Mal dia para buscar

17 de agosto de 2019

Enhorabuena, tienes un match

(Literatura sobre fiestas de Bilbao)

Enhorabuena, tienes un Match. 

17/8/2019. 21:45 
-Hola 
-Hola 
-¿De fiestas? 
-Si. Tomando algo con unas amigas. 
-¿Y sois de aquí? 
-No, hemos venido de Madrid. Yo soy de Lavapiés 
-Yo del mismo Bilbao 
-¿Y a donde hay que ir? 
-Arenal. Tenéis Txosnak. Txomin Barullo, La Pinpi, que es la de la purpurina. Sin Kuartel, que es por donde suelo estar yo. Enfrente dan mojitos ricos. Si llueve, al lado del puente hay una con toldo. 
-Oh. Vale. Gracias. 
18/8/2019. 14:18 
-Hola. ¿Qué tal ayer? 
-Bien. Tenéis unas fiestas muy chulas. No me dijiste lo de los fuegos. 
-Eso es todos los días. 
-¿Todos? 
-Así somos los de Bilbao. Ayer no te vi. 
-No me conoces. 
-Es verdad. Era por si colaba. 
-Pues estuvimos en la del Kuartel, la amarilla. 
-Cuando veas un grupo de vascos guapos: ahí estoy 
-Entonces te he visto.  
-Quizá sí que nos vimos. Yo era la que va en frascos pequeños, como la colonia buena. 
-Seguro que hueles bien. 
-Seguro. Búscame con el olfato. Nos vemos en fiestas. 
19/8/2019 22:45 
-¿Estas? 
-Hemos ido a cenar a un sitio cerca de la playa. Es bonito. 
-¿Dónde? Te vas a perder los fuegos. 
-Ahora te digo. –Puerto Viejo. 
-Entonces no llegas a los fuegos. 
-Es que ayer se nos hizo tarde y hoy queríamos ir al museo. 
-¿Al bueno o al moderno? 
-Jajajaja.  A los dos. 
-Yo estuve oliendo a todo el mundo. Una casi me denuncia por acoso. 
-Pues me puse colonia para que me encontrases. 
-¿Hoy no? 
-Hoy no creo. 
-¿Hablamos mañana? 
-Vale. 
20/8/2019 18:45 
-Hola 
Ey! 
-¿Qué plan tenemos hoy? 
-¡Salimos de fiesta! 
-¿Con colonia? 
-Un poco siJajajaja 
-A ver si te huelo. 
-A ver. ¿Cómo eres tú? 
-…invisible. Pero buen tipo. 
-Eso es importante. Pero dijiste que eras vasco guapo. 
-Guapo invisible. Soy un oxímoron 
-A ver si te veo, oxímoronJajajaja. Me suena a octópodo grande con cara de bonachón. 
-Un poco de dibujo animado sí soy. 
20/8/2019 22:03 
Hay algo que junta el desorden y las fiestas populares: pedir en una barra abarrotada de esas que llegan hasta el pecho.  Jaime estaba  siguiendo con su mirada a la camarera, recubierta de purpurina mientras resulta imposible hacerse oir. Por eso la comunicación no verbal es una prioridad. Jaime se siente como una persona invisible intentando adivinar el orden no marcado que llevan los camareros becarios que trabajan en fiestas de Bilbao. Detrás siente un golpe. Uno más en el tumulto.  Se gira para pedir tiempo muerto y allí, bajita y con cara de perrillo abandonado, Silvia le mira con el dinero en la mano. “Pídeme un katxi de Cerveza”- le dice.  “Si me hace caso, lo intentaré”. 
Silvia es una de esas chicas pequeñas  de andan con la espalda recta y que siempre te hablan de los frascos como si fuera una colonia  de las caras. Sonríe. Tiene un desparpajo desarrollado a base de tiempo y al final del proceso, de una manera u otra, siempre se sale con la suya. No hay que obviar que,  al cabo de un rato, los dos salían del campo gravitatorio que es una barra en medio de las fiestas. Él con un litro de kalimotxo y ella con su enorme cerveza para compartir con un grupo de amigas. Se dan las gracias. Se sonríen. Se separan hacia sus correspondientes lugares. 
-¿Vas a ver los fuegos? 
-Sí. 
-¿Desde donde? 
-Estamos en el arenal 
-¡Yo también! 

