Mal dia para buscar

16 de noviembre de 2016

Like a friend

En 1998 se publicó una de mis canciones favoritas. Y se repite (aunque sea la versión brit de un pagafantas y le hicieran una película (Grandes Esperanzas)).


14 de noviembre de 2016

Dar la cara es la mejor manera que te la partan.

Hay estrategias que siempre funcionan, consejos que nunca fallan. Uno es: "dar la cara es la mejor manera para que te la partan".

Pensemos en una compañía aérea. Un tipo, en un despacho, valora la manera más eficiente de ahorrar queroseno y de reducir los costes en cada aeropuerto con el resultado de dejar en tierra, poseídos por los retrasos a miles de pasajeros. Él está en su casa comiendo nachos y una buena chica, con su contrato precario, es insultada por barbudos indies que hablan de la confabulación de las grandes empresas contra su libertad a volar dignamente.  Detrás del mostrador a quien le parten la cara es a quien la da porque a alguien hay que partírsela.

Pensemos en Facebook, que ha matado por error a varios miles de usuarios. No se deja de usar la plataforma sino que se le da publicidad y se va a la tienda de informática del barrio, que es donde realmente te solucionan los problemas, a gritar que ese ordenador está defectuoso porque no sale en pantalla lo que está deseando el usuario (es un caso real). En ese momento intentan partirme la cara y por mucho que pongo cara de circunstancia y soporto las impotencias del cliente hay una parte de mi que considera que estoy soportando algo más de lo que no merezco.

Pensemos en los mecánicos de Volkswagen cuando alguien les pide explicaciones por el cambio climático o en un vendedor de Samsung después que un tambor de lavadora salga disparado como una peonza en medio de la cocina asesinando al perro. Como el responsable real no quiere dar la cara habrá que partírsela a otro, al que esté. "De quien te vengabas cuando estabas a mi lado"- dice una canción pop. "Donde van los mensajes que no mandas"- dice otra descarnada canción de fin de ciclo.

Una actitud bastante común en medio de una ruptura, en ese punto en el que no hay energía para poner las cosas en su sitio casi como si la entropía se hubiera disparado, es dejar de responder. "Voy a echarte de menos"- y no obtener respuesta. Llamar y oir cómo suena y suena pero nadie responde. He estado en los dos lados, lo reconozco, pero también he estado en el tercer lugar, en el que recibe las hostias por la mierda que ha esparcido otro. También, dada mi edad y mi absoluta tendencia a interesarme por mujeres que estén tan taradas como yo, he tenido que lidiar con la cicatrización de las heridas que no hice y muchas veces me han buscado porque soy, precisamente, el compañero perfecto para ahondar en una pena que viene de atrás. Hay personas que te eligen porque te pareces tanto al anterior que es seguro que vas a cometer el mismo error. Claro que eso es otra historia en el comportamiento humano tendente a la autodestrucción o poseído por la aquitifobia.

Lo curioso y lo único que intento decir con todos estos ejemplos es que no somos capaces de gestionar nuestras frustraciones y que nos importa bastante poco contra qué o contra quien mientras sea violento, mientras sea un agujero por el que sacar nuestra frustración. Da igual quemar un banco público porque ha perdido nuestro equipo, gritar a la chica del mostrador, insultar al informático, al mecánico o culparme de tus heridas de antaño. El único patrón que se repite es que le parten la cara a quien está. No he visto nunca al dueño de Zara gestionando una reclamación y he visto, sin embargo, mil clientes enfadados volviendo a comprar donde les hicieron daño, algunas personas volviendo al lugar donde juraron que jamás iban a volver. Es un patrón de comportamiento humano que tiene que ver con el trabajo y las excusas, la verdad, aceptar que lo bueno nunca es tan bueno como habíamos soñado y que aunque queramos ser el centro del mundo el truco está en hacer un diagrama de Venn. Hay aviones que no vuelan porque queremos volar por dos euros de forma transoceánica y hay parejas que no vuelan porque los dos quieren ser alas y ninguno fuselaje.

Y, mientras, el teléfono deja los mensajes de amor verdadero abajo en el tiempo, en la bodega de carga del avión.

