No es elegante hablar de dinero, ni de sexo. No es elegante decir lo que ganas o poner cara de asombro con lo que ganan los demás (para bien o para mal). No es educado alardear de albricias sexuales o de periodos de secano absoluto como si fueran medallas de oro olímpicas o silencios de esos en los que se puede oir el papel del cigarro consumiéndose mientras escribo con el runrún del ventilador de mi ordenador de fondo.
Es ético hablar de la felicidad de los pueblos y del amor entre culturas, de los libros que nos dan enseñanzas y de los documentales de la 2 que veo desde la bañera con la compañía de un par de patos de goma (esto último es absolutamente verídico). Pero no se puede hablar de lo que pago de agua o de lo que me cuesta, cada mes, la conexión a internet con la que hago streaming de La2.
Cuando, al presentar las candidaturas olímpicas, los diferentes mandatarios han mostrado (con mayor o menor acierto) sus propuestas en medio de la pantomina del examen oral del COI, se ha hablado del crisol cultural de Estambul o de las costumbres milenarias del Japón.
Se ha hablado, por encimita como quien dice que el coche es caro, de parte del dinero gastado y del café con leche. Se ha comentado, como quien hace promesas en un bar, de lo felices que seremos y de lo felices que te haremos. Se te ha contado que somos ese lugar magnífico donde podrás batir tus récords del mundo al abrigo del verano del 2020, que será el ejemplo asfixiante del cambio climático.
Lo han dicho todos.
Ninguno se ha sentado y ha contado, como quien pone las cartas sobre la mesa, de la pasta que esperan sacar de esa apuesta desmesurada que se realiza con la excusa del deporte. Sin embargo los empresarios españoles, los turcos y más de un japonés ya estaban mirándose las carteras. A ninguno de ellos les importa una mierda si los deportistas hacen balconing o les salen tres ojos en el ojete después de tomarse los gin tonics con hielo de pura agua de Fukushima. Tampoco les importaba si hacían pie en el Manzanares o si acaso violaran a alguna lanzadora de martillo norcoreana un grupo de integristas islámicos borrachos y puestos de hachís en un autobús camino de Topkapi.
Viene a ser lo mismo que contar lo bueno que te sale el café por la mañana y lo bien que haces un croissant a la plancha (si es para dos). En realidad no te importa mucho porque lo que quieres es un largo y habilidoso momento de placer oral. Luego, si el café te sale bien, mejor. Al fin y al cabo las erecciones en los bares son los empresarios que acuden en las delegaciones candidatas.
Sin embargo estás convencido de que quieres hacer ese café y que quieres hacer más grandes todas esas excelencias que tiene el deporte. Lo crees realmente. Eres capaz de admitir que quieres dormir a su lado y que el sexo no es lo que te mueve porque deseas fervientemente notar su respiración robándote tu parte de la cama. Eres capaz de hacer un discurso convencido sobre el espíritu olímpico y la emoción de representar las ilusiones de un país y del mundo entero con las elongaciones mágicas de tus deltoides.
Pero luego, en sede olímpica, intentas hacer caja de la misma forma que en la cama se te escapan los dedos de la mano.
Supongo que la diplomacia consiste en hablar de todo menos de lo que realmente te motiva.
Un diplomático dice que si cuando quiere decir quizá y si dice quizá quiere decir que no, pero si dijera que no, no sería un diplomático.
Una dama dice que no cuando quiere decir quizá. Si dice quizá quiere decir que sí pero es que si dijera que sí, no sería una dama.
A mi, como a Madrid, me han dicho que no muchas veces. Será que no dí con la dama o que no supe ser diplomático.
Lo han dicho todos.
Ninguno se ha sentado y ha contado, como quien pone las cartas sobre la mesa, de la pasta que esperan sacar de esa apuesta desmesurada que se realiza con la excusa del deporte. Sin embargo los empresarios españoles, los turcos y más de un japonés ya estaban mirándose las carteras. A ninguno de ellos les importa una mierda si los deportistas hacen balconing o les salen tres ojos en el ojete después de tomarse los gin tonics con hielo de pura agua de Fukushima. Tampoco les importaba si hacían pie en el Manzanares o si acaso violaran a alguna lanzadora de martillo norcoreana un grupo de integristas islámicos borrachos y puestos de hachís en un autobús camino de Topkapi.
Viene a ser lo mismo que contar lo bueno que te sale el café por la mañana y lo bien que haces un croissant a la plancha (si es para dos). En realidad no te importa mucho porque lo que quieres es un largo y habilidoso momento de placer oral. Luego, si el café te sale bien, mejor. Al fin y al cabo las erecciones en los bares son los empresarios que acuden en las delegaciones candidatas.
Sin embargo estás convencido de que quieres hacer ese café y que quieres hacer más grandes todas esas excelencias que tiene el deporte. Lo crees realmente. Eres capaz de admitir que quieres dormir a su lado y que el sexo no es lo que te mueve porque deseas fervientemente notar su respiración robándote tu parte de la cama. Eres capaz de hacer un discurso convencido sobre el espíritu olímpico y la emoción de representar las ilusiones de un país y del mundo entero con las elongaciones mágicas de tus deltoides.
Pero luego, en sede olímpica, intentas hacer caja de la misma forma que en la cama se te escapan los dedos de la mano.
Supongo que la diplomacia consiste en hablar de todo menos de lo que realmente te motiva.
Un diplomático dice que si cuando quiere decir quizá y si dice quizá quiere decir que no, pero si dijera que no, no sería un diplomático.
Una dama dice que no cuando quiere decir quizá. Si dice quizá quiere decir que sí pero es que si dijera que sí, no sería una dama.
A mi, como a Madrid, me han dicho que no muchas veces. Será que no dí con la dama o que no supe ser diplomático.
4 comentarios:
Pues a mi me sabe mal. Pero por el cachondeo.
Dentro del listado de verdades el detalle del par de patos es imposible pasarlo por alto.
Yo no digo que me sepa mejor o peor. ¿Hubiera preferido Madrid?, por supuesto: el billete es barato y mi madre me acogerá con amor y sin hacerme pagar alojamiento. (Aparte de que los horarios de televisión serían mejor). Japón está muy lejos. La mofa que hay ahora es muy mediterránea y nos gusta reirnos del que pierde de la misma manera que nos gusta chuparnos las pollas cuando ganamos todos. (Ganamos todos y pierdes tu). De todas formas la idea es la hipocresía de ese punto de vender amor cultural y deportivo cuando , en realidad (aqui y en Tokio) lo que se quiere es la pasta.
Y, Angélica: uno es Mondrian y el otro es Blacky.
Si ya provocan que nos vayamos del país a través de los recortes...no te digo nada lo que han conseguido este fin de semana. Que me dé de alta en una cadena japonesa.
Publicar un comentario