Jaime es un tipo estándar. No es alto pero tampoco es bajo. No es guapo pero, joder, tampoco es un tipo horroroso. No tiene gracia en especial ni sabe hacer pajaritas de papel. La ropa se podría decir que se la ha comprado su madre. Hay un grado de valentía que nunca ha necesitado y quizá por eso no la ha sabido desarrollar. Los vaqueros azules y las zapatillas de deporte Stan Smith, que son muy de Bilbao. Existe un protocolo de vestimenta no descrito que define al bilbaíno que dice ser de la ciudad aunque naciera en el hospital de Cruces. Eso , aunque cada uno nace donde quiere,  siempre ha sido Barakaldo. 
20/8/2019 22:30 
-Voy a ver los fuegos desde el puente del ayuntamiento 
-Nosotras creo que también. Aquí hay un puesto de helados 
-Yo estoy justo al otro lado. ¿No me ves? 
-Pues no. ¿Tú me hueles? 
-Creo que no pero tengo en alerta mi sentido arácnido 
-Hablamos después de los fuegos, spiderman 
-Vale, Betty 
-¿Quién es Betty? 
-La novia de Spiderman. 
-Ah. No lo sabía. 
21/8/2019 01:45 
Al llegar a otra barra, atormentada y acumulada por una actuación en directo, ve un espacio en blanco cerca del caño de la cerveza pero es lo mismo que los aparcamientos que  parecen estar libres aunque hay aparcado un vehículo pequeño: se vuelve a encontrar a Silvia, que ahora está delante. “Pideme un kalimotxo”- le dice. Ella le sonríe al descubrirle y él le insiste “me lo debes. Quid pro quo”. 
-¿Dónde estás? 
-Pidiendo entre miles de personas. 
-Yo también 
-Pues pide por  una cerveza 
-Le he pedido a una chica que me traiga un kalimotxo. ¿No serás celosa? 

Jaime se queda mirando el teléfono como quien mira a la calle esperando ver llover. No tiene ninguna respuesta.  Silvia se acerca. Le da la bebida y le dice: “Tu Kalimotxo… Spiderman”. 

Casi sin pensarlo se acerca  con la excusa de darle dos besos y él aprovecha para olerla. Tienen, por un momento, esa dualidad extraña de encontrarse de frente con alguien con quien se lleva cinco días hablando. Pero la persona no es el chat y esa seducción moderna a base de frases cortas sin ningún apoyo en la comunicación no verbal ha desaparecido de repente. Nadie es como lo ha dibujado la imaginación. No es mejor ni peor, es real. Se puede salir corriendo para seguir hablando desde ese refugio que es una pantalla través de la que no se te ve, con la comunicación unidireccional que tiene saber que no se te puede interrumpir.  
-Eres tú. 
-Si. Pero tú no eres invisible. 
-Y buen tipo. 
-Eso lo dirás tú y probablemente tu madre. La madre del oxímoron. 
-Lo dice 
-¿Ves? Lo que yo decía. 
Hacen una pausa. Es mucho más sencillo poder pensar mientras la otra persona está escribiendo. La tecnología nos da parapetos. Ella tartamudea un poco y dice que tiene que llevar la cerveza a sus amigas. Él dice lo mismo entrecortadamente. Los vascos serán muchas cosas pero seductores, jamás. 
-¿Hablamos mañana? 
-Si. 
22/8/2019 13:44 
-Hola. ¿Resaca? 
-Hola. No. Tomamos esa y nos volvimos al piso. ¿Tu? 
-Yo tampoco. No te volví a ver. 
-¿Seguiste el olor? 
-Lo intenté. 
-Jajaja. No me engañes, que te fuiste corriendo. 
-Igual que tú 
-Es verdad. Dejémoslo en empate. 
-¿Te parece bien que quedemos? 
-¿Los dos? 
-Si 

