Mal dia para buscar

28 de junio de 2024

Joderse la vida

 


Joderse la vida no es, precisamente, nada nuevo ni nada generacional. Cuando los alisios de la desesperanza soplan desde alguna dirección nunca, absolutamente nunca, tienen el mismo olorcillo a conflicto que se huele en las películas. El móvil de un crimen, aunque sea onanístico, no tiene por qué existir. Las sensaciones, que se parecen al amor en lo incontrolable de sus términos, van y vienen. Son incuestionables y no tienen que vivir en el mundo reglado de la lógica.

A veces es algo parecido al hambre. Aparece sin hacer mucho ruido hasta hacerte cambiar el comportamiento como un perro famélico. A veces es la desgana, entumeciendo los músculos de la espalda. La mayoría de las ocasiones, probablemente, es un espacio del que se desea escapar pero no se sale nunca. Es entonces, agotado de correr hacia la puerta de una habitación infinita, cuando la opción de joderse la vida se hace plausible.

Quizá porque cada uno tenemos nuestras preferencias a la hora de elegir equipo, yo soy de aquellos que considera que quienes se joden la vida disponen de un grado de conciencia superior a los instagramers de la existencia. No dudo, por supuesto, que en el escalafón hedonista siempre son más felices los mediocres porque no son conscientes de sus limitaciones. Es por ello que más de uno, de la misma forma que está de moda quitar titulaciones a los curriculum, procura convertirse en estúpido. Los grandes atormentados, si es que me los imagino, tienen un aire a Tom Waits disfrazado o fumando con Bukowski borrachos como Hemingway y atormentados como John Kennedy O´toole antes de suicidarse. También es "ojotrueno" Yorke grabando The Bends o la noche en la que Djuick habia fallado el penalty con el que el deportivo de La Coruña perdió la liga. O Prada fallando, con el tiempo cumplido, tres tiros libres seguidos en la final de la copa de Europa del 79. Todos tienen en común que nos hubiésemos cambiado por ellos sin dudarlo pero, en ese instante, se sentían parte de la peor faceta del mundo y estaba justificado joderse la vida. ¿El motivo?. Son conscientes que podrían hacerlo mejor. Es eso, que no es más que un síndrome del impostor latente, lo que nos lleva, más de una vez, a escondernos detrás de una copa, un diazepan, una canción deprimente que nos arañe el alma o simplemente a irnos de la fiesta sin hacer ruido, como un amor que se difumina porque sabes que puedes querer de una forma mejor. Hay veces que si no hay un dolor presente tienes la sensación de estar muerto. Al fin y al cabo la muerte se puede fantasear como la ausencia de dolor.

Joderse la vida es el tránsito o la forma de saber que si no vamos a llegar a donde creíamos, reducir el tiempo de espera.

Y lo ha hecho la humanidad desde que se tiene constancia.


25 de junio de 2024

Los protestones

Ya no es nuevo ni nos sorprende, pero de vez en cuando hay que reflexionar sobre algunos desparpajos modernos.


Básicamente, y para el que no tenga paciencia para el minuto que dura, una mujer que decidió tener un hijo con su pareja resulta que se queda sin pareja y decide que, dado que fue producto de una donación de esperma, el donante debería de pagar la manutención del hijo porque ella no está en disposición de trabajar. Y ya está. Obviamente si el devenir del amor hubiese sido diferente y el donante quisiera hacerse cargo de su hijo biológico en contra del deseo de esta buena mujer, le estarían acusando de intento de robo de niños. Sabemos con certeza contemporánea que las reivindicaciones son discursos victimistas con tono de drama apocaliptico en los que se deduce que lo que digo yo debe ser subvencionado y todos los demás son intransigentes a los que hay que aplicar la fuerza de la ley.

