Puedo asegurar que era una chica muy guapa. Sonreía de esa forma gratuita y contagiosa que hacen instintivamente algunas personas. Creo que en algún lugar aún guardo una foto de ella, luciendo piernas delante de una barra de bar y sonriendo, pero sólo una porque en aquella época los móviles con cámara casi eran una exclusividad snob de los freaks. De esto hace demasiados años.
Recuerdo que la conocí de una forma casual, casi en uno de esos momentos en los que crees que te has perdido y te chocas con otra persona despistada, emocional y al borde de un mismo barranco. Su primera mirada fue casi como una temeridad y media hora después estábamos tomando una cerveza. Estuvimos riéndonos y nos dimos cuenta de la forma en la que, a veces, uno se percata que no siempre hay que tener miedo a todo el mundo. Probablemente fue una de esas ocasiones en las que, aunque anochece, aparece una luz en un sitio insospechado.
El dia siguiente me desperté a su lado. Se abrazaba como para no perder. Probablemente, y eso es anecdótico, se puso una cinta elástica en el pelo para que no me fuera por mucho que aquel lugar fuera mi casa. Dormía muy cerca, con una pierna tocándome continuamente. Respiraba fuerte, suspirando entre los sueños, y volvía a sonreir cuando me encontraba a la mañana.
A lo largo de dos semanas apareció con compra para el desayuno y para la cena. Me pidió quedarse alguna noche en la que yo iba a llegar tarde y se acercaba entre las sábanas en el mismo instante en el que, cansado, yo me metía a la cama sin hacer ruido. Se dió cuenta que tenía unos trapos muy viejos. Los cambió. Creo que vino a buscarme al trabajo y me presentó a su hermano mientras me hablaba por encima de su madre y yo, que en aquel momento era un miserable incapaz de darme cuenta de nada que no tuviera que ver con mi culo, empecé a dejar distancia, a ser un hipócrita digno, a reforzar las cerraduras de los compartimentos que cada uno poseemos en nuestras vidas. Así que no hablé de mi de la misma forma que Mickey Rourke solamente habla de él mismo en el momento en el que Kim le abandona, y eso es al final de 9 semanas y media.
Unos dias después de perdernos llamó. Sonaba a desesperación. Era un martes. Era tarde. Probablemente hacía frio. Tuve que pedirle la dirección de su casa porque nunca me había preocupado por ello. Aparqué en el portal y la puerta estaba abierta. Era una de esas casas antiguas, decoradas en los 70, con todas las luces encendidas. En la cocina quedaban botellas abiertas y ella, con una breve camiseta blanca y en ropa interior de esas de usar todos los días, apuraba unas rayas en la encimera. "Me lo he bebido todo"- me dijo. "Esto"- dijo señalando- "lo he encontrado entre las cosas de mi hermano". Puso una beoda y drogada versión de la cara que alguna vez había visto entre mis piernas. Se tropezó al acercarse. Da exactamente igual el tipo de drama que arrastraba por dentro. La sujeté, pregunté donde estaba su cama. "Eres malo"- me dijo dejando el cuerpo caer sobre el mio. La acosté y volvi a la cocina. Me puse a recoger un poco, a abrir las ventanas para que saliera el humo, a poner las botellas cerca de la basura y a tirar la farlopa.
Volví a su cuarto. Estaba desnuda pero de una forma obscena, casi como un pedazo de pecado pero de esos pecados que son malos. La miré desde la puerta con la mano en el interruptor. "Tienes que dormir. No puedes permitirte esto"- dije. Me preguntó si acaso no quería follarla como si no hubiera un mañana. Me recordó esa frase favorita y excitante que me decia: "ya sabes que soy muy oral". Me aseguró que iba a ser una noche de las que no se olvidan, de las que te dejan los músculos clavados a la forma que se queda de las sábanas. Sabía positivamente que esa mujer era capaz de ello pero también me di cuenta que se daba, se quedaba, que parte del tiempo yo fui la excusa con la dejar para después el momento de enfrentarse a ella misma.
Así que me marché.
Al salir a la calle me encendí un cigarro y me paré frente a mi coche. Desde arriba, con aquellos pechos por encima de la barandilla del balcón me gritó "!maricón de mierda, eres un maricón que no me quiere follar. Me follaría cualquiera pero tú vienes y me metes en la cama y no me quieres follar!. !Mañana me voy a follar al primero que vea porque tú no eres nadie para hacerme de menos!. !Ni tú ni nadie!. !No mires, cabrón, no mires!.!No lo mereces!". Y no miré. Dudé incluso porque su sexo siempre había sido diferente pero me di cuenta que era diferente porque me había follado, más con vicio que con pasión aunque a veces sean la misma cosa, para no estar sola. Y lo hacía como bebía: hasta caerse.
En los edificios de la calle se encendían las luces y algunos vecinos me miraban con sonrisas acusadoras.
Pasaron años hasta volver a verla. Estaba algo más gruesa y eso es una buena señal porque significa que ya no hay drogas. Estaba sosegada. Se le escapó una tímida sonrisa. Le pregunté por sus dramas y sus dramas seguían ahí pero tuve la impresión de que ellos y ella habían aprendido a convivir juntos. Yo quise decirle que también estaba aprendiendo a convivir con mis dramas y con mis taras. Que he quitado las cerraduras de las puertas para ver si se van abriendo solas, aunque mi verdad sea peor que mi marketing. No se lo dije. Me acordé de la canción de Sabina "cómo decirte, cómo contarte, que el cielo está en el suelo, que el bien es el espejo del mal. Nena. Como decirte que Dios le paga un sueldo a Satán. Como contarte que nadie va a ayudarte si no te ayudas tú un poco más".
No hicimos, a lo largo de tres minutos en los que la conversación no fue lo más importante, ninguna mención a aquella noche. Podría asegurar que perdí a alguien que se daba incondicionalmente, brutalmente, ferozmente... pero no lo hacía por mi sino por no quedarse a solas con ella misma. Quiero pensar que, la siguiente mañana, al despertar con la cabeza entumecida, pudo leer ese mensaje que estaba, como la conversación que después no tuvimos, no escrito. Decía: lo mejor que puedo hacer por ti es esperar a que te quieras un poco y después, quizá, tendremos esa noche.
No la tuvimos. Porque nadie va a ayudarte si no te ayudas tú un poco más.
Al fin y al cabo ésta es una historia real que se basa en ese miedo tan contemporáneo a enfrentarse al peor enemigo que muchos llevamos dentro y al que hay que domesticar o comprender para poder acercarnos a los demás. Hay quienes se niegan a hacerlo. Hay quienes necesitan hacerlo. Hay a quien les supera. Hay quienes no tienen más remedio que hacerlo. Hay muchos que son incapaces de aceptar que se la llevan consigo a todos los sitios. "La fiera dentro" se llama una canción de Julio de la Rosa.
2 comentarios:
Hay un poema de Delmore Schwartz, "The heavy bear who goes with me". Otra perspectiva de "ese enemigo que llevamos dentro", cuando lo observamos con distancia, y nos asquea a a pesar de saber que no es él, si no nosotros. Y lo asumimos o lo cambiamos.
En estos tiempos que corren, la gente ya ni se soporta a sí misma. Menos que menos van a poder encarar a los demás en forma razonable, ¿no?
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