Conozco a un tipo vago. Lo es. De esos que si se toman tres copas por la noche y se levantan con resaca llaman al trabajo diciendo que están enfermos. De esos que viven las obligaciones laborales como una imposición del sistema que le debería de proporcionar gratuitamente y sólo por ser persona todo lo que se le antoje: casa, comida, sexo satisfactorio y wifi. El caso es que, como resulta lógico, le suelen despedir pronto. Entonces asegura que es porque él es gay y aquello demuestra que vivimos en una sociedad que no ha superado las discriminaciones en términos de identidad sexual.
También conozco a una mujer exponencialmente inteligente y capaz en su trabajo que podría liderar sin problemas la multinacional en la que hace sus funciones pero suele decir que tomó una serie de decisiones en su vida que la alejaron de aquel camino, sin más. Probablemente hay un punto en el que visualizar a una mujer en vez de un hombre aún se ve como algo que a algunos, no a mi, chirría, pero no lo ve así sino como un resultado de sus elecciones personales.
Yo conseguí, en cierta ocasión, que me quitaran una multa porque alegué que me habían parado en carretera por llevar un coche matrícula de Bilbao allá por 1992. Mi coche llevaba esa matrícula, si, pero a 184 km/h. Y me quitaron la multa en algo que hoy en día reconozco que fue una miseria por mi parte.
Existen una serie de datos argumentales que si bien parten de datos ciertos se tienden a utilizar y hacer generalizaciones: algunos políticos roban, las mujeres han sido menospreciadas en la historia, unas razas han pisoteado el crecimiento de otras, no se han aceptado las diferencias entre iguales o, yo que sé, los zurdos fueron quemados en las hogueras.
Pero resulta que, como si fuera un efecto rebote pasado de frenada, algunos se consideran en su derecho de robar, discriminar, pisotear, desobedecer o despreciar porque sus antepasados lo fueron. Eso, como una oposición a lo que se llama, prosaicamente, discriminación positiva, siempre me ha parecido un despropósito porque se hace de forma consciente y esa consciencia es la que incrementa el desarreglo.
Por supuesto que todo parte de la idea, quizá equivocada, en la que a mi personalmente me trae al pairo la raza, género, número de dedos en las manos o religión que practique cada uno siempre y cuando no afecte a la labor que han de realizar. A mi, que quizá no sea lo habitual porque el señor ese que vive en un tercer piso de Cuenca quizá no actúe como yo, que tampoco soy un guía de la verdad. Me explico: si tengo que elegir a alguien para correr una carrera no elegiré a un cojo pero eso no lo veo como discriminatorio hacia los cojos desde la conspiración mundial de las personas con dos pies para subyugar a los que no son como ellos sino como sentido común. Y, por supuesto, decidir que a los demás nos corten un pie para ser todos iguales me parece una manera de definir el fascismo si es que es la imposición de unas ideas por la fuerza.
Partiendo de esa definición tan fascista es un dictador ultraderechista que fusila a sus opositores como alguien que cree que hay que matar a los hombres para liberar a las mujeres. O un vegano que grita, mientras quiere matar carniceros del mercado, que los carnívoros son satán y los toreros merecedores de la horca. Hitler y Stalin eran de derecha e izquierda y, mira tú, mataban más o menos lo mismo.
No es lícito pasarse de frenada porque se genera el mismo desequilibrio por el otro lado pero cuando lo comento me ponen, de forma automática, una etiqueta retrógrada y salvaje que se supone me inhabilita de tener ningún punto de razón. A veces me dicen que me baso en excepciones porque la verdad está, casualmente, en el lado contrario. En otro bando. Y eso de establecer bandos es en si mismo un planteamiento inicial equivocado. Simplista pero equivocado. Cómodo pero equivocado. Políticamente correcto pero equivocado.
Seguro que el equivocado soy yo pero nadie destroza mis argumentos con lógica y sin insultarme. Nadie me ha demostrado que pasarse de frenada no sea, en realidad, darse una buena hostia contra el muro de la convivencia entre personas.
Personas, sin adjetivos. Que montan en el ascensor
No es lícito pasarse de frenada porque se genera el mismo desequilibrio por el otro lado pero cuando lo comento me ponen, de forma automática, una etiqueta retrógrada y salvaje que se supone me inhabilita de tener ningún punto de razón. A veces me dicen que me baso en excepciones porque la verdad está, casualmente, en el lado contrario. En otro bando. Y eso de establecer bandos es en si mismo un planteamiento inicial equivocado. Simplista pero equivocado. Cómodo pero equivocado. Políticamente correcto pero equivocado.
Seguro que el equivocado soy yo pero nadie destroza mis argumentos con lógica y sin insultarme. Nadie me ha demostrado que pasarse de frenada no sea, en realidad, darse una buena hostia contra el muro de la convivencia entre personas.
Personas, sin adjetivos. Que montan en el ascensor
2 comentarios:
Vete a la mierda.
O vete a ver la peli "Detroit" y ten pelotas para decir quién se pasó de frenada.
O, si de verdad te atreves, nombrar a alguien que nunca se haya pasado de frenada.
"En ocasiones veo papistas".
Joder, Secades, pareces el productor de Detroit (a mí también me ha insistido esta mañana en que vaya a verla) :)
A lo que íbamos, Pesimistas existenciales, lo has bordado. La discriminación positiva es patética, y los que a través de ella buscan un fin, unos chupópteros.
Pero -y desgraciadamente- como dice el comúnsinsentido, a ver quién nombra a alguien que nunca se haya pasado...
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