El problema reside en que llega a la edad adulta un grupo de personas que se creen sus propias cositas. Yo que sé, los microracismos de preguntar a un negro si es verdad que es de Albacete o de Vox. ( Que puede serlo, pero estadísticamente no es lo más habitual). Pasa lo mismo con el cartel del orgullo de Madrid. No sé si alguna vez habrás estado en una fiesta del orgullo. Normalmente, y lo digo también de manera estadística, un grupo de locazas entaconadas se suben en carrozas acompañadas de musica pop adoptada como himno, hacen ostentación de su legítima sexualidad y se toman unas copas por las noches intentando ligar todo lo que puedan. Así que han hecho un cartel con copas, tacones y preservativos. Como el ayuntamiento no es del partido que debe ser ( aunque sí del que han votado los madrileños) han  montado en cólera porque "se les estigmatiza". Todos sabemos que la celebración del orgullo consiste en una reunión de todos aquellos que aman a Laura reciclando envases antes de ir a misa, claro.

Soy de los que opinan, no sin polémica aunque con ningún problema porque haya quien opine lo contrario, que los actos de exaltación de la sexualidad propia son igual de anacrónicos que un grupo de obreros de la construcción en camiseta escupiendo al suelo y siendo soeces con muchachas en flor que paseen cerca de la obra.


Y aunque personalmente me la pela, cuando hay que quejarse, algunos lo hacen siempre. Incluso cuando les ponen un espejo delante. No son los gays, las lesbianas o los adoradores de Satán. Es toda una clase social. La clase social de los protestones.

De todos es conocido que la mejor manera de conseguir algo en una sociedad occidental es indignarse muy fuerte, aunque ni siquiera se sepa lo que se quiere.

El resultado final ante tanta soplapollez es que cuando alguien tenga, realmente, un problema, no sabremos diferenciarlo y se quedará hundido bajo kilos de impostura. Por otra parte nos hemos acostumbrado a determinados discursos y , como las drogas, cada vez hace falta una dosis más fuerte. En las ultimas semanas hemos considerado normal que bajo el paraguas de la igualdad se elimine el porcentaje de hombres o que los eventos solo para mujeres sean buenos para que seamos todos iguales. Hemos vivido con indignación extrema que unos militares de Israel lleven a un palestino en el capó del coche pero se nos ha olvidado que llevaron a una alemana violada medio muerta como trofeo el 8 de octubre, los otros. Volvemos a las polémicas por los dictadores muertos y estamos a veinte segundos de hablar de explotación calórica porque llega el verano y, oh casualidad, hará calor.

Pero no pasa nada porque hay Eurocopa y seguramente nos pitarán un penalty injusto por la conspiración que existe contra nosotros. Bueno, excepto si es a favor aunque haya piscinazo.

Un okupa llamó a la policía enfadado porque le habian okupado el piso. Un tipo que me robó me dijo  la semana pasada, al localizarlo, que lo que no va a hacer es robar para pagarme porque yo sería cómplice de un delito.

Será cosa de los vientos modernos.

3 de junio de 2024

Six Feet under

 Debería de ser de visión, en orden y completa, obligada. LA serie.


20 años después todavía hay días en las que necesito que me recuerde muchas cosas que aprendí.

2 de junio de 2024

Argentina, El Salvador, la economía y el catenaccio.


Hace años alguien descubrió que, casi en cualquier deporte, gana el que mete más puntos pero también el que consigue que no le metan ninguno. Los italianos, que para soluciones determinantes tienen un gen dedicado, inventaron el  catenaccio  y ello nos llevó a aburridísimos partidos de futbol donde ganaban ellos , excepto si jugaban contra alemanes. También pasó en baloncesto (obviamente sin alemanes pero con el Maccabi y los yugoslavos) , lo cual me lleva a las defensas salvajes de Dino Meneghin que siempre recuerda como , con 31 años, se enfrentó a un joven de 19 llamado Fernando Martin. Eso es otra historia.