13 de noviembre de 2016

Los diferentes sexos

(Del libro a medio escribir. Es un capítulo en el que intento describir que aunque siempre es sexo no siempre es lo mismo ni significa las mismas cosas. Mis personajes no son santos. La selección musical ha sido ardua)

OPCION 1:
(Antecedentes: Roberto y Maria viven en esa excusa de ser amantes cuando en realidad son amigos y se necesitan, pero no son capaces de admitirlo)

Más adelante Roberto y María se encuentran porque encontrarse también puede ser romper alguna de esas barreras que se originan en el sofá y que se caen cuando se van deslizando por él hasta caer de costado encima del otro. Se encuentran poco a poco, casi como si fuera un desliz, como si fuera la búsqueda de la manta en medio de un sueño o un movimiento reflejo y reconfortante parecido al olor de la casa donde vive la familia. Existe un lugar entre el vicio buscado y el calor necesario donde se esconden las cartas que más de uno se guarda en la cama como si fuera un reducto en el que la piel aún esconde secretos. Más de uno, desnudo, se esconde más que vestido. Más de uno, aturdido por el ceremonial, es torpe con los cubiertos. Ellos no. Se recorren conociendo las cavidades y los montes imperfectos. Se reconocen con los ritmos de la respiración y se ayudan con la fuerza de las piernas para hacer de una misma sombra las dos formas y adivinar, casi sin verlo, que María agarra la sábana con la mano izquierda apoyada con el codo derecho. Roberto sabe que a ella le gusta que la mano la sujete por debajo y vaya ascendiendo despacio para parar los dedos en círculos mientras se arrodilla ante su cuerpo tumbado y arqueado para verla temblar, callada, como una presa amordazada con síndrome de Estocolmo. Y, después, tumbarse a su lado, coger aire, sentirse en casa y no admitirlo.


OPCION 2:
(Antecedentes: Juan y Silvia: "Quizá se rindieron o quizá se encontraron. En realidad aquello surgió en el mismo instante en el que la toalla estaba tirada en el rincón del ring sobre el que se desangran los que van perdiendo a los puntos. Da lo mismo quien invitó a quien o si acabaron en la cama la primera o la cuarta noche, que es el filo en el que un posible amante se convierte en amigo") 

Juan se mete en la cama y enciende la televisión donde busca algo que haga ruido pero que no moleste y Silvia, como en un pequeño ritual, deja en la esquina inferior de su lado de la cama un pantaloncito a cuadros con elástico y una cuerda rosa para atarla a la cintura. A su lado una camiseta de esas a las que se les tiene cariño por su historia, antigüedad o forma. Se va desnudando con un ojo en la televisión y otro en Juan, por si la mira y ella puede hacerse la pudorosa entre el chándal de estar en casa y el pijama de dormir, entre quitarse los pantalones para dejar claro que lleva uno de esos tangas que son un triángulo con una tira que desaparece, entre sonreír mientras da esos dos saltitos con los que el pijama va a su lugar y entre tocarse, como poniendo en su sitio, los pechos en el espacio de tiempo que hay desde el sujetador a la camiseta, que es la versión sofisticada y excitante de la poco glamurosa forma de tocarse los huevos en los hombres para dejarlo todo en su lugar. Ella se mete en la cama y como buena mujer se acerca con una sonrisa y toca con los pies a traición. En una queja contenida él la mira sin moverse por el frío y ella le acaricia el pecho y se va acomodando entre el hueco del hombro y el cuello. Cierra un poco los ojos. Baja un poco la mano. Él pasa el brazo por detrás de ella y pueden notar la respiración en la cara. Hay una melodía de respiraciones cómplices que conocen y la velocidad arrítmica de las huellas dactilares. Es en el momento del primer misil, de la primera punta del dedo sobre el pérfido lugar que hay desde el ombligo hasta la base del pene, cuando recoge el brazo que tenía sobre ella para ponerla encima y agarrarla con ambos brazos y, una vez equilibrada, buscar debajo de su camiseta y subir las piernas para rozarla o levantarla. Besarla y besarle. Seguir como un sonido que va a subir, como una sinfonía antes del golpe de miedo en una película. Esperar a que no pueda más y se mueva atrás para quitarse la camiseta, que estire los dedos sobre el pecho de él. Que vaya bajando o subiendo para que desaparezca el pantalón. Mirarla desde abajo o mirarla abajo. Mirarle desde arriba, abriendo con dos dedos la visión de la lengua. Volver a montar, con el tiento que da el principio y llegar al momento en que todo resbale. Echarse a un lado y las sábanas abajo. Poner la boca en redondo y abrir las piernas pidiendo un poco más, con las corvas de las rodillas apoyadas en sus codos. Mirar a los ojos y encontrar sus ritmos, los conocidos y los repetidos. Subir. Agitarse. Empujar con las piernas como una señal para perder el control y esperar a que se liberen para agarrarse de esa forma en la que los tobillos cierran el candado del sexo. Y explotar con él dentro, con ella ardiendo. Y quedarse un momento en un abrazo y oyendo su pecho encontrando la palpitación correcta.

