Un chaval de 17 años con un hacha se planta en el metro cortando cabezas. Un conductor se lleva por delante a los que ven los fuegos artificiales en Niza. Un tipo, supuestamente cansado de la impunidad de la policía americana, coge su fusil y se parapeta desde una ventana con pinturas de camuflaje para hacer algo más teatral su ajusticiamiento. Y revienta uno tras otros a los agentes blancos y alguno negro porque estaba muy oscuro. Cuatro tipos se meten en la redacción de un tebeo y gritan mientras aprietan los gatillos de sus kalasnikov. Los franceses mandan aviones por un lado, los rusos por el otro. Las fuerzas del gobierno saliente y la de los radicales revolucionarios están a tortas bajo las bombas. La población, como si fuera un grupo de alemanes en la puerta del McDonald, cae entre chacos de sangre como hicieron los españoles en Atocha o quienes vinieron a Madrid para buscar una vida mejor. Alguno hace negocio vendiendo armas y otro vendiendo zodiacs en las costas sirias. La rabia, encerrada como una canción heavy, se hace latente en medio de un concierto de rock de Paris o en un autobús reventado en el centro de Londres. Muertos en Turquia. Muertos en el Mediterráneo. Muertos en Siria, en Kenia, en Crimea y en Alabama.
Muertos por Ala, por la supremacía blanca, por la venganza negra, por machismo, por feminismo, por una Alemania libre de inmigrantes, por el racismo occidental. Mataron 80 jóvenes en un islote noruego para no contaminar a la juventud co la globalización y el asesino, orgulloso, se presentó en el juzgado como una estrella del rock.
Muertos por Ala, por la supremacía blanca, por la venganza negra, por machismo, por feminismo, por una Alemania libre de inmigrantes, por el racismo occidental. Mataron 80 jóvenes en un islote noruego para no contaminar a la juventud co la globalización y el asesino, orgulloso, se presentó en el juzgado como una estrella del rock.
Todos los muertos valen lo mismo. Todos son irracionales y todos a manos de supuestos héroes que creen estar haciendo justicia en su propia película paranoide de malos y buenos. A alguien le interesará que nos requebrajemos en una guerra infinita donde somos objetivo y ejecutores.
Y nos acostumbramos a todo esto sin llegar al mismo grado de escándalo, como si fuera algo normal.
Y es anormal. Familias sesgadas a manos de justicieros en cualquier sitio, en cualquier lugar y por cualquier motivo.
Y volverá a pasar mañana.
Y hablaremos de las olimpiadas, de los egos de los políticos y de una plaga de medusas.
Pero, mierda, es la puta guerra.
1 comentario:
Mientras no me toque de cerca, es como si no pasara. El ser humano es maravilloso. (Hay veces que pienso que quizás deberíamos desaparecer todos del planeta;luego te leo y pienso que no)
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