El caso es que en una sociedad en la que el resultado prima sobre los métodos utilizados para ello ( siempre y cuando se actúe dentro de las normas) aquello era una posibilidad de ganar y ya sabemos bastante bien que el triunfo, desafortunadamente, no siempre va de la mano de la ejecución más precisa, la más estética o la más elegante.

Muy por encima del deporte y como juego máximo creado por los humanos está la economía. 

De todas formas, tal y como sucede con los ganadores históricos en ciertos deportes, también hay potencias variables en los ciclos económicos. Fenicios, vikingos, persas, los europeos,  americanos del norte, quizá los chinos... todo son fases del juego y en cada una de ellas se pone de moda una forma de jugar: La invasión, el capitalismo, las regulaciones legales, el terror o la ciencia como elemento colonizador.  Cada época ha tenido su forma de jugar y grandes ganadores y perdedores. Los romanos te hacían un acueducto y unas cuantas calzadas para poderte cobrar más tributos y los alemanes generaban unas deudas a Grecia que se cobraban poniendo sus empresas de gratis, con mano de obra barata, hace 10 años. Los americanos echaron una mano en la  segunda guerra mundial a cambio de vendernos sus cositas durante más de 50 años. Cada uno ha usado las variables de su época para ir ganando fases de ese juego. A nosotros nos tocó traernos cositas de América como quien hace dropshipping desde su cuarto.

Una cosa es cierta: las fases cada vez parecen más cortas. Los imperios no duran siglos. A veces ni siquiera décadas. Y como buenos humanos que viven con un ojo en el pasado y otro en el futuro, sin mirar al presente, sabemos que el cambio está a la vuelta de la esquina. Casi como un deportista que entrena, nos preparamos para la próxima competición.

Comparto la idea que se basa en que al final, fruto de la tecnología y de los competidores, del patrón dolar muere. Los chinos (y los rusos), que saben de esto, han ido acumulando materias primas (básicamente oro) desde hace tiempo porque hasta que nos pongamos de acuerdo con el próximo patrón, pasaremos por ahí. El terremoto mundial que fue la pandemia, si algo nos hizo ver fue el poder infravalorado que tienen las cosas que eres capaz de tocar, comer o transformar. En una sociedad sobre tecnológica se nos había olvidado el poder de nuestra tierra y que todo deriva de ella. Para un bitcoin hace falta un ordenador y para un ordenador silicio y para tener silicio hace falta alguien que lo extraiga de algún sitio. Ese sitio, por cuestiones lógicas, será Africa y ahí hay dos maneras de llegar: los chinos les hacen las carreteras a pagar en cómodos plazos ( al estilo romano) y los rusos les echan una mano para dar golpes de estado y arrasar un poquito ( al estilo Persa). El resto del mundo está muy ocupado mirándose el ombligo (basicamente europa) o tienen demasiados problemas como para meterse en los de los demás. Esos últimos son las ligas menores y es ahí, como en los campos de futbol de Brasil o de los barrios de Buenos Aires, donde aparecen curiosas y nuevas formas de jugar. Al fin y al cabo cuando uno no tiene nada que perder, la innovación o el atrevimiento loco es el camino.

Nayib Bukele, salvadoreño de origen palestino ( que ya determinó a Hamás como bestias salvajes) , llegó a un pais arrasado por la violencia y, ayudado por su conocimiento publicitario, sin que pareciera un dictador del siglo pasado, ha sido reconocido como alguien que ha reducido esa violencia en un tiempo record utilizando unos medios discutibles pero eficientes. Eligió el bitcoin como moneda nacional ( mala idea) y adoptó como suyas políticas liberales en lo económico que han llevado a este pequeñito pais a mejorar su posicion en el tablero mundial. Quizá pasar de 140 homicidios por cada 100mil habitantes a 2.4, ayuda, Parece que el pueblo, por ahora, le respalda y le tolera muchas de las cosas que hace porque va ganando partidos.