OPCION 3:
(Antecedentes: Andrés es un buen tipo solitario)

Andrés deja a un lado los papeles (...) Sin embargo, entre ese momento de apagar la luz del despacho que queda en su casa en la habitación que debía ser de los niños y el camino hacia la cama hay un silencio poderoso que huele a fracaso o a perdición. A un nuevo camino sin salida de esos a los que se llega sin poder adivinar el momento en el que se tomó la decisión equivocada. En determinados momentos un apartamento en silencio es casi la prueba de una derrota. La libertad era la capacidad de poder hacer lo que quisiera pero, sin embargo, eso lo dicen los que están poseídos por las obligaciones. Comprar yogurt, tener siempre embutido en la nevera. Aquella mujer siempre tenía embutido y a él siempre se le olvida comprarlo. Mientras se tumba entre las sábanas recuerda la mesilla en la que ella dejaba los libros amontonados y la sorpresa de encontrar su cuerpo al darse la vuelta, al despertar por la mañana y cómo, cuando vivieron una primera noche, ella se deslizó y le miró como un pecado al que aferrarse. Es capaz de visualizar aquel cuerpo de costado reflejado en un espejo y la bata entreabierta por la mañana para volver a la cama. En momentos como el de hoy se quedaría abrazado, meditando entre las ondulaciones que hacen los músculos del cuello y pasando la mano entre sus formas para certificar que, suceda lo que suceda después, en ese momento se es más fuerte. En ese momento en el que las manos de ella le recorren y le encuentran. Con esa mirada que ponía cuando la desnudez se despojaba de las mantas y con esa húmeda sensación de tenerla consigo. Aquella noche, justo antes de dormir, Andrés se masturba como un adolescente cerrando los ojos para no olvidar los caminos perdidos.


OPCION 4:
(Antecedentes: Jorge es un buen tipo con poder y Patricia una manipuladora)
  
-¿Sabes lo que espero yo?- pregunta Patricia entre una voz con tono a travesura.
-¿Qué?- responde Jorge con una pregunta mientras se despista apagando la luz del baño y acercándose a la cama.
-Que me folles- responde mientras levanta las sábanas y deja a la luz una lencería digna de película pornográfica, con los pezones respirando entre las líneas de cuero de un sujetador sin pudores, un pequeñísimo tanga con remaches y un liguero que destaca cuando las piernas las deja encima de la cama- como si fueras mi rey y yo una súbdita, una cortesana caliente dispuesta a todo por los favores de su magnánimo señor. En ese momento le sujeta y le tumba. Le agarra con las piernas, una a cada lado, y le guía las manos desde que empiezan las costillas hasta las axilas. De ahí hasta los corazones. Apretando y bajando para pasar por los remaches. Entonces le estira los brazos y se apoya llega con una mano para sujetar las dos muñecas mientras que con la que tiene libre le libera de pudor y aprovecha la excitación para cabalgarle. Primero despacio y más tarde, lazando el cuerpo atrás con liberación de manos, soltar el pelo y agitarse como una amazona o una fan que ha entrado al camerino del bajista estrella de su grupo favorito. Y grita, y se retuerce. Deja que Jorge la mire esperando que no lo olvide y dando, casi descaradamente, ese carácter de proposición imposible que tienen las grabaciones amateur de las películas pornográficas que se consiguen gratis en internet. Es un maquillaje que cambia porque cambian los polvos.

