos, en tiendas que utilizan niños, en aplicaciones que no hacen nada más que joder a quien trabaja (las aplicaciones de reservas joden a los hoteleros sin tener hoteles, las de comida rápida a los restauradores sin tener comida, las de alquiler de coche al que pone el coche). Tienen un discurso para contarte lo que se preocupan por los demás y otro para hacerlo cuando están en la intimidad de su consumo.
Y los mayores de 30 no quieren ser menos. Los jubilados y mi hermana, leyendo las opiniones de los hoteles a los que quiere ir (con ofertas de mentira), son un mercado potencial brutal de la mediocridad en la que nos ha dejado la crisis. Si se sobrevive sin hacer nada, ¿para qué hacer algo?. ¿Inventar el rock?. Hagamos regetton con autotune y creamos que es lo único que existe. Compra el pan por Amazon y después asómbrate de que cierre la panadería que estaba a todas horas abierta debajo de tu casa, cabrón.
Cambio de afirmación: En el 2008 éramos gilipollas y en el 2018 somos gilipollas que no sabemos que somos gilipollas. Y ademas somos pobres porque nos quitamos el pan los unos a los otros.
Mientras seamos estúpidos no terminará nada.
Al menos nos da algunas buenas canciones.
Cuando, autónomo sin futbolin, digo que llevo más de cinco años sin vacaciones me dicen que es porque yo no quiero y luego me miran como si fuera imbécil. Algo debo de serlo, si.
3 comentarios:
nuestros hijos nunca sufrirán lo k sufrieron sus abuelos para conseguir un 5.....me alegro por ellos.
Lo que me preocupa es que nuestros hijos no vivan con la pasión que vivieron sus abuelos para conseguir ese 5.
Ahora un diez es un 12. No te olvides.
gracias...lo tendré en cuenta para cuando crezcan ....
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