Otro al que el pueblo le ha elegido como entrenador es a Milei. Ya no es un pais pequeñito. Aunque considero personalmente que es un payaso hace años ya, cuando no era más que un señor que gritaba en las tertulias, captó mi atención. Aquí teníamos a Pablemos y allí al Pelanas. Este tipo está firmemente convencido que Argentina es un gran pais y que, como un club de gran cantera hundido en tercera división, la forma de hacerlo volver a primera es gestionarlo bien. El principal diagnóstico de Argentina, como era la violencia en El Salvador, reside en la inmensidad del estado. Una sociedad dependiente del estado lo único que consigue es perpetuar al propio estado. Los votantes volverán a votar a los mismos porque son quienes les proporcionan trabajos, dinero o mera subsistencia. Sin embargo cuando las empresas son estatales y carecen de comperencia o incentivo para realizar mejor su labor, no tiene pinta que lo harán especialmente bien. Así que la línea de actuación principal es adelgazar el estado al máximo y aprender que hay que trabajar y trabajar bien para salir adelante. Quitamos el ministerio de fomento y buscamos quien nos haga las mejores carreteras. El estado pasa a ser la grasa necesaria para que funcionen los engranajes de la economía. De la misma forma que en El Salvador aparecía el gobierno para meter a tu hijo pandillero en la cárcel, en Argentina tienes que ir a buscar trabajo porque se te acabó el chollo de ser funcionario.

Ahora ya, si eso, desde la visión occidental del estado del bienestar y como apelativo global puedes llamar fascista a estos dos sin saber definir exactamente qué es el fascismo, por supuesto. El problema es que, por ahora y como los italianos con su futbol de mierda, están ganando partiditos. Al menos en la liga de la economía.

El problema, obviamente, es qué sucede si les va bien. De la misma forma que vivimos en Europa el ansia de que el Reino Unido se vaya un poco al guano sin nosotros, miramos de reojo a éstos por si resulta que hayan acertado en algo. En un pais, como es España, donde más de la mitad de los jóvenes suspiran por ser funcionarios y los políticos, sobre todo los del gobierno, se aburren de prometernos pagas a realizar con nuestro propio dinero y a base de endeudarnos más ( porque eso será un problema del que venga después), me pregunto si no vamos de cabeza a una situación en la que el único destino sea convertirnos en Argentina. Zelenski era un actor de comedia cuando llegó al poder en Ucrania. No es tan diferente de un payaso ( y dadas las circunstancias no lo hace nada mal). La diferencia es que nuestros políticos actuales son payasos y comediantes, pero te intentan convencer que no lo son y, por supuesto, que quien no juega como ellos dicen es el enemigo diabólico del deporte.

Nunca me gustó el balompié italiano de aquella época pero ha ganado cuatro mundiales.

(Deneuve hizo  un disco delicioso que se titulaba "El codazo de Tassotti")


1 de junio de 2024

Los viajes rápidos y los pocos sabores abundantes.

Cuando, en las crónicas deportivas, hablan de algún ganador de velocidad, le asocian a ser "el más rápido". Visto así el triunfo consiste únicamente en una obra de ingeniería extrema denominada vehículo y un loco sobre él que es capaz de apretar el acelerador el mayor tiempo posible. Obviamente y basándonos en ese simplista punto de vista el humano en cuestión no es más que un idiota dispuesto a morir.

En los años 50 y 60, en Estados Unidos, intrépidos caballeros se subían en cohetes experimentales y eran catapultados sobre raíles para valorar la resistencia humana a la aceleración. Si seguían vivos o conscientes después del acelerón, se ponía una turbina más. La mejor manera, lógicamente, de conocer los límites es alcanzarlos.

Sin embargo, y esto es válido para cualquiera que haya conducido alguna vez, llegar antes a un determinado destino consiste en saber frenar. Los coches de formula 1 no son los más rápidos por correr más sino por conseguir un paso por curva a mayor velocidad. Si alguna vez has conducido una moto sabes que si vas muy despacio te caes y que si entras en una curva muy rápido, te sales. Eso se llama subviraje. Ascender una carretera de montaña repleta de curvas como serpientes exige cuidado, destreza y tener los ojos puestos en la siguiente mientras intentas adivinar si se cierra al final.