12 de noviembre de 2016

So long, Marianne.

"Bueno, Marianne, ha llegado el momento en el que somos tan viejos y nuestros cuerpos se están desmoronando, que creo que te seguiré muy pronto.
Estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, podrás alcanzar la mía. Sabes que siempre te he querido por tu belleza y por tu sabiduría, pero ahora solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Mi amor infinito, nos vemos al final del camino."

A veces algunas canciones son mucho más grandes cuando se sabe su historia. En 1958 Leonard conoció a Marianne y aquel romance duró tres años pero sin embargo, al oirle cantar así, la quiso siempre porque hay personas que aunque pasen, no estén o nos inventemos sucedáneos. Ella murió en julio y él la cantaba así.

Por cosas así era es tan grande.

11 de noviembre de 2016

Los Mamuts y los tramposos.

(Extraído del libro que no consigo acabar de escribir nunca)

Samuel Hahnemann fue el pionero de la homeopatía. Básicamente estableció una pseudociencia que se basa en usar pequeñas cantidades de las substancias que generan la enfermedad que se quiere tratar diluidas en agua y aunque, a base de diluir y diluir, en el componente final ya no queda resto del principio activo se apela a una especie de “efecto memoria” en el agua que lo convierten en sanador. Los resultados científicos se dividen en dos: los que se han demostrado que no funcionan y los que no se sabe si pueden funcionar. Hay una única verdad: mientras se juega con ello la naturaleza se dedica a hacer su trabajo y es por eso que algunas  personas se curan y, por extraña coincidencia, homeópatas que se hacen ricos. Aunque también existen algunos que apelan al poder de la mente y la energía, de la potencia descomunal de la fortaleza del ímpetu y la fe.

Existen personas que necesitan creer porque hace falta algún tipo de motivo por el que despertarse por la mañana y la ciencia, en general, es demasiado fría. Es más emocionante el deporte, los parques de atracciones, las rifas y la homeopatía. Probablemente porque la posibilidad de éxito es menor y quizá por ello un resultado positivo parece más gratificante que la seguridad de saberse ganador. El riesgo, por definición, es lo que alimenta la satisfacción posterior.

Dicen que hay una media de siete parejas antes de llegar a la definitiva. Unos lo logran a la primera, otros se rinden en la cuarta y algunos llegan a la duodécima. Hay una seguridad casi absoluta de que esa persona en la que te fijaste al entrar por la puerta del bar no sea ninguna de ellas, pero si lo es, si acaso sucede o si se da la alineación de planetas adecuada para que se inicie una conversación, sea una gran conversación y además sea de esas conversaciones que no entran en círculos y no se acaban nunca, entonces el orgasmo no es una cuestión, como se supone, física, sino el sentimiento desbordante de que se ha cruzado una meta arriesgada e imposible.

No es lo mismo sin riesgo y quizá por eso el ser humano es permeable a determinadas acciones que estadísticamente le pueden llevar a perder. El amor, la competición y encomendarse sin red a los designios de un Dios, un jefe, un padre o un gobernante son ejemplos de ello.

Desde ahí. Desde ese punto de partida y quizá incluso en una caverna aparecieron los tramposos. Eran los que decían que habían matado al Mamut cuando, en realidad, habían estado escondidos mientras los otros, con pequeños pedazos de madera con piedras de sílex en los extremos, perseguían y morían junto al animal fruto de la lucha desigual. No era la misma satisfacción de ser verdaderamente un héroe pero sí la satisfacción del reconocimiento. Eso también engancha y sobre todo, como una adicción enfermiza, la satisfacción de ser más listo que el guerrero por conseguir lo mismo sin traer heridas de muerte.

Más adelante aparecieron los estafadores profesionales, inventores de argucias y de halagos para fomentar la idea de la oportunidad, la oferta, el momento en el que ser más listo que los demás sin percatarse que se era, precisamente en ese instante, estafado por avaricia. Unos se llamaron abogados, otros banqueros. Algunos prometieron la vida eterna con elixires y siempre, a lo largo de la historia, tuvieron víctimas a los que llamaron clientes y a los que convencían de poder volver a la cueva sin un rasguño y con un enorme colmillo de marfil.

