Ultimos estudios afirman que el tamaño del pene influye a la hora de elegir pareja. También dicen que los malos estudiantes fuman más pero que las mujeres beben en una cantidad superior si son más inteligentes porque han adoptado incorrectamente cierto rol masculino asociado con la ingesta de alcohol social y por ese punto tan tonto y tan malvado de la autoexigencia.
Dan ganas de acercarse a una mujer, ofrecerle una copa, preguntar si tiene fuego y aprovechar la conversación para alabar las virtudes, ciertas o no, del propio pene.
En realidad, y ahí es a donde quería llegar, vivimos en una sociedad de posibles donde el problema real es la gestión de todas esas posibilidades. Al final lo que sucede es que podemos beber, podemos fumar, estudiar, echar un polvo contra un cuerpo escultural o consultar cualquier cosa en la wikipedia y creer que lo que hacemos nos hace más felices, más listos o más capaces. Los niños que han nacido con un smartphone debajo del brazo son hábiles en su utilización de las tecnologías pero no saben gestionar la información. Si la potencia sin control no sirve de nada la información sin criterio es un paso atrás.
Al contrario que los niños que adoptan como suyos los datos que les llueven, casi como yahoo respuestas, más de un adulto hace como suyo el argumento que defiende la postura que considera correcta. Ambos pueden acertar de casualidad, que es como se acierta en el siglo XXI. En las películas de universitarios americanos hacen, a veces, un ejercicio de debate en el que han de defender posturas que probablemente no comparten. Eso es un esfuerzo que más de uno, al abrigo de un bar y una discusión sobre política, futbol o bricolaje informático, demuestra que no puede hacer. No lo puede hacer de la misma forma que es imposible que una discusión no incorpore ese pulso de poder entre una postura y la contraria, como si fuera una lucha a muerte en la que se dan y se reciben golpes dialécticos hasta que alguno de los púgiles cae al suelo ensangrentado o tira la toalla desde su rincón pagando la copa y marchándose a casa.
Conocí a una chica que me dijo, antes de dejarme, que no podía soportar esos "pulsitos" que yo le hacía mantener. Se refería a esa estúpida postura de poder en el que quien hace la llamada pierde, en la que quien recibe el regalo gana o en la que quien se corre antes es más egoísta. Es el mismo error, eliminando el componente sexual, que se comete cuando en las conversaciones se quiere tener la razón siempre. Allí me dejan, aquí no te invitan a las fiestas.
Podemos encontrar, siempre, un argumento que defienda cualquier postura. Podemos encontrar, en ese maremagnum de información que es este tiempo tecnológico que vivimos, la manera de defendernos y de ayudar a la tensión que parece que es el aceite que mueve los engranajes del siglo actual. "Soy de una compañía de teléfonos" parece que implica la degradación de la contraria casi como "ser de un equipo" hace pequeños a los demás y, como apoyo de esa postura, podemos encontrar argumentos en títulos y cantera, en honradez y fichajes. En Egipto quisieron democracia pero ayer cambiaron a su presidente electo. Los medios de comunicación nos han vendido como válidas las dos posturas de la misma forma que un amante de apple habla ahora maravillas de la galaxy note creyéndose por encima de tí antes y ahora. Argumentos hay siempre. La exaltación de la discusión parece que hace que se tenga más razón no porque se convierte en verdad una mentira repetida mil veces sino gritada un par.
El comportamiento del ser humano es volátil, de eso no hay ninguna duda. Necesitamos sentirnos convencidos de que la línea que hemos tomado es la correcta y es ahí, sin criterio pero con abundancia, donde la tecnología nos ayuda a encontrar clavos a los que agarrarnos. Podemos encontrar estudios que nos excusan de ser borrachas porque dicen que eso significa que somos más inteligentes. Podemos creer que no encontramos pareja porque la tenemos pequeña o pensar que haber fumado no nos permitió aprobar resitencia de materiales de cuarto curso con la facilidad que creíamos. Lo cierto es que aquella asignatura me costó porque prefería conducir un coche nuevo que tuve antes que hacer ejercicios pero puedo argumentar mil veces, usando estadísticas, lo complejo que resulta y la incapacidad genética de mi familia ante ese tipo de asignaturas. Lo pone en alguna revista pseudocientífica de Internet.
Como más de una adolescente que no es capaz de gestionar la información buscamos lo que nos da la gana para creernos lo que nos interesa. Me da lo mismo que sea de fútbol, de política, de sexo o de amor eterno. Si buscas "china con tres tetas" en internet sale hasta un par de fotos.
Después, con ese dato en la mano, gritamos creyendo tener razón y jurando que es verdad.
Lo único que sucede es que son argumentos prestados para convertirnos en quien no somos.
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