La primera vez que leí algo intenso sobre inteligencia artificial simplemente llegué a la conclusión que las máquinas, a base de programación más o menos compleja, eran capaces de simular un comportamiento aparentemente humano. Eran los años 80 y en realidad resulta cierto de una manera bastante aplastante que es muy sencillo parecer humano sin serlo: sólo hay que decir lo que sabes que se quiere oir.
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La autocomplaciencia, definida como la satisfacción por los propios actos, propia condición o manera de ser, está bastante mal vista. Necesaria sí, pero mal vista.
Actualmente la inteligencia artificial se centra en la necesidad de aprender por parte de las máquinas. Se basa en una cosa llamada la retropropagación y básicamente se establece un principio, un resultado deseado y se compara lo que se obtiene con lo que se desea para ir amoldando el "pensamiento" matemático hasta encontrar un patrón de funcionamiento aceptable. Visto así es como entrenar a alguien para que se convierta en un eficiente gilipollas. Muy eficiente y muy gilipollas por muchas capas de pensamiento que haya entre un lado u otro. No hay nada más repelente que alguien que siempre tiene razón. Sí lo hay: quien, sin tenerla, se empeña en imponer decisiones incorrectas. Conozco a quien está convencida que la ineptitud de sus superiores ha convertido su brillante trabajo en polvo. Eso la arrastra a una pequeña apocalipsis de la que sale de vez en cuando, incluso agarrando un almohadón mal enfocado, para que la recuerde como ahora.
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Sin embargo, cuando me siento en una mesa y me hago el digno, cuando explico con detalle algunos de los sueños y de los hipotéticos escenarios en los que deseo que se desarrolle el futuro, siempre responde a unos lógicos y razonables pasos. Estoy convencido que jamás se darán exactamente así porque en ese instante seré un algoritmo o un gilipollas, que también lo soy un poco. Entre la lucha de la razón contra la humanidad siempre pierden los dos.
El ser humano actual vive en unas cotas de desesperanza nunca alcanzadas. Los psicólogos, los psiquiatras y los fabricantes de substancias castigadoras de la voluntad campan como la muerte en el campo de batalla de la modernidad, poblado de cadáveres agonizantes con forma de abandonados, autónomos, ansiosas educadoras, bulímicos, youtubers, mujeres perfectas que duermen solas y románticos incomprendidos. Pasamos de la rabia a la desesperanza en un chasqueo de dedos, del amor al desprecio y de la soledad al más intenso de los amores como si nos fuera la vida en ello, como si la última oportunidad de ser felices se desvaneciera con el invierno. No nos vale con ser moderadamente felices ni aceptablemente mediocres. No nos vale con equivocarnos cada día y todo eso es, precisamente, lo que nos hace humanos. lo que nos hace estúpidos. Lo que nos hace grandes.
Ninguna inteligencia artificial puede con ello precisamente porque se basa en crecer acumulando errores. No me volvió loco que tuviera razón, porqueno la tenía al difuminarnos, sino que era poderosamente humana. Mi ordenador nunca me lleva la contraria, excepto cuando se empeña en reiniciarse tras un amable mensaje de error del que siempre me siento culpable y no lo soy. Yo tengo las dudas y él hace lo que quiere. Y vuelve a reiniciarse, siempre, en bucle. La misma forma en la que, cada noche, vuelvo a sentirme humano. Retrohumano.
Tengo que aprender a equivocarme con más elegancia. Me niego a ser simulado en un procesador matemático sin alma aunque eso me acumule la mochila de dramas, de ausencias y a veces, como Zeus, de estigmas en las manos.
El ser humano actual vive en unas cotas de desesperanza nunca alcanzadas. Los psicólogos, los psiquiatras y los fabricantes de substancias castigadoras de la voluntad campan como la muerte en el campo de batalla de la modernidad, poblado de cadáveres agonizantes con forma de abandonados, autónomos, ansiosas educadoras, bulímicos, youtubers, mujeres perfectas que duermen solas y románticos incomprendidos. Pasamos de la rabia a la desesperanza en un chasqueo de dedos, del amor al desprecio y de la soledad al más intenso de los amores como si nos fuera la vida en ello, como si la última oportunidad de ser felices se desvaneciera con el invierno. No nos vale con ser moderadamente felices ni aceptablemente mediocres. No nos vale con equivocarnos cada día y todo eso es, precisamente, lo que nos hace humanos. lo que nos hace estúpidos. Lo que nos hace grandes.
Ninguna inteligencia artificial puede con ello precisamente porque se basa en crecer acumulando errores. No me volvió loco que tuviera razón, porque
Tengo que aprender a equivocarme con más elegancia. Me niego a ser simulado en un procesador matemático sin alma aunque eso me acumule la mochila de dramas, de ausencias y a veces, como Zeus, de estigmas en las manos.
1 comentario:
Sé consciente de tu propia programación, así no le dirás nunca al amor de tu vida que se quede contigo hasta el martes, en vez del resto del siglo.
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