 “Si me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos, la culpa es mía” decía Anaxágoras.

10 de noviembre de 2016

Algoritmos, caminos cortados y matemática complaciente.

Sobre el papel un algoritmo, como conjunto de reglas ordenadas para la consecución de una tarea, tiene bondad en si mismo. El problema, como casi todo lo bondadoso, es que según se van añadiendo variables por parte de los humanos el resultado se envilece. En realidad en estos momentos los algoritmos gestionan muchas de nuestras interacciones con el mundo. Hasta nos hemos acostumbrado a ello. Al final nos reconforta que aparezcan anuncios de las cosas que nos gustan, las posibles parejas en nuestra zona geográfica y dentro de nada es probable que alguno sea capaz de encontrar a esa mujer cercana, sin hijos ni mascotas, dispuesta a saltar al vacío, con una poderosa vida interior, amante de la música indie, de posaderas prietas, sexualmente activa, que sepa hacer croquetas y que hable lo justo por las mañanas mientras disfruta de las noticias y el zumo pensando en el redesayuno de los domingos. Son datos al azar.

Los algoritmos refuerzan nuestra zona de confort y si nos fijamos en aquellos que dominan las redes sociales nos intentan poner en contacto con aquellas personas que piensan como nosotros. Una experta en nuevas tecnologías me comentó una vez que curiosamente había entablado amistad con personas con las que compartía sus creencias y manera de ver el mundo. Lo achacaba a la casualidad de la vida olvidando que en el mundo matemático no existen las casualidades sino las variables. En las matemáticas de segundo de carrera existían muchos resultados aproximados que también eran matemáticamente válidos y es que las matrices de variables empezaban a ser enormes.

Cuando me despidieron de un periódico (en el que no me pagaban) por decir lo que pienso la conversación se resumió en lo siguiente: "el periodismo moderno lo que hace es buscar a sus propios fanáticos y les damos lo que quieren oir porque si no les damos eso comprarán otro medio". La reafirmación es, en definitiva, un negocio rentable.

Así que cuando yo aparecí en su vida no fue capaz de entender que la diferencia nos podía hacer más grandes y, por el contrario, terminó buscando el carpe diem de su algoritmo mientras yo luchaba por salir de mi zona de confort pero siendo yo mismo y no la respuesta que buscaba irracionalmente siempre.

Nos hemos acostumbrado a encontrarnos y a rodearnos de personas, productos, culturas y tipos de letra que nos hacen sentir cómodos. Los borrachos se hacen amigos de alcohólicos y los fanáticos deportivos lo hacen con otros fanáticos de su equipo pero no con deportistas. Los campos de interacción se reducen porque saliendo de ahí hace demasiado frío. Un homeópata podrá hacerse uña y carne de un experto de reiki pero no de un médico. Ella hace el amor con quien le da lo que quiere cuando lo quiere y el esfuerzo se lo dejaremos a los perdedores. Es mucho más cómodo, más rápido, aceptablemente más satisfactorio y más efectivo. Es como las canciones de tres minutos en comparación con las sinfonías, los posts en comparación con los libros y coger un taxi para llegar a casa mientras aún tiembla el cuerpo no da cancha a jugar enseñando las cartas, que es lo que pasa cuando nos ven los sueños que son lo que se ansía sabiendo que hay un lugar nuevo al final del camino.

La vida moderna nos alimenta de nuestros pensamientos autárquicos y lo hace sibilinamente, escondiendo todo lo que queda fuera, tapando y evitando que podamos pensar o creer que haya vida más allá de Pleasentville (link a película completa). Es una poderosa herramienta de marketing hacernos creer que no hay más coches, ordenadores, muebles o ropa que bajo una determinada marca. Es cómodo pero es falso.

Sin embargo nadie recela de la bondad de los algoritmos. Recelamos de lo diferente, de lo que no conocemos, del miedo, más que nunca, a lo que no entendemos. Recelamos de quien no nos ama exactamente de la forma que soñamos o de la forma que marcaron nuestros clicks en las pantallas, tenemos pavor de lo que no son nuestros bares favoritos o las películas que amamos polacas subtituladas en inglés.