Hay componentes del mundo que están desapareciendo de una manera galopante. El contacto humano es uno de los primeros. Los supermercados y los bazares son una forma de ir de compras sin  la necesidad de hablar con nadie. Pero tienen el problema del contacto visual al menos a la hora de pagar. Cuando llegó internet se podía comprar sentado en el wáter. No es la logística ni la amplitud de gama. Es la posibilidad de llevar a cabo el proceso sin tener que interactuar con ninguna persona. Como es lógico eso llegó al mundo de la seducción. Una foto que pueda ser más o menos intrigante y que nadie sabe en realidad si eres tú. Esperar.  Hacer un match. Hablar y hablar. No hace falta peinarse, quitarse los pelos de las piernas o esos tan rebeldes que salen por los agujeros de la nariz. Se puede conquistar a otra persona sentado en el wáter y sin decir ni una sola palabra. No hace falta ser alto, guapo o incluso listo. Hay que ser ocurrente y algunos copian y pegan frases sólo con la intención de continuar el juego. Verse, hablarse, mirarse e incluso dudar con el tono de voz son demasiados elementos como para no fracasar en alguno.  Hay relaciones eternas que no han intercambiado una mirada. Hay sexo sin poder olerse complementando las noches con enfoques que adivinan las formas que imaginamos. La falta de datos o el control de los mismos nos puede hacer creer que hemos encontrado una perfección sólo y exclusivamente porque la otra persona es consciente de sus puntos débiles y esos, justamente esos, no se mandan por whatsapp. Incluso whatsapp es demasiado íntimo y pasar de una aplicación de contactos ahí ya es casi como subir a casa a tomar una copa. 

Jaime y Silvia están muertos de miedo. 

Ella lleva un pantalón corto con unas sandalias. Una camisa con una camiseta debajo. El: vaqueros, camiseta y sus Stan Smith. Han quedado en la puerta de la estación de Abando. Tienen la ventaja de haberse visto antes. Eso, como un salto cuántico más allá de la tecnología, les permite reconocerse. Él  cuenta por donde llegaron las inundaciones del 83. Pone nombre al teatro Arriaga. Le explica de qué pie cojea cada txosna. La lleva a tomar un Martini preparado por Pili en el Ander, uno de esos que se beben con  un plato de aceitunas que no sabes cómo sujetar. Sube en el ascensor que lleva al parque Etxebarria y demuestra, desde arriba, por qué Bilbao es un BotxoMontan en la noria y la sujeta un poco cuando se mueve la cabina y hay un silencio interrumpido por el sonido de otra vuelta de los autos de choque. Como buen bilbaíno enseña las miles de pequeñas bellezas sencillas que tiene la ciudad esa semana de nueve días que ocupa medio agosto. Bajan por la plaza del gas, atraviesan por el mercado de la Ribera. Comen un bocadillo en el Nerbion. Ven los fuegos desde la estación de la Naja, al final de Algara. Allí la abraza. Ella siente el calor y se queda quieta y reconfortada como si hubiera llegado a un refugio. Un lugar de esos en los que nada malo puede pasar. Jaime se acerca a su cuello. –“Qué haces”- le pregunta. Él se separa como si hubiera hecho algo malo “no sé, te huelo”. “No seas tonto y bésame”. Con los ojos cerrados se sienten las luces de la última traca y son incapaces de diferenciar el tronar de la pólvora con algunas palpitaciones. 