Por supuesto que, en estos tiempos modernos, los destinos están unidos por amplias y seguras autopistas, pero se pierde el paisaje. Viajar miles de kilómetros es mucho menos enriquecedor que perderse en una camino rural a quince minutos de casa. Conozco a decenas de personas que marcan, en los mapas, las decenas de países recorridos aunque no hayan salido del resort. Tuve una novia que, tiempo después, fue azafata de vuelos de larga distancia y me aseguraba que aunque había estado prácticamente en todos los lugares del mundo, no conocía ninguno. En el otro extremo estoy yo, que me sorprendo volviendo a casa por calles diferentes.

Esa forma de viajar se parece bastante a la forma de vivir, trabajar o pensar. Tener media docena de títulos ya no es saber y repetir argumentarios tampoco es lo mismo que disponer de una opinión. Curiosamente las cacatúas sociales aplastan la reflexión con su ruido, continuamente. Anteayer un titulado me afirmó que su dispositivo estaba defectuoso y se enfadó cuando descubrí que el problema residía en que no lo había enchufado. "Ya está hecho"- asegura un operario ufanamente delante de su trabajo y al ponerlo a prueba, revienta. "Pero yo lo hice"- y eso no es verdad porque no funciona. A veces has llegado a tu destino pero no has sido capaz de viajar porque el viaje implica perderse, sentirse pequeño ante las ingerencias climatológicas, oler el paisaje, pararse a rebuscar en el mapa, respirar delante de una estampa, buscar en el cielo las horas de luz que te quedan, no saber donde estás por la mañana e incluso decidir que ese lugar, diferente y apartado, es el destino real.

Hace no demasiados años podías bajar a por el pan y terminar tomando un vermut con tres vecinos, quedarte en el bar de la esquina hasta que empezara un concierto con el que no contabas, hacer chistes con tres polacas que se habían perdido y terminar , borracho pero simpático, durmiendo en su casa como un errante. Al contarlo, con el tiempo, explicabas que te habías tirado a una polaca borracho mientras no dabas muchos detalles del camino que te había llevado a esa situación. Entonces alguien, simple y banal, llegó a la conclusión de que lo importante era estar macareno en cama ajena. Y el día que, baboso y enfermizo como un adolescente obeso tambaleante mandando mensajes a las tres de la mañana desde la esquina de la discoteca, se despierta con resaca junto a Luzdivina de la Encarnación, afirma que su experiencia fue tan buena o mejor que la tuya. Eso sin conocer los detalles de cómo llegó allí ni lo que hizo por el camino. Quizá por eso algunos afirman que antes se socializaba bebiendo y ahora se bebe para socializar.

Cuando bajo la basura veo a personas sacando al perro. También veo a progenitores llevando o trayendo a sus crías hacia alguna de las actividades que realizan. En los semáforos van y vienen seres humanos ajetreados con la vista puesta en su siguiente actividad necesaria para acumular en la agenda de lo realizado. Sin embargo, por carretera, cada vez la soledad es mayor. Mirar a la siguiente curva no evita el hecho de saber que si por casualidad derrapa la rueda de delante, moriré en la cuneta. A pocos metros van y vienen viajeros por las frias autopistas y los trenes de altísima velocidad, esa misma que hace que el paisaje sea borroso. Son más rápidos, no lo niego. "Aquí murió Fernando: visitó treinta países". "Ahí fallecí yo: un día comí en un bar de Almendralejo". Hay ventajas y desventajas en todos los casos pero como curriculum tengo todas las de perder.

En la forma moderna de existir no se saborea la comida pero se tienen en cuenta las calorías consumidas. Cuando me comparo con los demás se me escapan los sabores.