Esa técnica que refuerza lo que deseamos en vez de enseñarnos deseos nuevos se ha convertido en una forma de vida, en un refugio, en un fácil orgasmo de satisfacción que nos hace cada vez más pequeños. Conocer discos nuevos en youtube cada día es más difícil porque te lleva, irremediablemente, a los que oíste antes. Cambiar el voto a un candidato que no diga todo lo que quieres oir o apostar por la pareja que te hace esforzarte para llegar más lejos es casi una utopía. No hay sacrificio porque uno cree de si mismo que es tan grande, tan perfecto, tan listo y tan guapo que los beneplácitos de la vida habrán de llegar solos.

Yo me cansé de esperar, como una princesa en el alto del torreón, a que vinieran a rescatarme aunque más de una noche sueño con que me follen con la complicidad de sus ojos clavados en los míos y después, que eso es lo importante, nos abracemos hasta quedarnos dormidos (y dormir cada uno en su lado con mis fuertes respiraciones y su sonido cadenciosa para encontrarnos en una sonrisa). El día siguiente vuelvo a acostarme esperando mi rescate como un país en bancarrota. Y que luego me enseñe sobre la vida, sea un terremoto en mis creencias mientras yo le pongo canciones que no conoce. Viajar sin rumbo por estepas lejanas de las que ni siquiera hemos oído hablar. Caminar sin que el trayecto nos vaya marcado aunque nos pillen tormentas o comarcales sin salida.

No estamos siendo educados en el esfuerzo y mucho menos, en apreciar lo bueno de lo diferente.

Google sólo me lleva a lugares que conozco, que no quiero, que juegan a reforzar lo que ya sabía y lo que no supe jamás es hasta donde hubiéramos llegado juntos, acumulando la energía de una central nuclear juntando en una explosión todo lo que nos diferenciaba.

Se vive mejor haciendo caso a los algoritmos pero intuyo que es mucho más aburrido y se está, definitivamente más solo.

"Ya estoy fuera"- me dijo en el último mensaje. Estaba dentro de su espacio y allí no estuve jamás. No fui, es verdad, pero se marchó. Sus amantes son una copia masculinizada de si misma, anuncios de sus preferencias, artículos con sus ideas, reafirmaciones. Capuchas que dan calor. Clicks interesados. Matemática autocomplaciente.

9 de noviembre de 2016

No es una apocalipsis zombie, es una apocalipsis estúpida.

Hace una semana escribí: "El estúpido, de una u otra forma, es un tipo de fanático o un tipo de paranoico. En realidad  hay un estúpido incurable, una especie de paciente cero, que contagia y gangrena su alrededor. La estupidez es una droga que engancha y que lleva a un estado de exaltación, de visión falsa de la realidad. Elimina los daños futuros, los males colaterales. Abstrae. Crea excusas plausibles y altera las normas exclusivamente para el interés propio. Genera, como los grandes opiáceos, una sensación de bienestar falso y una necesidad de reafirmación que exige volver estúpidos a los demás creyendo, como el devoto de una religión sangrante, que se les hace un favor cuando en realidad se les está pasando la inyección enfermiza de su propia destrucción. Quizá matar a los estúpidos no sea una mala idea."

Y hoy descubro que soy un jodido visionario. No es una apocalipsis zombie, es una apocalipsis estúpida. Da igual que venga por la izquierda o por la derecha, en forma de democracia o en forma de dictadura. Venezuela, Reino Unido, EEUU, Francia, los Emiratos Árabes, Ruanda. Da igual. En España usamos la democracia para mandar a Rodolfo Chikilicuatre a Eurovisión y mayorías absolutas del GIL. Se demuestra que Apple no paga éticamente sus impuestos, que Samsung explota como empresa o que Volkswagen se pasa la ecología por el arco del triunfo y se sigue comprando masivamente. Nadie vota a los fanáticos pero ganan las elecciones. El problema no está en los fanáticos porque probablemente más de uno será consciente de su vida miserable sino en los que les siguen como perros tras los huesos que les da su amo, aunque sean sus propios huesos. Aunque les den para comer su propio cerebro como a Ray Liotta.
No se me ocurre mejor metáfora de lo que está pasando con nuestro poder de decisión.