Bajan, sin  separar las manos entre la gente, hacia el recinto festivo. Toman un mojito o dos. Bailan. Les echan purpurina mientras se ríen viendo como Las Fellini , barba y globos simulando tetas, imitan a Rocío Jurado. Vuelven a la barra donde se vieron la primera vez. Piden, no delante y detrás, sino estando los dos. Brindan. Se besan como si lo hubieran hecho siempre. Se hacen cómplices. Empiezan a descubrir que es mucho más fácil ser uno mismo que buscar las palabras con el corrector ortográfico del teléfono. No han tocado el teléfono en horas porque han descubierto, casi como una actualización de sistema, las novedades que tiene el mundo real. Y el olor. Y los oxÍmorones invisibles. Nadie mira el teléfono en Aste Nagusia porque lo bueno, las miles de pequeñas bellezas sencillas, están delante. A veces hasta los grados de pasión, con la ría a los pies si es que te sientas en los escalones del ayuntamiento para descansar las piernas. 

No importa si sólo se besaron o si se descubrieron. No importa si Jaime y Silvia se desnudaron de madrugada para encontrarse entre las sábanas y que él le hiciera el desayuno que hacen los de Bilbao: café, zumo de naranja y tostada. No importa cómo se quedó mirando su espalda  o si acaso quiso saber si ella tenía un  perro o cómo se llamaba su abuela Federica. Eso no importa. A veces solamente es suficiente ese instante mágico y eso es lo que buscamos mucho más allá de la piel. La piel agrada y excita pero nunca es lo más importante. La seducción siempre tiene un motivo dentro de cada uno. Pocas veces y de forma mágica, sin haberlo pedido, ese motivo se complementa. Eso es lo importante y todo lo demás, no importa. Ya era viernes. Silvia volvió de día con sus amigas. 
23/8/2019 11:14 
-Gracias. Colonia. 
-A ti, pulpo oxímoron. Menos mal que eres invisible. 
23/8/2019 21:20 
-¿Jaime? 
-Dime 
-Tengo que estar hoy con mis amigas. No les respondí  los mensajes y estaban preocupadas. 
-Parecen madres. 
-Lo serán en algún  momento. Madres controladoras. ¿Nos vemos antes de que me vaya? 
-¿Cuándo es eso? 
-Mañana a medio día. 
-Yo sí quiero verte. Eres mucho mejor de verdad. 
-Uhmm 
-Eso también. 

El 24/8/2019 , a eso de las doce de la mañana y sentados en la Plaza Nueva con un pintxo de tortilla. Ella un zurito y él un café en vaso, que es el café de los resacosos, dejaban que el sol de agosto reflejado en la mesa llenara todo el espacio. Tenían miedo a preguntar si se volverían a ver. Tenían ganas de haberse visto el primer día en vez del quinto. Si hubieran podido tener un superpoder sería parar el tiempo justamente ahí. No saltando, bailando o descubriéndose. Ahí. Los dos. En el mismo refugio. Ese lugar donde no puede pasarte nada malo. 

Y no importa lo que pasara después. Si ella, los fríos inviernos de Madrid, va caminando de Lavapiés a la zona de Bilbao como un homenaje tonto y se pide un zurito en vez de un corto. Dice “agur” al despedirse. Se mandan mensajes. Han pasado más de una noche en vela contándose cosas y han descubierto enfoques de sus cuerpos que si bien no suplen a la verdad les entusiasman a distancia. Tienen una foto de los dos juntos delante de Marijaia. 

Jaime es ese chico que ve los fuegos donde acaba Algara, delante de la estación de la Naja, y manda fotos a Silvia. No pienso explicar ahora si ella las recibe en su casa o si le da un codazo al mirar el teléfono mientras le dice “mira que eres julay,  que estoy aquí”. Sólo sé que una vez, con esa sinceridad que tienen los de Bilbao le dijo: “Quité la aplicaciónVine buscando algo que no supe lo que era pero estás ahí y ya no la necesito”. 

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