Mal dia para buscar

21 de marzo de 2012

El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos

Dice un libro de mi estantería (Félix de Azúa: historia de un idiota contada por él mismo: 1986):
En todas las parejas que investigan la felicidad amorosa hay un reparto de funciones que no depende del sexo respectivo. Al principio, por ejemplo (pero las variables son infinitas), ella es buena, dócil, no sabe ganar dinero, es lista, frágil, cariñosa y fiel, en tanto que él es colérico, independiente, eficaz, inteligente, protector e infiel. Es un esquema vulgar, pero frecuente. Pues bien, sea cual sea el reparto de las funciones, a lo largo de una investigación amorosa todas estas funciones se truecan, si es que estamos hablando de una investigación seria, porque se trata de un fenómeno de mutuo espejismo y cada uno de los objetos quiere ser el otro. Y lo consiguen. Conseguirlo quiere decir dos cosas; primero, aburrirse del Otro por mucho que se parece a lo que uno era Antes; segundo, comprender lo mediocre y zafio que era uno Entonces. Consecuencia: el Otro es Ahora mediocre y zafio.

Y algunos, quizá buscando la excusa perfecta a la falta de éxito en ese desdeñado aspecto de la vida, lo creímos cierto. No lo es.

Luego pensamos que quizá era una cuestión de complementos, como cuando ella le explota los granos de la espalda en la playa. Sin embargo una parte de nosotros aprendió que aquellos amores melosos sólo eran posibles con la testosterona edulcorada que te corre por las venas en el instituto.

Después, abotargados con la oda al egocentrismo de los años 80 y el éxito del egoísta contemporáneo, quisimos pensar que lo que queríamos era una versión sexuada de nosotros mismos. Un clon que compartiera cama, conciertos y pasión por las grasas saturadas con el ente en el que nos habíamos convertido. Tampoco.

Tuvimos la esperanza de encontrar a todos nuestros antiguos amores en una sola persona. Quisimos que fuera aquella versión idealizada del amor y la dependencia, que tuviera la complicidad correcta, que tuviera secretos para descubrir y que pudiéramos tener los nuestros, que sonaran violines cuando cerrara los ojos a mi lado y que nos pareciera maravillosa incluso cuando cometía el íntimo error de no cerrar la puerta del baño. No fue (tras el interminable terremoto colérico que tienen las rupturas mal llevadas) y eso que puedo afirmar que los violines sonaron.

Pensamos, entonces, en conformarnos con algo parecido al compañerismo en el viaje de la vida de nuestros amigos casados que dejaban a sus niños correteando alrededor de las mesas pero nos dio pavor ese maremoto de divorcios que termina desgastando el tiempo en luchas absurdas por la cuota de mantenimiento del rellano de la escalera y convierte a las criaturas en monedas de cambio y a los silencios en condenas de soledad. Nos produjo miedo vernos al borde de un abismo al que no habíamos mirado así que salimos corriendo como si estuviéramos enajenados.

Y ayer, cuando un amigo, curtido en mil fracasos alimentados con demasiado desgaste mental, me hablaba de su pareja, dijo una palabras mágicas: "No sé qué es, pero estoy tranquilo cuando estoy a su lado."

Eso es.


Poder decir eso de "El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos".

3 comentarios:

Ina Blackwood dijo...

"Nacimos en una época en la que cuando algo se rompía lo arreglábamos, no lo tirábamos."

Anónimo dijo...

Mi opinión es que el amor está sobrevalorado.

Anónimo dijo...

Puedes plantearte buscar tu mini-yo, tu alter ego o no buscar nada de nada.
Pero siempre aparece alguien que te jode los planes y acabas preguntándote: ¿cómo me ha podido pasar esto a mí?
((Y, si no te pasa, casi que peor, porque sería como comprar la marca de yogur que te gusta en el super más cercano a tu casa))