Pd:
En oto lugar escribí: "Si aquellos que son estúpidos se alejan de la contabilidad democrática es lógico pensar que el resultado contable final será más apropiado y justo. Que no habrá, como nos ha contado la historia, resultados democráticos que tengan peso y sean originados por parámetros absurdos. Que no salga elegido un candidato que se disfraza de gnomo porque hace mucha gracia o que tengamos que discutir sobre el color de las farolas en sede parlamentaria cuando haya familias que pasen hambre porque algún electo, representativo de un electorado irresponsable, se empeñe. Así que tiene lógica"

6 de noviembre de 2016

Paradojas evolutivas.

Existen rasgos evolutivos que desarrolla el ser humano para sobrevivir. Pudo ser andar con dos patas para parecer más grande que las presas o pudo ser perder las muelas del juicio debido al procesamiento de la comida moderna. Son fáciles y están ahí. Nos han servido para ir amoldándonos a nuestro presente de la misma forma que se perdió la cola y de ello sólo queda un coxis. Sin embargo la evolución es algo que no se detiene y en el mundo moderno, si es que consideramos la modernidad algo que cubra mil o dos mil años, la evolución humana se caracteriza en la manera de sobrevivir de otros seres humanos porque somos, en definitiva, nuestra mayor amenaza.

Así que la necesidad de sobrevivir nos marca y nos hace desarrollar, a una velocidad tan veloz como los cambios sociales, pautas de supervivencia. Ser un estúpido, un seguidista, un simple o uno más es una forma de sobrevivir fácil que tiene una poderosa aceptación social. Ir al fútbol, ver los programas más vistos, vestir la ropa de las grandes compañías como uniformes, salir de vacaciones en agosto y apostar por una familia de anuncio es parte de esa evolución. Los que se quedan, agachados, en las trincheras, son los que vuelven a casa vivos y el valiente que sale corriendo con la bandera es al primero al que le pegan un tiro. Más tarde todos los cobardes ponen cara de pena y admiración en el entierro del héroe.

Pero si nos vamos más cerca en el tiempo podemos ver cómo el ser humano está creando poderosos monstruos. Se parecen a los dioses de la antigüedad pero tienen una forma mucho más etérea y casi siempre se esconden detrás de un logo. Las grandes compañías son las culpables de mis males, de mis gatillazos, de que ella y yo no nos despertemos juntos, de morderme los padrastros, de que mi vecino se tire un pedo en ascensor o que me pongan una multa por saltarme un semáforo en rojo. Son irracionales, malvadas y se han creado para castigar. Mientras los dioses enseñaban, premiaban y también castigaban los poderes fácticos son intrínsecamente malos. Atacan lo bueno, lo dulce, la humanidad y la justicia que tenemos a bien representar cada uno de nosotros.

En cavernas se reúnen demonios buscando cómo someternos.

Nos cubren de chemtrails, nos ponen medicamentos en el agua, manipulan muestras mentes con titulares y castran nuestros sueños lícitos con sus facturas, impuestos y regulaciones.

De esa forma eliminamos nuestra culpa y justificamos nuestros fracasos. Nos reunimos, sentando nuestros coxis en las sillas que ellos fabrican, para quejarnos amargamente de la imposibilidad de crecer, de llegar, de salir de la rueda en la que seguimos girando como un hamster esperando que le caigan las migajas que le mantienen vivo. Y no salimos con ninguna bandera más allá de lo admisible porque no queremos que nos den el primer tiro.

Cientos de grupos de humanos, reunidos alrededor de un café mediocre de Starbucks, se quejan de los grandes poderes fácticos y de las multinacionales culpándoles de sus insatisfacciones mientras después lo ponen en facebook, critican en twitter, compran en Amazon y duermen en sus camas de Ikea. Un rasgo evolutivo es culpar y otro consumir. Hacemos más grandes a nuestros enemigos para tener una excusa infinita.

Probablemente la evolución nos lleva a paradojas darwinianas para evitar nuestro real, intenso y privado apocalipsis. Es miedo. Es cobardia. Es estupidez. Es supervivencia. Llegará el momento en el que no sepamos rodear o saltar una pequeña piedra en el camino pero hayamos encontrado mil formas de quejarnos y ninguna será responsabilidad nuestra.